Crónicas de una sirena enamorada 2

Eudora y sus hijos

Ignorando por completo lo que ocurría, Evan y el resto de la tripulación seguían llevando  mercancía por el Atlántico para luego tomar su curso a Europa. En realidad ¿Quién iba a  pensar que estaría en riesgo de ser raptado o algo así? El joven solo estaba concentrado en su  labor. 

Emocionado y con ganas de seguir, Evan cantaba. Había felicidad en cada poro de su piel,  en cada glóbulo de su sangre, en cada suspiro. Tal vez haber conocido a su madre era el  motivo, ya que desde niño había deseado verla, aunque fuera por un día. 

El joven madrugaba  para cumplir con su deber sabiendo que su trabajo estaba por concluir. Él sabía que al llegar a  encontrarse con Joseph, las cosas serían algo diferentes en el sentido de que no habría  secretos y que podían tratar temas de Tritonia y sus habitantes sin ningún problema. 

Además de eso, iniciaría otro curso para ascender. Evan quería comenzar sus estudios en  oceanografía y deseaba hacerlo en cuanto terminara el año. Mientras el joven recorría el  mundo a bordo del buque, Eudora se encontraba en la habitación de huéspedes en el palacio  de Ranhir. Lloraba desconsoladamente rodeada de oscuridad y silencio. 

Allí permaneció hasta quedar profundamente dormida, y no salió hasta la hora de su retorno  a tierra firme. Atolón por su parte recorría la isla de Estrófades y no hacía más que pensar en  el paradero de su hermano. 

Los días pasaban y las arpías seguían en busca del marinero, cansadas y hambrientas  decidieron volver a la isla. 

—No hemos podido encontrarlo, mis subordinadas necesitan descansar —habló Ambra un  poco molesta.  

—¡Calma! Iré al océano y traeré algo como recompensa por su laboriosa búsqueda — dijo  Atolón.  

—No confío en tu palabra, sé que no regresarás. — dijo la arpía con entera desconfianza y  con la mirada anclada hacia al malvado príncipe —¿Quién garantiza que vas a volver?  

—Puedes llevarme y esperar por mí si lo deseas. Te recuerdo que estamos del mismo lado.  Tú quieres a tu arpía fugitiva y yo a mi hermano perdido —Dijo Atolón transmitiendo  confianza.  

—Y yo accederé como una gran idiota — dijo Ambra quejándose de ella misma —¡Vamos!  No hay tiempo que perder.  

Juntos salieron rumbo al mar caribe, lugar en donde el buque en el que iba Evan había estado  días antes. 

 

Al llegar a Puerto Rico la arpía dejó caer a Atolón y este velozmente se sumergió hasta las  profundidades de la fosa en busca de oro y otras cosas como piedras preciosas. Minutos más tarde, el príncipe subió a la superficie del océano para que Ambra lo llevara de regreso al mar  Jónico. 

Ambra volaba velozmente a la isla, a pesar de la rapidez el príncipe Atolón se percató de algo  que volaba a lo lejos. 

—¡Espera! ¿Aquella no es la arpía que buscas? Preguntó el malvado Atolón señalando hacia  el oeste.  

—¡Es Perla! — Exclamó Ambra —¡Sujétate fuerte pescadito, la voy a atrapar! —Comentó  la arpía empuñando sus manos mientras apretaba a Atolón con las garras de sus pies para no  dejarlo caer. 

Rápidamente Ambra se desvió para seguir a la fugitiva. La velocidad y las alturas no era algo  a lo que el príncipe maranio estaba acostumbrado. Mientras Ambra volaba en su intento por  alcanzar a Perla, Atolón se aferraba al oro que llevaba en sus manos y cerraba los ojos para  no mirar abajo. 

En cuestión de segundos, Perla había sido capturada y llevada a la celda la cual estaba ubicada  en lo más remoto de la isla.  

—¡Ambra! Déjame ir por favor. No quiero estar aquí — gritaba perla aterrorizada.  

—Debiste pensarlo antes de escapar, ahora permanecerás aquí y aprenderás a ser una arpía  como todas las demás — habló Ambra con firmeza y abandonó la cueva.  

—Vaya que tienes carácter— dijo Atolón mientras reía. 

—¡Cállate! — dijo Ambra —Luego de almorzar vamos a seguir buscando a tu estúpido  hermano.  

Atolón le entregó el oro a la arpía y juntos se dirigieron a la enorme casa de la líder,  almorzaron y poco después volaron en busca de Evan. Esta vez solo ellos salieron a buscar  al joven quien se encontraba en medio de una tormenta en el sur de Atlántico. Era muy  conveniente ya que así jamás lo encontrarían.  

Mientras tanto a bordo del buque los marineros intentaban mantener el control hasta salir de  la tormenta. Las enormes olas golpeaban con fuerza y el barco se balanceaba de un extremo  a otro. Los tripulantes sentían temor de que el buque perdiera el equilibrio y Evan solo  deseaba que su amigo estuviese ahí.  

Al menos contaría con el collar de luz y contactaría a Lumina para el rescate si algo llegaba  a suceder. 

Minuto a minuto los marineros eran poseídos por la incertidumbre, pero lentamente la  tormenta perdía fuerza y pronto todo aquello quedaría atrás. Sin parar, el buque navegaba.  Luego de su paso por Europa, emprendieron su viaje hasta Oceanía. Lugar en el que el joven  decidió desviarse hasta Sídney, era evidente que aún no quería regresar a Brisbane. Así que  se quedó en aquella ciudad por un par de días y después regresó a casa. 

Mientras el marinero mercante se daba un merecido descanso, Eudora, quien ya se encontraba  en tierra firme, se disponía a continuar con su viaje hasta la isla de Nueva Parténope. Antes  de abandonar la ciudad, la mujer observaba el tranquilo mar mientras que Evan la veía a lo  lejos. Sin notar la presencia de su hijo, Eudora dio unos pasos y el joven corrió hasta  alcanzarla.  




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