Crown, Love And A Cup Of Coffee

2. A la fuerza del dolor

Ángela bostezó mientras miraba la pantalla del celular. Adalia le había dejado un mensaje suplicándole que se preparara porque iría a buscarla. Abrió el chat y le respondió que la esperara en la esquina. Con un suspiro, se levantó de la cama y miró hacia el camarote: Darlin, la más pequeña, dormía profundamente envuelta en sus sábanas. En cambio, Darleni seguía despierta, concentrada en su celular, probablemente chateando con ese noviecito que tanto le desagradaba a Ángela.

Se acercó a la cómoda y comenzó a buscar entre las gavetas qué ponerse.

—¿Vas a salir, Ángela? —preguntó Darleni.

—Sí, esa mujer me está suplicando que lo haga. No quiero ir, pero ya sabes cómo es Adalia.

—¿La loquita? ¿La que siempre anda con señores ricos en playas?

—Esa misma. Bueno, ya tú sabes. Me dijo que viene a buscarme en un rato —respondió mientras se ponía un vestido negro que le llegaba hasta los muslos. Era suelto y cómodo. Luego, se calzó unas plataformas negras y dejó su cabello rizado suelto.

—Te ves muy bonita.

—Gracias. Oye, no voy a durar mucho afuera. Pero si no soy yo quien les habla, no le abras la puerta a nadie. Ni siquiera a mamá. Bueno, al menos que sea una emergencia, ya sabes… si otra vez el marido le está dando golpes. Entonces sí, me llamas. Pero si es por sinvergüenzura, no le abras. No quiero que vuelva a llevarse dinero del puerquito. ¡Darleni, me estás escuchando! No le abras a…

—A nadie, ya sé, Ángela. Solo a ti. Y si es una emergencia, a mami.

—Bien. Voy saliendo, no quiero que Adalia llegue hasta aquí y se ponga a gritar. Todos se enterarán de que salí y eso es justo lo que no quiero. —Tomó su cartera y caminó hacia la puerta—. Ya sabes, Darleni.

—Sí, Ángela, ya sé. Vete tranquila y diviértete.

Ángela se quedó un momento en la puerta mirando la oscuridad.

—Bueno, si no quiero ir, no debería hacerlo. No es obligatorio.

—Exacto. Pero ya decidiste. Vete antes que llegue esa mujer —le respondió su hermana.

—¿Cerraste bien?

—Sí.

—Revisa otra vez.

—Ángela, vete ya. Ya cerré bien.

—Bien. Llámame si pasa cualquier cosa.

Comenzó a caminar. No podía soltar el celular por si recibía una llamada, pero también temía que alguien la atacara para robárselo. Así que lo sacó de la cartera y se lo colocó entre los senos. Apenas se notaba, ya que era muy delgada y su busto no era prominente.

Vio a la pelinegra de Adalia entrando por el callejón. Le hizo señas de que ya iba y esta se detuvo en la esquina mientras fumaba un cigarrillo.

—Hola, loca. Tengo frío —saludó Ángela al llegar.

—¿Frío? ¡Nada de eso, Ángela! Vámonos. Nos espera un amigo.

Ambas salieron del callejón. En el camino, se encontraron con el hombre que siempre le lanzaba piropos a Ángela. Como siempre, esta vez no se quedó atrás: "Hasta los ángeles pecaron por tanta belleza", les dijo.

—¡Dios mío, no puedo con él! —comentó Adalia, tratando de contener la risa.

—No le hagas caso, siempre está con lo mismo.

—Hace bien su papel de payaso.

Ambas se rieron mientras llegaban a la casa de un hombre que parecía estar esperándolas. Se montaron en su carro y salieron rumbo a la discoteca. Ángela se reía con los chistes que el hombre lanzaba mientras conducía, pero algo en su interior le decía que debía regresar a casa. Tenía un mal presentimiento. Esperaba que no tuviera nada que ver con sus hermanas… ni siquiera con su madre, a pesar de todo, la amaba.

Al llegar, la discoteca estaba repleta, tal como Adalia había dicho. Hombres y mujeres de todas las edades se movían entre el humo, las luces y el bullicio. El paso era difícil; debían empujar y esquivar a la gente, y en medio de eso, algunas bebidas alcohólicas se derramaban sobre ellas.

Finalmente encontraron una mesa y se sentaron. Comenzaron a beber cerveza, la típica del país. Cerca de las once de la noche, Adalia decidió pedir un alcohol más fuerte.

—Adalia, mezclar cerveza con ron no es buena idea. Me estoy sintiendo mareada. Quiero irme. Recuerda que hoy es jueves, mañana tenemos que trabajar. Y tú sabes mis hermanas…

—Ay, mijita, disfruta la vida. Solo se vive una vez. Tus hermanas están protegidas por la virgencita.

—Lo siento, no creo en la virgen —respondió Ángela, visiblemente afectada por el alcohol. Adalia soltó una carcajada. Ángela solía ser muy sincera cuando estaba ebria.

Los chicos trajeron más alcohol. A esas alturas, Ángela ni siquiera sabía quiénes eran, pero aun así aceptó el vaso que le ofrecieron.

Pasada la una de la madrugada, Ángela estaba completamente borracha, aunque aún no perdía el juicio. Era una extraña resistencia que había heredado de su madre. Se levantó tambaleándose para buscar el baño, apoyándose en las paredes. No lo encontró dentro del local, así que salió.

Afuera estaba oscuro. Miró la hora en su celular: 1:30 a. m. Lo volvió a guardar y buscó una esquina para orinar. Finalmente encontró una.

—¿Te vas tan temprano? —le dijo un hombre desconocido que se le acercó. Ángela alzó la cabeza, sin poder ver bien su rostro.

—Soy Luis, estoy con ustedes desde hace rato —dijo el hombre.

—Ah… Luis. No te recuerdo, pero está bien —respondió Ángela, intentando alejarse. Pero él la detuvo.

—¿Qué haces? ¡Suéltame! —gritó cuando él la tomó por la cintura y comenzó a besarla.

—Vamos a tener sexo —susurró él, besándole el cuello y acariciándole los senos.

—¡No quiero! ¡Suéltame! —Ángela lo abofeteó, pero él reaccionó con violencia, devolviéndole el golpe. La tiró al suelo, le subió el vestido y comenzó a quitarle la ropa interior.

—¡Ayuda! ¡Suéltame, maldito animal! —gritaba ella, pero su estado de embriaguez le impedía defenderse. Él le metió un puñetazo en el vientre cuando ella lo mordió con las pocas fuerzas que le quedaban. La penetró con brutalidad y terminó dentro de ella. Luego, la dejó tirada y huyó.

Ángela intentó levantarse, pero cayó. Lloraba en silencio. Le dolía todo. Se levantó como pudo y regresó al local tambaleando.




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