Crown, Love And A Cup Of Coffee

11. El reflejo de un príncipe

Nikolai miró su reloj de mano al llegar al restaurante. Las agujas marcaban las ocho y media. Había decidido dejar esperando a Francesca cinco minutos. Esperaba que eso no la incomodara.

Salió del Bugatti y entregó la llave al valet. Caminó con paso seguro hasta la entrada principal, donde un hombre uniformado abrió la puerta.

—Bienvenido, su alteza real, príncipe Nikolai de Schleswig —anunció el encargado con una ligera reverencia.

—No hace falta tanto protocolo, John. Ya sabes que vengo seguido —respondió Nikolai con una media sonrisa.

El lugar era sofisticado, elegante, decorado con luces tenues y detalles dorados que reflejaban la exclusividad del restaurante. Mientras caminaba por el salón junto al gerente, varias miradas se desviaron hacia él. Algunos lo saludaban con respeto; otros simplemente observaban, fascinados.

—Su alteza real —lo saludó un hombre mayor al levantarse de su mesa.

—Señor Nelson, qué gusto verlo. ¿Cuándo llegó? —Nikolai se detuvo para estrecharle la mano—. Buenas noches a todos —añadió, dirigiéndose a la familia del hombre.

—Ayer mismo. Tenía intenciones de llegar a la reunión real, pero el tiempo no me favoreció.

—No hay problema. Justamente, necesito hablar con usted sobre un proyecto en el que estoy trabajando. Pero entiendo que ambos estamos ocupados —dijo, mirando con cortesía a la familia del empresario.

—Tiene razón, alteza. Llámeme cuando desee y agendamos una reunión.

—Lo haré. Hasta pronto, señor Nelson.

Finalmente, llegó a la mesa donde Francesca lo esperaba. Ella sostenía una copa de vino, la tercera según calculó él, aunque no mostraba signos de ebriedad.

—Alteza real, por fin —dijo dejando la copa sobre la mesa con una sonrisa pícara.

—Lamento la espera. Prometo compensarte… con lo que quieras —respondió mientras se sentaba frente a ella. Francesca tomó sus manos con suavidad.

El mesero llegó con la carta. Nikolai la repasó en silencio.

—¿Qué te parece si pedimos camarones salteados? —preguntó alzando la vista hacia ella—. Aunque claro, la señorita tiene la última palabra.

—Qué buenos modales los suyos, alteza —bromeó ella, dejando la carta a un lado—. Lo que su majestad decida estará perfecto.

El camarero recogió ambas cartas y apuntó el pedido con precisión.

—Y bien —inició Nikolai tras beber un sorbo de agua—, ¿por qué decidiste venderme tres de tus fábricas?

—Para impresionarte —respondió con naturalidad.

—Y lo lograste… ¿Solo eso?

—Y para que todos supieran que no me interesa ser la primera ni la segunda —agregó mientras se recogía el cabello. Una fragancia elegante se esparció en el aire.

Nikolai se quedó callado. Aquella frase, aunque dicha con ligereza, llevaba una carga directa. ¿Sabía ella lo obsesionado que era con ser el número uno?

—Esto no tiene que ver contigo —añadió, al notar su silencio.

—Espero que no… No me gustaría tener una novia como enemiga.

—¿Novia? —preguntó Francesca, algo nerviosa. Él sonrió ampliamente.

—¿Ya no quieres ser mi novia?

—Claro que sí —respondió, sonrojándose.

—Perfecto. Lo hablamos el domingo en la cena real —sentenció él, dejando escapar una sonrisa encantadora. Francesca bajó la vista, sonriendo con nerviosismo.

Poco después, la comida llegó. Mientras comían, conversaban animadamente.

—Mañana puedes llevarme los papeles de la venta para firmar el contrato —dijo ella.

—De acuerdo. Estaré en el palacio de Glücksburg. No quiero a mis hermanos husmeando en mis asuntos —comentó entre risas.

Cuando terminaron la cena, salieron del restaurante tomados de la mano. Nikolai sabía lo que eso implicaba: una bomba mediática. Aun así, no soltó su mano. La vio subir a su auto y alejarse. Luego pidió el suyo.

Regresó al palacio a las once y media. Apenas llegó, subió los escalones con prisa.

—¿A dónde vas tan rápido? ¿A lavarte los dientes? —bromeó Alisa desde el pasillo.

—Muy graciosa, Alisa. No. Quiero leer la crítica del encargado de la reunión empresarial —respondió sin frenar el paso.

Ella se puso seria.

—No creo que te guste lo que escribió.

—¿Cómo no? Fui quien presentó la mejor idea de la noche.

—¿Quieres que te acompañe a leerla?

Nikolai la miró. Su tono no tenía sarcasmo. Algo iba mal.

Entraron juntos a su habitación. Robin estaba sentado en el sofá, con el periódico abierto en la mesa. Su rostro lo decía todo.

—Ese crítico es un idiota —gruñó Robin—. No puedo creer lo que escribió de su alteza real.

—¿Qué dijo? No me molestan las malas críticas.

—Pero esta sí lo hará —murmuró Alisa, sentándose junto a él.

Nikolai tomó el periódico y leyó en voz alta:

> “Su alteza real, el joven Nikolai, puede tener ideas grandiosas. Pero todos sabemos que nada de lo que tiene lo ha conseguido por mérito propio. Es hijo de su padre. No niego que sea trabajador, pero al conocerlo más a fondo uno descubre que solo es un niño vanidoso, consentido de papi y mami.”

Nikolai bajó el periódico, cabizbajo. No se dio cuenta cuándo Patrick había entrado.

—¿De verdad eso es lo que piensan de mí? —preguntó en voz baja, mirando el suelo.

—Por supuesto que no, joven —dijo Robin con firmeza, apoyando una mano en su hombro—. Esa es solo la opinión de un hombre.

—Quizás… pero tal vez muchos piensan igual. Por eso me miraban así.

—No todos —intervino Alisa—. Estás acostumbrado a los elogios, pero también necesitas escuchar las críticas. No para pelear, sino para demostrar lo contrario.

Patrick se acercó y agregó:

—Hazlo cambiar de parecer con hechos, no palabras. Demuéstrale que no necesitas el apellido para ser respetado. ¿Sabes qué he logrado yo? Nada. Pero tú… tú tienes algo más allá del título. Haz que se note.

—Gracias por eso —susurró Nikolai.

—Patrick, qué elocuente eres —comentó Alisa con una sonrisa.

—No te burles, enana.




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