Crown, Love And A Cup Of Coffee

15. Ruido en la realeza

Nikolai se quedó solo en su habitación, revisando la lista de los países con los que debía reunirse para entablar alianzas empresariales. Viendo los arreglos de días, horas y meses a durar en cada lugar, aunque no tenía planeado pasar el año entero asiendo alianzas quería reforzar cada una, no solamente ir y firmar sino detenerse y crear sólidas relaciones.

Apoyó la cabeza en el respaldo del sillón y suspiró. Sentía el cuerpo entumecido, no solo por el trabajo, sino por el peso invisible que cargaba todos los días. Cerró los ojos un instante, pero su paz se vio interrumpida por un golpe seco en la puerta.

—Adelante —dijo sin abrir los ojos.

Jonathan, Alexander y Miguel entraron casi al mismo tiempo.

—¿Qué hacen aquí? —preguntó sin rodeos.

—Vinimos a hablar contigo —dijo Alexander.

—¿Y era necesario venir los tres? —resopló Nikolai, abriendo un solo ojo.

—Sí —intervino Jonathan, con su tono habitual de superioridad—. Porque parece que la única forma de que nos escuches es rodeándote.

Nikolai se incorporó, apoyando los codos en las rodillas.

—Estoy ocupado. ¿Qué quieren?

—Leíste el periódico, ¿verdad? —preguntó Miguel.

—¿Qué tiene eso que ver con ustedes? —respondió él, endureciendo la mirada.

—Nos afecta a todos, Nikolai. Somos una familia. Lo que dicen de ti no es una simple crítica personal —agregó Alexander—. Es nuestra imagen, la de la realeza, la que también se ve manchada.

—¿Qué quieren que haga? ¿Que salga a dar una conferencia de prensa para pedir perdón por existir? —su voz se elevó, cargada de frustración, si ya tener todo el trabajo era mucho lidiar son sus hermanos era mucho más.

Jonathan cruzó los brazos.

—Lo que queremos es que madures. Que dejes de actuar como si el mundo estuviera en tu contra. Siempre estás compitiendo, siempre necesitas demostrar que eres el mejor. ¿Para qué?

Nikolai se levantó bruscamente. Caminó hacia la ventana, intentando contenerse.

—Porque nadie espera nada bueno de mí —dijo, sin mirarlos—. Porque todos me comparan con ustedes. Porque si no hago algo grandioso, simplemente soy el hermano menor arrogante que nació por error.

Un silencio tenso se instaló. Alexander bajó la cabeza, Miguel se removió incómodo. Jonathan, en cambio, mantuvo la mirada fija en él.

—Tú te creaste esa narrativa. Nosotros no.

—¿De verdad? —Nikolai se giró, con una sonrisa amarga—. Ustedes fueron criados para ser reyes. Yo fui criado para no estorbar.

La puerta se abrió nuevamente. Francesca entró con paso tranquilo, pero su rostro mostraba preocupación. Al ver a los tres hermanos, se detuvo.

—¿Está todo bien?

Nikolai la miró como si fuera un salvavidas. Se acercó a ella, rodeándola con los brazos.

—Ahora sí —susurró.

Ella le correspondió el abrazo, camino a su lado deteniéndose en el sillón sentándose en sus piernas. Le acarició el rostro con ternura, notando la tensión en su mandíbula.

—Estás cansado —murmuró.

—Sí... de todo.

Jonathan bufó.

—Y tú, Francesca... ¿no notas que estás con alguien que se victimiza todo el tiempo?

Francesca lo miró con calma.

—Yo no lo veo como una víctima. Veo a alguien que está solo, aunque esté rodeado de gente.

Miguel intervino, con un dejo de preocupación.

—Francesca, ¿lo conoces realmente? Porque a veces ni nosotros lo hacemos.

Ella bajó la mirada por un segundo, luego alzó el rostro con firmeza.

—No lo conozco del todo. Pero sí sé quién es cuando está conmigo. Y eso me basta... por ahora.

Nikolai apretó suavemente su mano. Sabía que Francesca también dudaba, pero en ese momento su compañía era lo único que lo mantenía en pie.

Alexander se acercó al escritorio y dejó un sobre con documentos.

—Aquí están los informes de las últimas negociaciones. Te los enviamos ayer, pero como no respondiste...

—Gracias —respondió Nikolai con frialdad.

Los hermanos se dirigieron hacia la puerta. Antes de salir, Jonathan lanzó una última mirada.

—No es un ataque, Nikolai. Es una advertencia. No destruyas lo poco que te queda.

La puerta se cerró tras ellos. Nikolai bajó la cabeza y apoyó la frente en el pecho de Francesca.

Ella le acarició el cabello en silencio.

—A veces me gustaría que fueras solo un chico común —susurró.

—Y a mí que tú fueras solo una chica común.

Ambos sabían que no lo eran. Y quizás por eso, estar juntos dolía tanto como sanaba.




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