Crown, Love And A Cup Of Coffee

14. Llamadas, desayuno y pasos firmes

Al día siguiente, Ángela se levantó temprano. La luz gris filtrada por las cortinas anunciaba una mañana pesada, de esas que empiezan sin ganas.

Preparó café, como siempre, y lo tomó sentada en silencio. Las chicas aún dormían. El calor de la taza en las manos era su único consuelo. Pensó en Adalia. Había estado rara el día anterior, y no podía quitarse la sensación de que algo más pasaba.

Tomó el celular y la llamó.

Al segundo tono, una voz temblorosa respondió:

—¿Aló?

—¿Adalia? ¿Estás bien?

—No, Ángela. Desde que amaneció estoy temblando. No he podido descansar nada. Tengo el corazón en la garganta.

—Ay, mija… ¿hablaste con tu mamá?

—Sí. Me descubrió esta mañana. Me vio saliendo del baño con los ojos llorosos y la prueba en la mano… Se me heló la sangre.

—¿Y qué dijo?

—Nada al principio. Solo me miró como si quisiera romper algo. Luego dijo: “Tú y tus malditas decisiones, Adalia. Siempre tú y tu maldita irresponsabilidad. Ahora vas a cargar con eso sola”.

—¿Y después?

—Se sentó conmigo. Me miró largo. Me preguntó si pensaba tenerlo.

Ángela se quedó callada un segundo, tomando aire.

—¿Y qué le dijiste?

—Le dije que no sabía. Porque… es verdad. No sé. A veces quiero tenerlo. Pero también pienso en lo que eso significaría. Yo sola… sin nadie.

—No estarías sola —dijo Ángela con firmeza—. Me tienes a mí, aunque no sea mucho.

—Gracias, negra… de verdad. Pero es complicado. No sé si decírselo a José.

—¿Todavía no lo sabe?

—No. ¿Y cómo le digo? ¿"Hola, estoy embarazada y tú eres el padre"? Él tiene una esposa, Ángela. No somos nada. Solo... amantes. Ni siquiera me llama por mi nombre cuando estamos juntos.

—¿Y qué esperas que haga?

—No sé. No quiero que se lo tome como un chantaje. Pero… también quisiera que asumiera su parte, que al menos diga algo humano.

Adalia se quebró. Sollozó del otro lado del teléfono. Ángela esperó, en silencio.

—¿Y tú qué harías, Ángela? ¿Tú lo tendrías?

—No lo sé, Adalia. Pero sí sé que es tu cuerpo, tu decisión. Y pase lo que pase, tú vas a poder con esto. Siempre has podido.

—No me siento fuerte, Ángela. No hoy.

—Entonces déjate cuidar. Aunque sea por teléfono.

Ambas se quedaron calladas. Un silencio cómodo, tierno, que decía más que las palabras.

—Gracias… gracias por llamarme —murmuró Adalia—. De verdad.

—Aquí estoy. Siempre.

Colgaron.

Ángela respiró hondo. Se levantó. Lavó su taza y se sintió, por un segundo, menos rota.

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Más tarde, estaban las tres levantadas comiendo lo que Ángela había preparado unos momentos después de que Darleni saliera del baño.

—Entonces vas a ir con nosotros a la sicóloga ¿no? —preguntó Darleni mientras comía.

—Claro, ya me siento mejor pero me gustaría hablar algunas cosas con ellas para que me den consejos.

—Estoy de acuerdo, debe ser muy duro.

—Cada día se hace más sencillo. De hecho, no sé si fue por el alcohol o qué, pero recuerdo poco de lo que pasó esa noche y me alegra que no lo recuerde.

—Has hablado con sicólogas antes? —Cuestino Darleni curiosa.

—Si, con la del hospital antes de hacer la denuncia.

—¿Cómo te sentiste con la psicóloga? —preguntó Darlin, que tenía un pan untado con chocolate.

—Me sentí bien, aunque fue algo incómodo contar todo, pero la doctora fue muy atenta y empática. Fue ella quien me recomendó que fuera a denunciar.

—Estoy segura que te irá mejor ahora—respondió Darlin.

—La doctora me recomendó una casa de acogida, dicen que ahí ayudan a chicas como nosotras. Estoy esperando la llamada de una señora para saber si me aceptan. Mientras tanto, me pidió que hiciera la denuncia por violencia. Yo le conté todo, desde cómo me agarró, cómo me golpeó, cómo me lanzó contra la pared, y cómo se me tiró encima. Por suerte, alguien me salvó.

—¿Cómo así que alguien te salvó? —preguntó Darleni con asombro.

—¿Te irás a la casa de acogida sin nosotras?

—Un joven, no me acuerdo si pertenecía al grupo de nosotras o llegó justo en ese momento. Pero sino llega no sé que hubiera pasado la verdad. Y no cariño, no las dejaré sola, no sé si vaya, me dió curiosidad pero no sé.

—¿No recuerdas quién fue el hombre?—preguntó Darlin.

—No, no lo recuerdo, pero ojalá algún día lo vea para hacerlo pagar.

—Vas a salir de esto, lo prometo —dijo Darleni abrazándola.

—Gracias. Con ustedes aquí, siento que no estoy sola.




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