Crown, Love And A Cup Of Coffee

16. “Entre culpas y silencios”

Kevin se quedó mirando a la joven que observaba desganada el restaurante. También notó cómo intentaba acomodarse un mechón de cabello rizado junto al moño mal hecho que llevaba. Contó las veces que suspiraba y las veces que subía el pie al contén para luego bajarlo.

—¿Vas a entrar, sí o no? —preguntó Kevin mientras caminaba hacia la entrada trasera del restaurante, por donde ingresaban los empleados y se recibían los pedidos de la despensa.

—Eso creo —titubeó la chica, encogiéndose de hombros y dando un paso al frente sin atreverse a entrar por completo.

—Me imaginé que no tardarías tanto en regresar —comentó él, recostándose en el marco de la puerta.

—Me conoces bien.

—Son tres años trabajando juntos. Sé lo suficiente como para saber que viniste porque no encuentras qué hacer en tu casa —aseguró él. Su teoría se confirmó al ver una risita escaparse de los labios de la joven.

—Estás en lo cierto. Además, no fue para tanto. Todo está bien. Y además, la que se enfermó esta vez no fui yo.

—Aquí todo el mundo se enferma, espero no ser el siguiente —ambos rieron.

—¡Llegas tarde, te vas temprano, y para colmo vuelves a llegar tarde! —protestó Mauro, el encargado del restaurante.

—Bueno, bueno, ¡cálmese ya, Mauro! —intervino la señora Mercedes—. El señor Nelson le dio tres días y ella solo se tomó dos. Se lo dijo a usted mismo, ¿o ya se le olvidó? Además, vio lo mal que estaba antes de ayer —gritó mientras caminaba hacia Ángela.

—Sí, pero la que estaba mala era yo. Ángela me ayudó, cúlpeme a mí por su falta —comentó Adalia, frunciendo el ceño. Ángela suspiró al verla.

—La que no debió trabajar hoy eres tú precisamente. Debes ir al médico —protestó Ángela, mirándola fijamente.

—¡No nos incumbe lo que ella decida! Es su vida —insistió Mercedes—. Entra ya —le dijo a Ángela, pasándole el delantal.

Ángela lo tomó y se lo colocó en la cintura. Entró por completo al restaurante y se quedó mirando a su amiga, quien giró sobre sus talones y se fue. Ángela fue tras ella, tocándole la espalda.

—¿Qué te pasa ahora? —le preguntó cuando estuvo a su lado.

—Decidí que voy a abortar y no quiero que me digas más nada.

—Claro que no, no diré nada. Es tu decisión —dijo Ángela, negando con la cabeza y cruzándose de brazos—. Supongo que lo habrás pensado bien.

—No es tan sencillo como crees. Si fueras tú, todo el mundo te tomaría en consideración. Pero a mí nadie me considera, a excepción tuya. Y la verdad es que no quiero ser carga de nadie.

—No te voy a convencer.

—Exactamente —dijo Adalia antes de desaparecer hacia el área de los comensales. Ángela, luego de prepararse bien, también cruzó las puertas para tomar los pedidos. Anotó diez en su pequeña libreta y regresó a la cocina.

—¿Sabes qué le pasa a Adalia? Anda como enojada —preguntó Kevin, quien le pasó un pedazo de queso blanco.

—Es algo privado, lo siento. No te puedo contar a menos que ella te haya dicho algo últimamente —respondió Ángela, encogiéndose de hombros.

—No, hace rato que no habla conmigo. Bueno, desde que tuviste el accidente que no sé exactamente qué fue lo que pasó.

—Sí, ella se culpa por eso.

—Lo mejor será hablar con ella —respondió él mientras comenzaba a sacar los ingredientes anotados en su libreta. Ángela giró, mirándola a lo lejos antes de empezar a tomar sus pedidos.

Después de entregar el último plato, continuó con más mesas.

—Buenos días, espero su orden —saludó a una señora muy sonriente.

Pasaron varias horas y Ángela había realizado unas treinta entregas. Llegó la hora del almuerzo. Se sirvió un plato de pasta que había cocinado Kevin, quien solía prepararlas deliciosas. Luego fue a buscar a Adalia. La encontró sentada sola en un banquito plástico al final del área de cocina.

—Estás aquí —dijo al llegar a su lado. Tomó una silla tipo bar y se sentó junto a ella con el plato en el regazo.

—¿Cómo estás? —preguntó Adalia, mirándola.

—Estoy bien, lo sabes. No tienes que preocuparte.

—Ya sé que estás bien ahora, pero luego... al rato ya no.

—Eso era antes. Ya no pasará. Además, no entiendo tu punto. ¿No ves que estoy bien?

—Eso espero, Ángela. Aquí todos trabajan duro y no se toman días sin venir sin que les descuenten.

—No entiendo. No te entiendo, Adalia. Me siento aquí y no quiero discusión. No te vengo a referir nada sobre tu decisión. Además, mi caso es especial.

—¿Por qué?

—¿Cómo que por qué? En serio, ¿lo preguntas? Porque no me sentía bien, no estaba con salud por lo que me pasó.

—Nunca trajiste las indicaciones del médico a Mauro. Sin embargo, Mercedes y Kevin han estado como arañas para que tu salario salga completo. Y a mí probablemente me descuenten por faltar un día.

—Adalia, si el dueño del restaurante no se ha quejado, ¿por qué lo haces tú? Has visto todo lo que he pasado.

—¿Y por qué pasó?

—¿A qué te refieres?

—Olvídalo, Ángela. Ya terminé. Anda, se te hará tarde —dijo levantándose.

—¿Intentas decirme que es mi culpa lo que me pasó? Para empezar, yo no quería salir, solo quería complacerte y me dices esto. Qué buena amiga eres.

—No tienes que recordarme que todo el mundo piensa que soy la culpable.

—Yo no te estoy culpando de nada. Pero no me puedes tratar así, Adalia. No es justo que me trates así. Yo no te he hecho nada. Respeté tus decisiones, en cambio, cuando exigí mi respeto, me golpearon. ¿Ves la diferencia entre tu caso y el mío? —Ángela sintió cómo una lágrima le bajaba por la mejilla.

—Lo siento —susurró Adalia. Ángela negó con la cabeza, cansada, y se levantó secando sus mejillas.

—Bien —respiró profundo y se alejó. Se le cerró el estómago, quitándole el apetito. Se acercó a Mercedes, tocándole el hombro.

—¿Podrías empacarme la comida? Me la llevaré —dijo pasándole el plato.

—Pero no has comido nada —reprochó la señora.

—Ella siempre está haciendo mucho drama —comentó Adalia. Ángela la miró con el ceño fruncido y se cruzó de brazos.




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