La bruja lo observó con seriedad. Su mirada fría, y esos ojos extraños y salvajes no dejaban de mirarlo con altanería. Inclinó su cabeza ante la mujer.
El frío de aquel lugar podía matar a cualquier ser humano, pero ambos no lo eran. Su viejo vestido envuelto por la naturaleza, mimetizándola con las plantas del bosque, le daban un aspecto más temible. Pero él no le temía, era una criatura como ella, había matado tantas veces que no recordaba la cantidad, y sobre todo ansiaba la respuesta de aquella horrenda mujer.
El cabello largo y de color claro se desparramaba a su alrededor, enmarañado como si jamás se diera el tiempo de pasarse una peineta.
— Incrédulo — sonrió mostrando su negra dentadura. — Morirás joven en las manos de la traición, pero si deseas mi ayuda sabes lo que te pido a cambio.
Apretó los dientes, y aun cuando pareció arrepentirse afirmo con la cabeza, Adrián sacó su espada amenazante, y luego la dejo en el suelo, esperando que la bruja hiciera su trabajo. Lo miro sonriendo con burla, mientras aquel la contemplara como si quisiera matarla.
Tomó la espada observándola con expresión ambiciosa, su brillo, aquel material tan fino.
— Una arma propia de tu familia, solo te lo advierto, el alma sacrificada buscará venganza y algún día se dará vuelta contra tu gente — la bruja sonrió pasándose la lengua por los labios.
— No me interesa — respondió asqueado.
— Entonces tráeme esa alma — exclamó en tono agrió, odiando la belleza que rodeaba a aquel hombre.
Adrián se alejó por aquel desierto de lava y rocas, sus piernas de repente parecían resbalarse por las rocas volcánicas de aquel temible lugar. Llego a un coche que lo esperaba, dentro de él una joven mujer de largos cabellos negros y labios rojos que con una suave sonrisa amamantaba a un pequeño bebé. Sentados a su lado, dos mellizos se movían inquietos, aburridos por la tardanza de su padre. Cuando lo vieron acercarse saltaron con emoción, sinceramente ninguno de ellos sabían por qué razón su padre los había llevado a aquel lugar.
— ¡Amanda! — llamó a su mujer a unos metros del carruaje.
La joven lo miro aliviada.
— Necesito que vengas conmigo. ¡Hey! — llamo al cochero que miraba distraídamente el feo paisaje — quiero que te encargues de los niños mientras volvemos.
Ayudo a su mujer a caminar por las rocas y cuando llegaron arriba se encontraron con la bruja. La miro sin entender, luego dándose cuenta de la trampa volcó su atención a su marido viendo como se abalanzaba con su espada, agarrándola del cabello y rebanándole el cuello.
Su voz resonó en sus cuerdas vocales cortadas, produciendo un ruido extraño y ahogado. Pero su peor dolor era ver que aquel hombre que había amado era quien la estaba matando.
Intentó pensar si había cometido un agravio contra el clan o contra él para ser castigada de esa manera tan horrorosa, pensó en sus hijos y las lágrimas corrieron por sus mejillas.
Todo acabo cuando Adrián terminó de degollarla completamente. Con su sangre baño su espada y luego la bruja con su magia retuvo parte del alma de aquella infortunada introduciéndola dentro de la espalda. La espada ante sus ojos se transformó en una pequeña daga y de mala gana miro a la bruja.
— No te fíes de su apariencia, esta daga que llamaremos la daga Aeternus será capaz de herir de muerte a cualquier otra criatura, su apariencia cambiara de acuerdo al poder y odio de su dueño, ahora cobraré mi pago.
Y dicho esto se lanzó sobre el cuerpo sin vida, abriéndole con sus uñas el pecho y engullendo su corazón, en forma ruidosa con desesperación, lo que repugnó aún más a Adrián.
— La sangre de un descendiente es realmente deliciosa — se rio mostrando sus dientes sucios de sangre.
El hombre tomando la daga se retiró, sin llegar a ver que la bruja rejuvenecía, tomando la forma de una bella mujer de largos cabellos y sonrisa maligna.
Sus ideas lo inquietaban, nunca amó a su mujer, los obligaron a casarse para mantener el nombre del clan; sin embargo, comenzó a sentirse solo y la angustia de verla muerta fue algo que no se esperaba.
Subió al coche sintiendo el llanto de su bebé. Y sus hijos mellizos que lo miraban curiosos.
—¿Dónde está mamá? — pregunto uno de ellos.
—Ella no volverá — indico sin mirarlo — Ahora vámonos de aquí. Ver menos
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