Levanté la mirada observando el cristal anaranjado que cubre todo el cielo, como si intentará imitar un cielo soleado de un atardecer, miles de luces hacen que el efecto se produzca mientras abajo, de esta enorme galería, millares de objetos de metal de formas exageradas guardan silencio pareciendo solo dormir. Esperando el tiempo correcto para despertar. Hay objetos metálicos que parecen intentos de robot, vehículos mecánicos, y pequeñas figuras a cuerda que me recuerdan el hobby de Cristóbal.
—¿Le gustan? —escuchó una voz femenina encontrándome con la hermana de Frederick.
No respondí, solo me fijé en su trenza cuya larga cabellera castaña oscura intentaba mantenerse en orden, algunos cabellos escapaban dándole un aspecto natural que resaltaba sus ojos marrones.
—Disculpa —señalé al darme cuenta de que no conozco su nombre, hasta ahora solo Frederick, su hermano, se ha presentado—. ¿Cuál es tu nombre?
Me miró sorprendida antes de reír con suavidad.
—Tiene razón, disculpé mi grosería, mi nombre es Rouse —noté que al decirlo cierto dejo de dolor se dibujó en sus ojos, es tal vez por lo que dijo antes Frederick, que ambos no recuerdan su nombre real y lleva el nombre que sus crueles padres adoptivos le colocaron.
Volteó el rostro perdiéndose en el cielo anaranjado de este lugar.
—Mi hermano construyó esto para mí —murmuró—. Es el último recuerdo que...
—Rouse —interrumpió su hermano apareciendo repentinamente en el lugar.
La joven vampiresa por un momento saltó asustada pero luego inclinando la cabeza frente a su hermano se retiró de inmediato. Arrugué el ceño, no sé si una hermana deba mostrar tanto respeto a su hermano, pero es cierto que en los vampiros siempre el hermano mayor es tratado con más obediencia incluso por su propia sangre. Frederick me observó preocupado ante mi seriedad, pero luego suspiré borrando cualquier expresión poco amable de mi rostro.
—La verdad es que es un honor que haya aceptado quedarse —agregó con una expresión en su rostro que parece decir todo lo contrario.
—Siento que hay algo que quieren decirme —señalé entornando las cejas, aunque no estoy tan segura de ello.
—¿Por qué lo dice? —me observó sonriendo sorprendido.
—Bueno, tanto tú y yo sabemos que los ragazes no atacan si ha amanecido, lo digo por la excusa de que me quede porque podrían atacarme los ragazes a pesar de que ya faltaba poco de que saliera el sol.
Se rió con suavidad mientras mi atención sigue fija en cualquier movimiento extraño o amenazante que pueda hacer.
—Como ya le dije somos parte de los Alcázar —me contempló con simpatía—. No solemos recibir visitas y tampoco me esperaba ver a alguien tan importante en este lugar.
—De todas formas, si quieres hablar conmigo las puertas de mi hogar están abiertas —señalé caminando por la galería.
—Agradezco su amabilidad, pero declino vuestra invitación.
Volteé sin entenderlo, me observó con fijeza extraña hasta que al final terminó por desviar su mirada al cielo anaranjado.
—No somos bien recibidos, aun cuando el hijo principal de nuestra familia —haciendo referencia a Maximiliano— hizo el esfuerzo por conseguir quitarnos el título de traidores, muchos vampiros nos siguen mirando y tratándonos como traidores. No quiero volver a exponer a mi hermana a eso, Rouse no se merece seguir siendo maltratada de esa forma.
Guardó silencio caminando por el lugar hasta llegar a mi lado.
—Hay cosas ilógicas en este mundo —murmuró mirando el tejado de la sala—. Añorar algo que nunca has conocido.
Nos quedamos en silencio ambos contemplando el cielo anaranjado, hay muchos vampiros que aún no tienen la oportunidad de salir de día, ya que siendo hasta ahora la única vampiresa descendiente mi sangre no es suficiente ni siquiera para mi clan, y otro punto es que no confió que no sea peligroso darles esa oportunidad a vampiros que podrían poner en riesgo la existencia de los humanos. La mirada de Frederick hacia el artificial cielo anaranjado es clara referencia al sol, quienes nacieron vampiro con la sangre defectuosa nunca han tenido la experiencia de verlo en forma directa, ni sentir su calor. Entrecierro los ojos, sé que soy afortunada en ese sentido. Me dio la espalda en dirección a la salida.
—La cena pronto estará lista —agregó antes de salir.
Se alejó sin que le quitara la vista de encima. Luego el silencio volvió a rodear aquella galería. Sus palabras no dejan de dar vueltas en mi cabeza. No sé si debo confiar en ellos o no, pero prefiero mantenerme cauta, además no deja de intrigarme que Aeternus fue detenida por este vampiro con su mano, siendo indiferente al dolor que le causaba ¿Tendrá que ver aquello con la medicina experimental de la que hablaron antes?
Me acerqué al salón comedor caminando por los iluminados pasillos de aquel lugar, al parecer a diferencia de otros vampiros sienten una fascinación por el color anaranjado ya que no dejo de encontrarme con bombillas luminosas que replican ese color una y otra vez. La enorme mesa de madera oscura parece ser demasiado para aquellos dos hermanos. Sentados, Frederick en la cabecera y a su costado su hermana Rouse, levantan la cabeza cuando me ven llegar.
—La estábamos esperando —habla el vampiro con cortesía indicándole a un sirviente que traiga los alimentos— Espero que pueda perdonar nuestros modales por lo que verá ahora.
Arrugo el ceño sin decir palabras. No porque me moleste el asunto de los modales sino su advertencia de que veré algo que tal vez no me guste. Nos sirven la comida, una sopa, carne y papas, y una copa de sangre. Sin embargo, hay algo distinto, la carne que le sirve a ambos esta cruda.