Cuaderno de tapa gris [elena] #1

Plaza 13 de Octubre

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Banderazo. Celebración en donde los chicos y chicas de quinto años de secundaria de diferentes colegio, todos desconocidos, se juntan en un punto exacto para anunciar que ahora les queda un año por cursar, festejan su victoria de haber logrado llegar a tanto, les dejan en claro a todos los que cruzan por la zona que ahora no hay nada que los pare.

El ruido de los gritos, la murga, el olor a alcohol, los distintivos remerones con frases zarpadas, los anteojos de sol con atrevidas palabras. Era un ambiente en el cual no me sentía cómoda, pero me transmitía una felicidad indescriptible.

Quizás sea por el alcohol —que en mi propia y para nada pedida opinión—, una bebida que creo innecesaria en una festividad así, la cual muchas veces te hace realizas acciones no deseadas y cometer también cosas nada éticas. Como ahora mismo, las chicas casi en cuero, con las tetas al aire debido al movimiento del aire. Entiendo que quieran usar escote, se les ve atractivo y al mismo tiempo resaltan aquellas partes del cuerpo de las cuales pueden presumir orgullosamente, pero deben de aprender a usarlos, a saber que hay un límite entre exponer y resaltar.

Aunque dudo mucho que con el pedo que traen tengan el uso del sentido común funcionando.

A mi parecer el beber alcohol como lo hacían ellos y en el lugar que lo hacían, sin control alguno, sin amor hacia sus cuerpos, olvidándose completamente del disfrute.

Una cosa es beber en tu casa o en un bar junto a tus amigos, disfrutando, siendo ese el momento exacto en el que uno puede beber con tranquilidad, al igual que con moderación. Pero lo que ellos estaban asiendo en aquel momento se me hacía ilógico, el ver como no respetaban sus cuerpos al dejarlos muy expuestos, el que no disfrutaban del momento en completa sobriedad, teniendo aquella dependencia al alcohol, lo que causará peleas en algún momento. Quizás si no tomaran tanto como ahora, podrían siquiera recordar aquella emoción del momento, los rostros, la alegría, dando un buen ejemplo a los pequeños que observaban con ilusión aquella reunión, carnaval, festival, que en su inocencia aún no comprenden la razón de ser, que ahora miran aquellos malos ejemplos, las pieles expuestas, la poca vergüenza de los que ahora bailan enérgicos y no conocen ni sus nombres.

Solo será cosa mía, pero lo único que me gusta de aquí es aquella música, el ruido de los bombos que suenan con fuerza, el repique que guía, los redoblantes marcando el ritmo y platillos acompañando aquel círculo de tambores.

Era perfecto.

Miro todo y a todos a una distancia prudente, cómodamente en una banca de madera, acompañada por aquella paloma blanca, mi mochila verde sobre la banca a mi lado y entre mis manos mi cuaderno de tapa gris, en el que escribo otra idea para una historia que jamás empezaré por lo que jamás será leída.

Un carnaval sangriento, tres adolescentes queriendo resolver un misterio y un oscuro ser que los ara jugar un juego infernal al usar sus miedos en su contra. Una idea simple, repetitiva, tonta. Pero me gustaba.

Sonrió satisfecha al mirar a los chicos, imaginando a los personajes de esta aventura, utilizando sus rostros, inventando en mi propia cabeza aquella trama macabra y sin final feliz de las cuales estoy acostumbrada a escribir, las cuales amo leer, pero que jamás lo admitiría en voz alta.

El arrullar de la paloma me hace salir de mis propios pensamientos, captando mi atención, haciendo que la mire, encontrándome que aquellas plumas blancas que ella tenia, su pico anaranjado y una pequeña flor en el, la cual deja sobre una de mis piernas.

Era fácil reconocer esa flor, aquella que de pequeña solía mirar en los dibujitos animados y que siempre le daba a mi mamá, sin pensar jamás que al estar en el suelo tenía orina de perro y quizás no solo de eso.

Doy un suspiro antes de agarrar aquel tallo verde y mirar aquellas tiras amarillas que formaban los pétalos de la flor. Un diente de león, una flor que veo en todas partes pero a la que no le doy mucha importancia ahora. El tenerlo entre mis dedos me hacía recordar lo mucho que me gustaba esta flor a pesar de que siempre la ignoro al pasar junto a ella, estando en el pasto de las plazas, los patios y veredas.

Abro mi cuaderno y busco una página entre el medio de las dos tapas, acomodando la flor entre ellas y cerrándolo con fuerza, como mi papá me enseñó a hacer con las mariposas.

Mariposas. Que bellos insectos. Hace mucho que no veo una.

Vuelvo a abrir mi cuaderno, buscando una página y encontrándola, viendo allí seca y aun con sus colores a una mariposa monarca anaranjada, la primera que tuve.

Se me es imposible no recordar como mi papá me contaba que su papá hacía esto de guardar así las mariposas, lo cual siempre me hace sentir más cerca de él a pesar de no haber podido llegar a conocer a aquel hombre al que pude haber llamado orgullosamente abuelo, quien falleció cuando mi padre aún era chico, pero aun guarda muchos recuerdos.

El arrullar de la paloma me vuelve a sacar de mis pensamientos, mirando que el animal comenzaba a emprender vuelo, por lo que miró hacia arriba y cierro los ojos, sintiendo aquella primera lagrima del cielo, que anuncia una perdida.

Poco a poco dejo de escuchar los ruidos, abro los ojos, veo que los colores de aquella plaza se desvanecen, las personas pierden sus rostros, anunciando mi hora de partir.

Me paro en silencio y doy una última mirada a aquella plaza a la cual muy pocas veces fui, pero que disfrute completamente.

—Adiós plaza —Me despido por última vez, dando una vuelta y comenzando a caminar de frente, ignorando a las personas a mi alrededor, sin ver sus rostros que desaparecer, sintiendo que otra lagrima del cielo cae sobre mi cabeza.

Camino en silencio por aquellas veredas, deteniéndome y dándole una última mirada a la plaza que ya sin color estaba y donde ruidos no se escuchaban, siendo acompañada por aquella paloma blanca, que aun lado de mi pasa, que mi vista roba y mi camino marca.



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En el texto hay: tristeza, recuerdo

Editado: 22.05.2024

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