Cuando baje el sol de enero (estaciones #1)

2. Caramelo de limón

En aquella tarde-noche de finales de verano, la temperatura era más fresca que durante el día, pero todavía era posible caminar sin demasiado abrigo por la amplia Avenida Reina Victoria. Nada más salir del portal, los hermanos giraron a la derecha y ascendieron a paso ligero hacia Cuatro Caminos; o, al menos, eso es lo que le explicó Fran a Lorena en cuanto doblaron la primera esquina y ella preguntó adónde iban exactamente.

—Hemos quedado con papá y mamá cerca de su hotel, a una media hora andando de aquí. 

—¿Media hora? —se escandalizó Lorena—. Pero… ¿por qué tan lejos? 

Para su mayor confusión, Fran se rio con levedad ante la pregunta, sin rastro de burla. 

—Hermanita, tienes mucho que aprender de Madrid, me temo. —La aludida frunció los labios, sintiéndose algo insultada sin querer ante aquella mención que dolía más por venir de su hermano. Para su tranquilidad parcial, Fran enseguida le pasó un brazo amoroso por los hombros—. Venga. Pronto te harás a esto, te lo prometo. 

Lorena esbozó una sonrisa, rendida a su atención. 

—Vale, te tomo la palabra. 

Su mellizo la imitó, al tiempo que llegaban a una rotonda gigantesca que la joven observó casi con perplejidad. La boca de metro más cercana indicaba, en efecto, "Cuatro Caminos". Lorena no recordaba haber estado nunca por esa zona de Madrid, en las escasas veces de su vida que había visitado la capital. Sin embargo, siguió sin rechistar a su hermano cuando él continuó caminando para atravesar la avenida transversal más cercana y rodear la gran plaza. 

Después de eso, Lorena y Fran se adentraron en una nueva y amplia vía descendente por donde cabían cuatro filas de coches sin problema, y más iluminada incluso si cabía que las grandes calles que dejaban atrás. Al final de la misma, a la izquierda, se observaba algo que parecían pequeños rascacielos. La recién llegada a la capital a quiso recordar fugazmente haberlos visto en la distancia al entrar a Madrid esa tarde por la autovía, pero no podía estar segura. Todo lo que veía, olía y escuchaba la embriagaba de tal forma que sólo era capaz de seguir por puro impulso a su hermano mientras descendían hacia el Paseo de la Castellana; uno de los ejes, según le indicó él, más importantes de la capital.

—¿Qué tal estás? —preguntó Fran en un momento dado, cuando llevaban más o menos la mitad del recorrido calle abajo, pero todavía sosteniendo a su hermana junto a su costado.

Lorena inhaló hondo, pensando qué contestar y sin estar del todo segura de la respuesta. 

—Bueno, un poco perdida —reconoció al fin, sincerándose—. Creo que he tenido demasiados estímulos hoy, sobre Madrid y todo eso… —intentó bromear—. Me temo que no soy la mejor compañía ahora mismo, lo siento.

Fran rio por lo bajo. 

—Sí, también recuerdo esa sensación cuando me mudé por primera vez… Y no te preocupes, tú siempre eres una compañía maravillosa —la alabó con dulzura, a lo que ella se ruborizó con levedad antes de abrazarse más contra él. En ese momento justo, el joven la miró como si quisiera decir algo más, sin hacerlo y Lorena le devolvió una mirada interrogante. Aun así, tras resoplar con suavidad como si hubiese algo que quería decir y hubiese preferido esconder de momento, Fran se limitó a comentar—. De todas formas, no te lo quería decir… pero a tu vecino de cuarto se le ha ocurrido organizar una fiesta de bienvenida mañana. Espero que no te importe.

Ante aquello, Lorena palideció y se apartó unos centímetros abriendo mucho los ojos, mientras contenía apenas un gemido de angustia. Si había algo que hacía tiempo que no echaba de menos ‒más o menos desde su ruptura, aunque doliera admitirlo‒ era estar rodeada de gente por todas partes. 

—Es una broma… —aventuró en un susurro, no sin cierta esperanza. 

Sin embargo, la expresión algo contrita de su hermano a continuación destruyó toda posibilidad de chanza. 

—No, me temo —suspiró él, con media sonrisa de disculpa—. Lo intenté, te lo juro, pero el muy pesado se empeñó y bueno… Ya descubrirás que Hernán, cuando se le mete algo entre ceja y ceja, no hay quien se lo saque. 

Lorena lo observó con seriedad, pero no comentó nada; todo mientras trataba de no reírse ella misma para sus adentros, en medio de su angustia, por lo absurdo y a la vez tierno de la situación. 

—Bueno, no te preocupes, melli —trató entonces de restarle importancia, moviendo apenas la mano y la cabeza en un gesto vago; al menos, antes de dirigirle una sonrisa a su mellizo que buscó cargar de cierto optimismo sin lograrlo del todo—. Estoy segura de que podré sobrevivir durante unas horas siendo el centro de atención.

Fran la miró de reojo, pero no añadió nada más mientras ambos seguían caminando y Lorena intuía que él sabía bien lo que se escondía tras sus palabras. Desde la traición de Victor y sus amigas, en honor a la verdad, la joven había pasado uno de los veranos más solitarios y enclaustrados de su vida. Sin quererlo, reflexionó sobre lo que había cambiado su hermano en ese tiempo fuera de Zaragoza. Aparte de su primer año en el colegio mayor, ahora Fran llevaba un mes escaso en el piso, dado que sus clases en Biología empezaban antes que las de Veterinaria y se había tenido que mudar antes que ella; pero Lorena no sabía si sentirse feliz o celosa de que su hermano ya pareciese encontrarse bastante a gusto con sus nuevos compañeros. Porque, sin quererlo, una parte de ella no dejaba de preguntarse:




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