Cuando baje el sol de enero (estaciones #1)

3. Arrepentida

Cuando llegó a su dormitorio, tras dejar a Lorena en su cuarto y saludar a un Marcos que aquella noche veía baloncesto tirado con indolencia en el sofá, Fran se estiró como un gato a la puerta cerrada y resopló con cierto agotamiento. Sin decirlo en voz alta, admitía que ver a su melliza en aquellas circunstancias le dolía más de lo que podía soportar. Cuando se enteró de lo de Víctor, montó en cólera y hubiese ido a arrancarle de inmediato la cabeza a ese imbécil; pero su madre le dijo que no merecía la pena y su hermana le pidió que lo dejara estar, así que al final optó por apoyar a esta última todo lo que pudo e intentar olvidar que aquel desgraciado existía. Sin embargo, todas las noches se juraba que el día que volviese a verlo no se contendría. Semejante ingrato se merecía la peor de las suertes y el bueno de Francisco Díez de Sanmillán Junior no podía concebir paz alguna hasta que eso sucediera.

Para bien o para mal, al echar la mano al bolsillo y ver un nuevo mensaje en las notificaciones de Whatsapp, su mente olvidó temporalmente al idiota de su “ex cuñado” y le hizo esbozar una sonrisa, todo mientras desbloqueaba la pantalla y marcaba con rapidez un número que desde hacía casi un año estaba entre su lista de favoritos. Como debió imaginar, la otra persona tardó apenas dos tonos en descolgar:

Hey!

—¿Qué pasa, prenda? ¿Es que te aburres sin mí? —bromeó el zaragozano, usando un clásico apelativo aragonés a propósito para su interlocutor.

Este emitió un ligero bufido, mitad risita, antes de contestar:

—Joder, y que lo digas, Paquito. Esto no es lo mismo sin ti.

El aludido soltó a su vez una risa ronca al tiempo que ponía los ojos en blanco, sobre todo al escuchar por milésima vez el cariñoso apelativo de su antiguo compañero de cuarto.

—No vas a cambiar nunca ¿eh, Beni? —lo provocó, sin asomo de enfado.

Nope —repuso su amigo, sin culpabilidad alguna, antes de bajar la voz y agregar en tono ladino—. Pues, eso… ¿Qué tal? ¿Cómo ha ido tu cita de hoy? Cuéntame.

Fran resopló, incrédulo y divertido al mismo tiempo.

—Bueno. ¿Quién dice que lo fuera, tú? —repuso, sin dejar de reír—. Además, sabes que hace mil años que no salgo con nadie.

El joven al otro lado del teléfono hizo un sonido indefinido, también algo cargado de sorna.

—Ya somos dos, entonces —comentó con humor, sin entrar en detalles como de costumbre—. Pero vamos, no sé. No me sueles colgar nunca a no ser que estés muy, “muy” ocupado —incidió, burlón—. Así que… Tú dirás.

Fran sacudió la cabeza, sin dejar de sonreír.

—Pues mira, lo estaba; pero por otra razón nada romántica —indicó, críptico a su vez.

Como imaginaba, el tono de Beni se tornó más curioso todavía en su siguiente pregunta.

—Y¿ eso?

Fran inspiró hondo, apoyándose contra la repisa de la ventana. Había dejado la persiana casi cerrada a causa del calor exterior, así que nadie le vería a esas horas sentarse en su postura favorita sobre el alféizar, con el trasero apenas apoyado en el aluminio y una pierna cruzada en triángulo sobre la contraria.

—Ha llegado mi hermana esta tarde —explicó entonces, con sencillez.

—Coño, es verdad —recordó Beni de inmediato, en el mismo tono—. No me acordaba, lo admito. ¿Ya está aquí, entonces?

—Sí, empieza las clases el martes —explicó Fran—. Que, por cierto, me ha recordado Hernán esta misma mañana que estás invitado mañana por la tarde-noche a su fiesta de bienvenida. Así que no te escapes.

Al otro lado resonó lo que parecía un bufido resignado que al aragonés le resultó hasta tierno, en el fondo.

—Que sí, hombre. Que sí —replicó su ex compañero de cuarto, ni rastro de acritud en su voz a pesar de todo—. Aunque no me gusten mucho las fiestas, pero así me debéis un favor al menos.

El zaragozano se rio por lo bajo, sin acritud. Conociendo a Beni, sabía que había pocos motivos por los que había aceptado ir al día siguiente y uno de ellos era su cercana relación con él, pero en el fondo se alegraba por el simple hecho de volver a verlo.

—Pues eso, nos vemos mañana. Que descanses, Beni —le deseó.

—Venga, nos vemos —se despidió el otro hombre—. ¡Buenas noches!

Los dos colgaron casi a la vez. Sin embargo, Fran se quedó mirando el móvil unos segundos, sumido en sus reflexiones, antes de decidirse por fin a dejarlo sobre la mesilla y dirigirse hacia la cama para buscar el pijama. Cierto que a él tampoco le emocionaban las fiestas, ni siquiera cuando estaba en el colegio mayor y había una casi cada día. Pero Hernán era un buen chico, Fran lo conocía desde casi el primer día de clase y entendía que sus intenciones eran de todo menos malas en aquella ocasión. Aparte, solo porque Lorena se sintiera bienvenida, su hermano estaba dispuesto a hacer lo que fuese.

Cuando ella había dicho en la habitación aquella tarde que no sabía si se quedaría en la ciudad, para el joven había sido casi como una puñalada en el corazón, sobre todo si se paraba a pensar en lo que le esperaba en Zaragoza si volvía allí. Por algún motivo, el joven no era capaz de concebir que su hermana pudiera tener otro sitio en el que quisiera estar. Pero, por otro lado, se convencía una y mil veces que haría lo posible porque Lorena tuviera motivos para quedarse. O eso… o algo en su alma juraba que terminaría haciéndole algo al desgraciado de Víctor Almansa de lo que podría arrepentirse para siempre. Lo que no sabía en aquel instante es que todavía le quedaban muchos años por delante hasta que ese sentimiento desapareciese por completo.

***

Cuando Lorena se despertó a la mañana siguiente, al principio se sintió algo desubicada, sobre todo al no reconocer de primeras el mobiliario que la rodeaba. Confusa y somnolienta, parpadeó y miró a su alrededor; analizando los sencillos muebles antes de dejarse caer con pesadez de nuevo sobre la blanda almohada.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.