Al llegar a casa esa tarde, las tripas de Lorena rugían como un león hambriento dado que no había comido nada desde el café al que le había invitado Laura aquella mañana. Con el paso de las horas, la joven zaragozana se había ido arrepintiendo cada vez más de haber sido tan distante con ella y sus amigas, pero sólo de pensar en lo que sus otras “amigas” le habían hecho en el pasado algo en ella se convertía en piedra y le pedía huir en dirección contraria.
De hecho, en un momento dado, Lorena había llegado a decidir que iba a desterrar ese sentimiento y a disculparse con Laura por haber sido tan ruda antes de clase; pero la intención se había esfumado tan pronto como la había visto ocupada con las otras chicas. Ahí Lorena se había sentido más sola y avergonzada que nunca.
Sin embargo, al llegar a casa su humor cambió como por ensalmo en cuanto vio a la persona afanada en la cocina, preparando la comida.
—¡Hola, Lo! —la saludó Fran—. ¡Qué rápido has vuelto!
—Sí, los buses parece que van bastante bien en esta ciudad —repuso la aludida en el mismo tono, antes de acercarse y besarle en la mejilla. Él le devolvió el gesto sin quitar la vista de los filetes de pollo que estaba pasando por la sartén y ella se apoyó de espaldas sobre la encimera con los brazos cruzados—. ¡Qué bien huele eso!
—Ya sabes, un clásico sin mucho misterio, sobre todo para hoy que comemos tú y yo solos —explicó Fran.
—¿Marcos y Hernán comen fuera? —se interesó Lorena, casi agradecida por almorzar a solas con su hermano.
—Sí, creo que tenían algo que hacer después de clase así que se quedaban en su facultad.
Lorena asintió y notó una leve relajación adueñándose de su cuerpo. No se había dado cuenta de que se había tensado, aunque tampoco le gustaba.
—Genial, rato para nosotros solos entonces.
—Sí, totalmente.
—¿Qué tal el día, pues? —preguntó ella.
—Bien, ya en rutina completa —ironizó Fran con media sonrisa que Lorena imitó sin esfuerzo—. Y ¿tú? ¿Qué tal las primeras clases en Madrid?
—Bien, no muy diferentes a Zaragoza, tampoco —repuso ella, encogiéndose de hombros—. He conocido a algunos de mis compañeros y ya nos han indicado un poco cómo irá el tema de las prácticas, así que bien.
—Y ¿la gente qué tal, entonces? —indagó Fran con un interés que Lorena entendió de inmediato.
—Bueno, bien… Reconozco que una compañera me ha tenido que ayudar a encontrar el aulario y parecía maja, pero… —Suspiró y sacudió la cabeza—. No sé. Es pronto para decir nada —agregó, con un tono que pretendía ser más desenfadado sin conseguirlo del todo.
Fran, por supuesto, entendió absolutamente todo el significado entre líneas sin necesidad de más palabras. Así, nada más apagar la sartén, se apartó de la vitrocerámica y se aproximó un paso a Lorena para tomarle las manos.
—Sé que será difícil después de todo lo que ha pasado, pero… No te cierres ¿vale? —le rogó, amoroso.
A pesar de su tono, Lorena puso los ojos en blanco por impulso, sintiendo una extraña bilis ascender a su garganta al mismo tiempo.
—Ya, sí… —gruñó, apartándose sin violencia de su hermano y dándole un poco la espalda—. Supongo que será eso.
—Eh, Lo. Sabes que no te lo digo de malas, nada más lejos de la realidad —arguyó de inmediato Fran, siguiéndola. Cuando le tomó los antebrazos, la mujer no se resistió—. Es sólo que quiero que vuelvas a ser feliz y… —Tragó saliva y bajó la barbilla—. No puedo soportar pensar que por culpa de esos idiotas hayas podido perder las ganas de ser como tú has sido siempre, eso es todo.
Lorena lo imitó, apretando los labios al notar un par de lágrimas traicioneras queriendo ascender a sus párpados. Inspirando hondo, las contuvo y se atrevió a alzar el mentón unos milímetros para mirar a su hermano. El bueno de Fran. Sin pensarlo apenas, lo abrazó en un instante y dejó que él enterrase el rostro en su pelo.
—Todo irá bien, melli, estoy segura —prometió entonces, justo para separarse apenas y mirarlo a la cara—. Para eso estamos juntos ¿no?
A los labios de él pareció asomar una sonrisa algo más confiada.
—Siempre —repuso, en el mismo tono. Al menos, un instante antes de que sus estómagos gritaran al unísono y terminasen riendo como tontos—. Vamos a comer, anda.
—Vale. Aunque, Fran…
—Dime.
Lorena sonrió con afecto.
—Te quiero.
—Y yo a ti, maña. Para siempre.
Su hermana lo besó en la mejilla de nuevo y ambos se sentaron entonces a almorzar en la mesa de la cocina, como si nada malo o tenso hubiera sucedido en los minutos anteriores. Aun así, cuando por fin los dos hermanos se despidieron para volver a sus respectivos dormitorios, Lorena sintió cómo la desazón volvía gradualmente y un súbito cansancio se apoderaba de su cuerpo.
Como primera actividad, la joven decidió tumbarse en la cama y abrir el portátil .Casi sin quererlo, abrió su blog de equitación en cuanto el wi-fi se conectó y miró con nostalgia las imágenes de las entradas. En algunas de ellas, salía ella misma vestida con casco, botas y polo blanco montando a su yegua alazana en la pista de salto. Echaba de menos saltar con toda su alma. Cuando galopaba y Mégara superaba los obstáculos, la joven se sentía volar, libre de estrés y preocupaciones.
Pero, ahora, su “Meg” estaba lejos y no podía recurrir a ella. Conteniendo apenas las lágrimas, Lorena cerró entonces el portátil, lo dejó a un lado y cogió el móvil para perderse un rato en las redes sociales. Su Instagram también estaba sobre todo dedicado a su pasión deportiva, aunque hacía mucho que no subía nada. Aun así, apenas tuvo tiempo de hacer scroll hacia abajo antes de que su dedo frenara en seco y Lorena se quedase congelada en el sitio.
Era una foto del día anterior, un selfie que en realidad no se veía bien dónde estaba tomado. Sin embargo, a la joven zaragozana le bastó ver los dos rostros sonrientes y muy pegados para que un escalofrío ascendiera por su espalda. De hecho, apenas la primera línea de la descripción confirmó sus peores sospechas.
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Editado: 19.11.2024