Cuando baje el sol de enero (estaciones #1)

8. No quiero a nadie

Al escuchar aquella voz grave sobre sus cabezas, nada más alcanzar el mostrador y saludar a la recepcionista al otro lado, tanto Lorena como Hernán se giraron a tiempo para encontrarse a una figura rubia y atlética que les sonreía desde treinta centímetros de distancia en altura:

—¡Beni! —lo saludó el gallego enseguida, con alegría—. Carallo, sí que tocaba retomar ya, sí...

—¡Beni! Hola —se unió Lorena, sin dudar.

Él le dirigió un asentimiento, sin perder la sonrisa.

Hey, Lorena. Me alegro de verte —dijo, natural—. ¿Qué tal va la adaptación?

La chica soltó una risita.

—Bien, en ello todavía —aseguró, antes de señalar a su espalda con curiosidad—. ¿Vienes a entrenar?

—Sí, todo lo que puedo —confesó él, haciendo que a Lorena le diese un pequeño vuelco el estómago que prefirió ignorar.

Si a Beni le gustaba hacer ejercicio también...

«Eso podría significar que...»

Pero prefirió no terminar ese pensamiento al notar que su estómago se removía de nuevo y tampoco lo vocalizó. Por otra parte, él también parecía tener la misma pregunta en mente, porque enseguida agregó sin asomo de burla:

—No me digas que tú también eres carne de gimnasio...

La chica asintió con ganas y se cruzó de brazos, fingiendo seguridad.

—Claro, me encanta venir desde siempre... Costumbres sanas, ya sabes —bromeó.

Para bien o para mal, al dar aquella confirmación, Lorena creyó atisbar un brillo en los ojos jaspeados de Beni que le aceleró el corazón sin motivo aparente; al menos, antes de desaparecer tan rápido como había llegado y que el gigantón asintiera con algo que parecía simple agrado.

—Genial. Pues... bienvenida al club —la felicitó, antes de señalar hacia la sala y adelantarse hacia los tornos—. Os veo dentro, entonces ¿vale?

—Claro, hasta ahora.

—¡Hasta ahora, Beni! —lo despidió Hernán a su vez. La pareja vio alejarse al ex compañero de Fran hasta que desapareció por el pasillo de los vestuarios y después se giraron para encarar de nuevo la cola para la recepción. Aun así, Lorena saltó cuando su acompañante preguntó por sorpresa—. Oye, Lore ¿todo bien?

La joven lo miró, extrañada.

—Sí ¿por qué?

El chico se encogió de hombros.

—No sé, parece que estuvieras un poco colorada...

La joven se quedó petrificada en el sitio, sintiendo que en ese instante sus mejillas sí se ponían sin duda de un rojo nuclear. ¿Era posible que...? Pero no, era mejor ni pensar en ello.

—Imaginaciones tuyas, Herni —lo provocó, tratando de desviar la conversación y con cierta sorna. Al ver que él desistía con una risa rendida, agregó—. Venga, vamos a ver si me inscribo de una vez que la espalda me está pidiendo elíptica a gritos...

Hernán la miró con intención, pero no dijo nada. De hecho, en ese instante, la recepcionista terminó con los que estaban delante y Lorena centró su atención en ella. Aunque, quisiera o no, sus ojos se desviaron hacia cierta figura rubia y enorme cuando esta salió del vestuario unos minutos después y se dirigió hacia la zona de pesas. Para bien o para mal, la mujer de piel tostada al otro lado del mostrador fue de lo más eficiente y en un abrir y cerrar de ojos ambos se encontraban dentro ellos también de la gran sala de fitness. Lorena propuso quedar en la puerta de los vestuarios y Hernán pareció aceptar, así que la joven se apresuró a dejar la mochila en la taquilla y coger lo necesario antes de volver a salir a la sala.

Una vez allí, de primeras no vio a Hernán y se quedó en la esquina acordada durante varios minutos, mirando el móvil y oteando de vez en cuando con curiosidad la zona de pesas donde Beni se encontraba entrenando de espaldas a ella. Sin embargo, al cabo de ese rato de espera y al ver que el gallego no salía del vestuario, Lorena dudó y arrugó el gesto. ¿Debía empezar a hacer su rutina sin esperarlo?

Por si acaso, cinco minutos de ausencia después, envío un rápido Whatsapp a su compañero de piso y acto seguido se dirigió hacia las elípticas sintiéndose más en paz consigo misma. Si quería unirse, él sabría dónde encontrarla. Así, la joven se colocó los auriculares, puso la playlist de Spotify basada en la "Radio de Sia", subió la resistencia hasta un nivel intermedio y comenzó a pedalear. Enseguida, el dulce picor de sus músculos trabajando, el sudor cayendo por su espalda y el trabajo rítmico de sus piernas y sus brazos la transportaron a un lugar donde sólo estaba ella y se sentía segura, fuerte y a salvo de todo mal pensamiento y sentimiento.

Durante veinte minutos, Lorena se entregó a esa sensación entre el dolor y la paz interior que inconscientemente había echado tanto de menos en las últimas semanas. De hecho, cuando terminó y se bajó de la máquina, su rostro lucía una sonrisa satisfecha que casi se sentía extraña. Aun así, el gesto se tornó poco a poco en una mueca de cierto fastidio cuando descubrió, con apenas una mirada en derredor, que Hernán no estaba a la vista. Tampoco había contestado a su último mensaje ni había confirmación de lectura. No podía saber si él tenía dicha función bloqueada, pero ni siquiera eso ayudó a aliviar el súbito enfado de la chica.

Al tiempo y mientras optaba por dirigirse a paso ligero hacia la zona de musculación, la joven no pudo evitar tampoco que un nuevo ramalazo de decepción se adueñase de su alma.

«Pleno al quince ¿eh, Lorenita?», se azotó sin piedad, sentándose con irritación en la máquina de cuádriceps y ajustando el peso antes de empezar a levantar el enorme rodillo negro sobre sus espinillas. «¿Cuándo aprenderás a no confiar en la gente por las buenas?».

—Me parece que te han abandonado ¿eh?

Del susto, Lorena casi dejó caer el peso de golpe al escuchar aquel comentario tras su coronilla. Haciendo un esfuerzo, bajó las piernas con cuidado y se giró a la misma velocidad; todo para mirar a un Beni que la observaba con los brazos cruzados sobre el respaldo de su máquina, pero sin rastro de lástima o ironía. Ahora que se fijaba mejor, la joven vio que él llevaba pantalones cortos holgados de deporte y una camiseta algo ajustada que marcaba su torso musculado y sus hombros torneados de una forma que quizá otra mujer hubiese caído desmayada al suelo sólo con verlo. Sin embargo, a Lorena no le costó apenas esfuerzo ignorar ese hecho entre su sorpresa y su decepción con Hernán, todo en uno.




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