Aquella noche, Lorena tuvo pesadillas con el momento en que descubrió la traición de Víctor. Sin poder hacer nada, veía cómo sus amigas se acercaban a él de forma lasciva. Además, la invitaban a unirse a ellos, todo mientras sus gestos se volvían menos y menos inocentes conforme pasaba el tiempo. Tras abrir los ojos, Lorena se incorporó de golpe en la cama gimiendo y jadeando como una locomotora vieja. Tenía el pijama empapado en sudor, el pulso a mil por hora y partes de su cuerpo contraídas de tal forma que casi le hicieron sentirse avergonzada consigo misma. Por un instante, había creído estar de vuelta en Zaragoza con Víctor, reviviendo el momento en que había descubierto su engaño tras dos años de relación. Por suerte, solo había sido una pesadilla, pero la joven enseguida notó cómo su cuerpo se relajaba con una convulsión acompañada por un intenso sollozo.
«No lo he dejado atrás, está claro», se lamentó en su mente.
Trató por todos los medios de serenar su respiración y que su llanto no subiese de volumen lo suficiente como para escucharse al otro lado de la pared. No obstante, cuando las lágrimas remitieron apenas, se dejó caer sobre el colchón y alargó la mano hacia la mesilla para mirar la hora con desidia en el móvil. Como de costumbre, aquel miércoles también había quedado para entrenar con Beni en cuarenta y cinco minutos, más o menos, así que era demasiado temprano para levantarse, pero también muy tarde para dormirse de nuevo.
«Mierda», maldijo sin abrir la boca, incorporándose para sentarse en el borde de la cama.
Si tenía que escoger, prefería levantarse y llegar antes al gimnasio que quedarse entre las sábanas y arriesgarse a tener otra pesadilla sobre su pasado. Quizá, reflexionó, sus sueños tenían que ver con que las fiestas del Pilar estaban a la vuelta de la esquina y, por primera vez en semanas, se sentía sin fuerzas para volver a su ciudad.
«Solo es mi subconsciente haciendo de las suyas», se convenció.
Así, se dirigió con pereza al baño, se aseó y se recogió el pelo en una cola de caballo. Después, se puso ropa de deporte: unas mallas ajustadas hasta la rodilla, un top ceñido y una camiseta suelta de tirantes; se calzó las zapatillas deportivas y se encaminó hacia la cocina con el móvil en la mano.
Mientras se hacía un café, casi por propia inercia le escribió un rápido mensaje a Beni para decirle que ya estaba despierta e iría enseguida al gimnasio. No hizo siquiera amago de invitarlo a ir antes de tiempo; casi como si fuera un acuerdo tácito silencioso, desde el primer día había quedado claro que ir juntos era más una cuestión de colegueo que de hacer lo mismo o seguir la misma rutina de máquina en máquina. Hernán se había disculpado una y mil veces tras el incidente de las clases, más todavía después de aguantar varios minutos de chanza por parte de Beni al salir aquel día del gimnasio, pero su compañera prefería no tenérselo en cuenta. El gallego era muy buen chico, aunque a veces estuviera algo despistado.
Por otro lado, cuando se lo contaron a Fran, a Lorena le pareció que su mellizo apenas hizo un gesto vago cuando dijo que ella iría con Beni a partir de ahora. A la joven le tranquilizaba mucho aquella actitud, pero no iba a arriesgarse por nada del mundo a que eso cambiara. De hecho, a veces, la chica pensaba que, si fueran pareja, quizá irían todo el día de la mano haciendo los mismos ejercicios que otros dúos que se veían en la sala de tanto en tanto. Sin embargo, ese mismo pensamiento le despertaba tal velocidad en la sangre que lo descartaba con rudeza apenas un instante después de que surgiera. Era el mejor amigo de su hermano y «ellos dos» eran amigos. Ella se sentía cómoda con él, como una forma de integrarse en la dinámica madrileña y distanciarse del dolor que dejó en Zaragoza. Eso era todo.
En efecto, cuando llegó al BodyFit, incluso en la tenue luz del amanecer, pudo ver que la puerta estaba desierta; en el interior, apenas dos o tres madrugadores como ella empezaban sus rutinas de ejercicio físico bajo la estridente luz de los fluorescentes, casi violenta en contraste con el exterior. Sin embargo, Lorena se adaptó rápidamente mientras atravesaba los tornos y se dirigía a la taquilla más cercana para dejar su mochila.
Al ir a sacar el móvil, sin embargo, una notificación de YouTube llamó su atención y la joven se detuvo a comprobarla con una sonrisa nostálgica. Era un vídeo nuevo de un canal de doma que le gustaba bastante desde hacía años, propiedad de una hípica prestigiosa de Barcelona a la que Lorena siempre había soñado con ir a aprender más. Así, la joven se puso los auriculares Bluetooth con goma para las orejas y empezó a ver el vídeo mientras terminaba de ajustarse el reloj deportivo y de coger la botella y la toalla.
—¿Otra enganchada al Instagram como tu hermano?
De la sorpresa, Lorena casi tiró el móvil, la toalla y los auriculares al suelo de lo fuerte que se arrancó uno de ellos.
—¡Beni! ¡Por Dios!
—¡Ay, perdón! No quería asustarte —se disculpó él de inmediato, con expresión sinceramente arrepentida—. No pensé que tuvieras los dos cascos puestos… Perdona por el susto.
Tratando de normalizar su respiración, Lorena forzó una sonrisa que pretendía quitarle hierro al asunto.
—No te preocupes, creo que solo estaba en mi mundo —se excusó—, no es culpa tuya...
Beni sonrió a su vez, todavía con gesto de disculpa.
—Aun así, perdona también el retraso, he salido en cuanto he visto tu mensaje —replicó él, en un tono que todavía parecía arrepentido.
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Editado: 10.06.2025