Aquel catorce de octubre transcurrió con tranquilidad, e incluso con un punto de pereza y aburrimiento durante las clases. Por otra parte, Lorena descubrió con agrado que Laura era también una buena compañía para hacer ejercicio, disciplinada y sin complejos. De hecho, aunque aquel día lloviznaba a ratos a la hora que salieron, la de Zaragoza descubrió que su amiga madrileña tampoco tenía reparo en salir equipada para evitar mojarse. Concentradas en el ejercicio, las dos chicas apenas hablaron durante el trayecto. Sin embargo, al despedirse, cerca de casa de Lorena, lo hicieron con una camaradería que esta última había echado de menos durante meses. Quizá, como excepción, había notado esa complicidad con Beni, pero al pensar en él sintió un extraño nudo de culpa adueñarse de su estómago.
Aun así, trató de descartarlo con rudeza cada vez que hacía amago de aparecer durante el día y se esforzó por concentrarse en la rutina hasta la hora de irse a dormir. Es cierto que en más de una ocasión estuvo tentada de preguntarle qué tal le había ido a él el entrenamiento, pero el terror a que él preguntara a su vez por su estudio le hizo abandonar. En el fondo, no quería tener que seguir mintiéndole y, al acostarse, decidió que al día siguiente volvería al gimnasio. Intención que se evaporó nada más despertarse y ver su último mensaje.
Beni:
Hola
Te espero donde siempre si vienes hoy
Era una nota muy sencilla, sin aparente mala intención, pero la culpabilidad y la súbita sensación de que él sabía que le había engañado enroscaron de repente un nudo de miedo irracional sobre sus entrañas. Quizá por eso, Lorena respondió casi por impulso:
Lorena:
No, hoy también me quedo a estudiar
Sorry
«¿Qué coño estás haciendo?», le espetó su conciencia sin tapujos, mientras la joven trataba de recuperar el resuello.
«Es lo mejor para todos», se repitió varias veces en respuesta.
Tratando de desterrar por milésima vez la sensación de que, en el fondo, se estaba comportando como una niñata estúpida y no como una adulta. De cualquier manera, como si hubiese sido un movimiento programado, los dedos de Lorena de inmediato abrieron el chat con Laura y le preguntaron de nuevo si podía salir a correr con ella.
Esta vez, su amiga no preguntó más ni por WhatsApp ni cuando se encontraron en Cea Bermúdez a la hora convenida. En este caso, el día estaba despejado y Lorena casi agradeció el soplo del fresco aire otoñal en el rostro mientras recorrían el Parque del Oeste, situado a pocos pasos de Moncloa. Sin embargo, al terminar de entrenar y antes de encaminarse hacia sus respectivos domicilios desde la mentada plaza, Laura la retuvo por el brazo y la obligó a girarse hacia ella sin violencia.
—Oye, Lorena…
—¿Qué pasa?
Su amiga parecía algo cohibida al tener que responder, y a Lorena le escamó su actitud. Aunque nada se comparó al latigazo de culpa que sacudió su espalda cuando su amiga susurró:
—Oye, no quiero meterme donde no me llaman, pero… ¿va todo bien con tu amigo?
La interpelada inspiró con fuerza por la nariz.
—Sí, ¿por qué? —repuso, quizá más seca de lo que hubiese querido.
Por supuesto, ante aquella contestación, su amiga pareció todavía más dubitativa, pero su voz era firme cuando se cruzó de brazos y explicó:
—A ver, que conste que yo encantada de que salgas conmigo, pero de ir siempre con él a salir más de un día juntas… —apuntó con intención.
Lorena hizo una mueca ante la acusación velada, picada, pero sabiendo en el fondo que su amiga tenía razón.
—¿Qué? Me apetece algún día entre amigas —arguyó a su vez, cruzada de brazos con actitud displicente—. No puedo centrarme sólo en una persona para hacer mi vida en Madrid, ¿no?
—Vale, vale, lo entiendo —repuso Laura entonces, alzando las manos en actitud conciliadora.
Al menos, antes de volver a ponerse seria y agregar:
—Aunque si quieres contarme algo, aquí estoy, ¿vale? Puedes contar conmigo.
Lorena suspiró entonces, indecisa y desinflada ante esa franqueza que deseaba más que nada en el mundo después de lo ocurrido meses atrás. Por un diminuto instante, estuvo tentada de compartir con ella sus preocupaciones y su tribulación sobre Beni. Sin embargo, sólo de recordar su conversación de dos días antes y la opinión de ella de que ambos deberían terminar juntos, optó por abandonar la idea de momento y se limitó a sonreír con apreciación.
—Gracias, Lau. Lo tendré en cuenta —aseguró.
Su amiga, ajena a las dudas que corroían su interior, la imitó y asintió sin mayor acritud.
—Para eso estamos —aseguró, antes de acomodarse la mochilita en la espalda y hacer un gesto de despedida con la mano—. Venga, te veo luego en clase, ¿vale?
Lorena la imitó y, de esa forma, ambas amigas se despidieron hasta después de unas horas. Lo que no sabían es que alguien, que no imaginaban y que casualmente ese día había salido del gimnasio en otra dirección diferente a la habitual, las observaba en ese instante desde una esquina cercana. Al menos, antes de calarse la capucha de la sudadera roja y volver a su piso, situado a escasos veinte minutos andando de Moncloa. Sin querer pensar, aunque doliese igual, que su corazón se había vuelto a equivocar tras tres años de soledad.
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Editado: 10.06.2025