Cuando baje el sol de enero (estaciones #1)

17. Canciones cortavenas

Carlos resultó ser un joven de piel bronceada y madrileño encantador; de esos que marcaban mucho ciertas eses como jotas, según en qué palabras. Aun así, nada más aparecer los mellizos, una emocionada Laura corrió hacia Lorena y le presentó a su novio, el cual mostró una sonrisa educada en su rostro afeitado y de ojos castaños antes de saludarla con los dos besos de rigor. A Fran, por su parte, le estrechó la mano sin perder el gesto amable, antes de que Lorena hiciera lo propio entre su hermano y su mejor amiga de la facultad.

—Me han hablado de ti, Lorena —comentó Carlos, mientras se encaminaban hacia el autobús—. ¿Venís de Zaragoza, entonces?

—Sí, justamente de la capital —intervino Fran, pasándole un brazo por los hombros a su melliza con cariño—. La verdad es que no puedo estar más contento de que decidiera venirse.

Lorena contuvo una mueca de amargura al pensar en el motivo por el que se había mudado, antes de que Laura protestara:

—Desde luego, si lo que me ha contado es cierto…

Fran la observó de lado y luego a su hermana, preguntando sin palabras. Esta, algo estresada por la atención posada sobre ella y su pasado, y conteniendo las ganas de fulminar a Laura con la mirada, decidió atajar el asunto cuanto antes:

—Bueno, mejor no pensar en ello. Es genial tener gente con la que estar a gusto en Madrid, desde luego.

Con aquella simple declaración, Laura pareció relajarse a su vez e intercambió una mirada secreta con Carlos, de la que la zaragozana no entendió el significado. Así, después de soslayar el espinoso asunto de Víctor sin problemas, los cuatro siguieron intercambiando sobre asuntos banales hasta que se subieron al autobús 133, el primero que llegó de los que podían llevarlos a Moncloa.

Carlos preguntó un poco a los mellizos qué tal estaba resultando la adaptación a la capital en algunas cuestiones, como transporte y precios de las cosas, pero la conversación transcurrió del todo distendida desde ese instante hasta que se separaron para irse cada uno por una calle distinta. Fue en ese momento cuando Fran abrazó con menos recato a su hermana y preguntó:

—Bueno, ¿qué tal ha ido el día de mi maña preferida en el mundo?

Lorena se rió.

—Pelota. Pero bueno, te diré que sin grandes cambios. ¿Y el tuyo?

—Igual. Por cierto, tus amigos son muy majos —apuntó Fran con naturalidad.

—Sí. Laura es un encanto, he tenido mucha suerte con ella. Y a Carlos, en realidad, lo he conocido hoy —indicó ella—. Solo había oído hablar de él.

—Sí, me han parecido muy simpáticos los dos —reiteró Fran, con una sonrisa genuina—. Me alegro de que tengas gente en la facultad.

—Sí, está bien, para variar —coincidió Lorena.

—Oye, ¿al final hablaste con papá y mamá? —preguntó Fran entonces, en tono más serio.

Lorena suspiró. Tras la desbandada del fin de semana del Pilar y la fuerte discusión sobre Mégara, ante la mínima insistencia de Fran, la joven había aceptado llamar por fin a sus padres aquella mañana antes de ir a clase y les había pedido perdón. En el fondo, algo en ella entendía que quisieran vender a la yegua, le costase admitirlo o no. Pero la ínfima probabilidad de poder llevarla a una hípica en la sierra de Madrid le había dado las suficientes fuerzas y esperanzas para volver a negociar el asunto con aquellos que pagaban todas sus facturas, tal y como Hortensia le había recordado.

—Sí —repuso—, y creo que van a contemplar la posibilidad de que Mégara se venga para Madrid.

—Me alegro. Me dijiste que Beni te dio la idea, ¿no? —quiso saber Fran.

—Sí, justamente.

—Es un genio —lo alabó él con una risita bronca que Lorena coreó, al menos, antes de recuperar la seriedad y dejar que una mirada más prudente se adueñase de sus iris castaños—. Aunque, por cierto, he oído que vuelves a entrenar con él…

Lorena asintió sin dudar.

—¡Ah, sí! —repuso—. Ya hemos vuelto a la normalidad.

—Me alegro —reiteró él, aunque sin variar el tono—. De todas formas, ¿puedo preguntarte qué es lo que había pasado?

—¿Qué? Ah... Nada en particular —lo descartó Lorena, sin querer siquiera revivir las emociones de aquel trago tan amargo—. A ver, hubo un malentendido por culpa de Laura, pero fue sin maldad y ya está todo arreglado.

—Bueno, está bien —claudicó Fran sin esfuerzo aparente. Sin embargo, agregó algo que casi hizo reír a su melliza—. De todas formas, sé que él no es así, pero si hace cosas raras o algo…

Lorena sacudió la cabeza sin perder la sonrisa.

—Fran, Beni es un encanto y se preocupa por ti y por mí todos los días —aseguró, más convencida que en todo el mes—. No creo que fuese capaz de hacer nada malo, aunque se lo propusiera.

—La verdad es que tienes razón —coincidió Fran enseguida—. A mí Beni, a pesar de ser un poco cerrado para algunas cosas, me cuidó mucho el año pasado. Casi como un hermano mayor.

Lorena ladeó la cabeza, sin saber qué decir sobre el comentario del ostracismo de Beni. Ella también lo había notado un poco al tratar de conocerlo más en aquellas pocas semanas desde que se había mudado a Madrid, incluso cuando hicieron aquello del "Verdad o Reto" y particularmente en lo referente a tener pareja y sobre su familia, pero no le había dado importancia. Sobre todo, porque a la joven se le aceleraba el pulso solo de elucubrar sobre la cuestión más romántica, aún más desde su reconciliación en el gimnasio un par de días antes. De cualquier forma, sonrió cuando Fran hizo alusión a su relación casi fraternal con Beni.




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