Cuando baje el sol de enero (estaciones #1)

20. Por un polvo

Aquel seis de diciembre, a las puertas del primer puente de la Constitución que Fran y Lorena pasarían juntos con el grupo en Madrid, la joven no podía esperar a ver a Beni. Estaba decidida a confesarle de una vez por todas lo que sentía por él. Sí, aquella tarde-noche habían quedado para salir todos juntos, pero ella esperaba encontrar un momento a solas para sincerarse con el hombre que, en los últimos meses, le había devuelto las ganas de amar.

También era cierto que Fran había estado algo distante con ella en las últimas semanas, y no terminaba de entender por qué. Sin embargo, la nube rosa en la que vivía casi compensaba la falta de afecto fraternal. De hecho, cada vez le resultaba más evidente que, gracias a Beni, había logrado pasar página con Víctor, y esa seguridad recién descubierta la hacía sentir más fuerte que nunca.

Aun así, su entusiasmo se enfrió en cuanto vio aparecer a Beni por la puerta de su casa con cara de funeral. Fran había sido quien abrió, y, como era de esperar, ambos mantuvieron las apariencias, intercambiando apenas una sonrisa y dos besos de saludo. Pero algo se le retorció en el estómago mientras lo veía avanzar hacia el salón, flanqueado por su mellizo y Hernán, los tres hablando en voz baja.

Lorena intentó mantener sus nervios a raya mientras se terminaba de arreglar. Se maquilló con pulso firme y recogió su pelo con una pinza por encima de la nuca, pero la inquietud persistía. Cinco minutos después, cuando se acercó a la puerta del salón, las voces que alcanzó a oír a través de la madera no hicieron más que intensificarla.

—Así que vuelves a tener una visita indeseada en casa, ¿eh? —preguntó Fran, sin rastro de humor en la voz.

—Sí, además esta vez sin avisar, la muy petarda… —repuso Beni con fastidio.

—Bueno, si no te interesa, déjaselo claro cuanto antes, ¿no? —intervino Hernán.

Tal vez Beni respondió en ese momento, o tal vez no. Lorena ya no lo escuchaba. Un nudo le subió a la garganta mientras se apoyaba en la pared del pasillo, sintiendo cómo su mente se llenaba de preguntas desordenadas. ¿Qué significaba aquello? ¿De qué hablaban? O peor aún… ¿de quién?

El pasado regresó como una bofetada, arrastrando consigo miedos que creía superados. En ese instante, la puerta del salón se entornó y se encontró de frente con Fran.

—¡Lo! —la llamó él, acercándose con aprensión, lo que la tomó por sorpresa después de la frialdad con la que la había tratado el último mes—. ¿Qué haces ahí escondida?

Lorena sintió el calor subiéndole a las mejillas justo cuando Hernán y Beni se asomaban también tras su mellizo. Si hubiese estado más atenta, habría notado la tensión repentina en el rostro de su… ¿novio? Si es que podían llamarlo así. Después de lo que acababa de escuchar, ya no estaba segura de querer conocer la respuesta a esa pregunta.

Pero, invadida por un súbito pudor ante la atención de los tres chicos, inspiró hondo y optó por fingir con una sonrisa forzada.

—Perdón, lo siento —se excusó—. Acababa de llegar y os he escuchado hablando. No quería interrumpir…

—Por Dios, Lore, qué vas a interrumpir —la reprendió Hernán con afecto, sin rastro de molestia, antes de tenderle una mano—. ¿Estás lista?

—Sí, claro —respondió ella, evitando mirar demasiado a Beni y dejándose arropar por su hermano y su compañero de piso—. Cuando queráis.

—Vamos —intervino el rubio más alto, con un tono que intentaba aligerar la tensión—. Que yo necesito una cerveza a la de ya…

Ante la espontaneidad del comentario, los otros tres rieron, aunque con una tensión perceptible en el ambiente. Lorena lo notó al instante, con un nudo en el estómago que no lograba deshacer.

Cuando salían del salón y Fran y Hernán ya se habían adelantado, sintió de pronto una mano grande posarse con suavidad en su hombro, deteniéndola.

—Eh —susurró Beni. En sus ojos verdes relucía un destello de cariño que hizo que la joven se estremeciera—. ¿Todo en orden?

Ella dudó. No sabía cómo desprenderse de aquella maldita sensación que llevaba meses sin experimentar y que, de repente, había vuelto con fuerza. Miles de preguntas se agolpaban en su cabeza sin saber por cuál empezar. Pero al ver la genuina preocupación en el rostro de él, intentó restarle importancia, sacudiendo la cabeza.

—Sí, todo bien —aseguró.

Sin embargo, al avanzar hacia la salida, se atrevió a preguntar:

—Oye… ¿puedo preguntarte algo?

—Claro, dime —respondió él en el mismo tono, caminando a su lado mientras los otros dos los esperaban en la puerta, observándolos de lejos.

Lorena tragó saliva.

—¿De quién hablabais antes?

Para su desconcierto, un gesto fugaz cruzó el rostro de Beni. Fue tan rápido que casi deseó haberlo imaginado. Aun así, su respuesta fue lo suficientemente neutral como para inquietarla más, incluso con la media sonrisa confiada que la acompañó:

—De nadie importante, créeme. Vamos.

Y con eso, la conversación terminó.

Se reunieron con los otros dos chicos en el rellano, pero el nudo en su estómago no hizo más que apretarse. Durante las siguientes dos horas, mientras bebían cervezas y cenaban cerca de Fuencarral —a una media hora andando del piso—, la inquietud no la abandonó ni un segundo. Algo no encajaba, y cuanto más intentaba ignorarlo, más lo sentía.




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