Al día siguiente, los cinco se levantaron y desayunaron juntos en un ambiente camaraderil. De hecho, hasta Lorena pareció sonreír a Beni con más ganas que la noche anterior, y el gigantón quiso pensar que su actitud solo había sido fruto de su imaginación, sumado quizá a su temor a perderla. Algo que no le había confesado tampoco, pero que albergaba cada vez con más fuerza en su alma. Quería estar con ella y apostar por su relación por primera vez en años; cada día estaba más seguro de ello.
Aparte, José se disculpó por la actitud de Alicia en cuanto Beni volvió al piso ese fin de semana, y la joven casi se había vuelto a Valencia la misma tarde del sábado, así que él estaba mucho más tranquilo.
Así, después del puente de diciembre, pasaron dos semanas en las que las cosas parecieron volver a su cauce poco a poco, o al menos esa era la impresión de Beni. Lorena seguía algo ausente a veces, y él la notaba más distraída de lo normal cuando estaban juntos, pero prefirió no darle importancia y dejar que las cosas siguieran su curso. Por otra parte, tampoco se atrevía del todo a declararle sus sentimientos de una vez por todas, ya que nunca parecía darse la ocasión ideal. O bien solían quedar todos en grupo o, cuando estaban a solas, sus citas duraban poco con la excusa de que tenían que estudiar. Cierto era que Beni empezaba los exámenes al poco de volver de las vacaciones de Navidad, pero tampoco conseguía explicarse la actitud de la chica. Al menos, hasta que llegó el último día de clases.
La jornada empezó como siempre. Lorena le dijo a Beni que ese día no iría al gimnasio, pero él trató de tomárselo con optimismo y no preguntó más. Al contrario, su mente solo podía anticipar el hecho de que ella vendría a buscarlo después de clase en la Escuela y se irían los dos a comer por ahí, para pasar la última tarde juntos antes de Navidad. El joven había decidido que ese era el momento de decirle a Lorena que la quería y, de hecho, las clases se hicieron insoportablemente lentas hasta que sonó el último timbre.
El gigantón salió entonces del aula hablando con dos compañeras con las que justo tenía que hacer una entrega después de las vacaciones, pero su sonrisa solo se hizo más amplia al ver a Lorena en el gran recibidor, apoyada en el respaldo de un sillón cercano.
—Eh, hola —saludó él, cariñoso, tras despedirse de las otras estudiantes y trotar en su dirección—. ¿Llevas mucho esperando?
Beni se inclinó para besarla, pero ella lo rechazó, para su extrañeza, y tampoco respondió. En cambio, observó con algo que parecía desprecio a las otras alumnas alejarse por el enorme recibidor antes de preguntar de malas maneras:
—¿Quiénes son esas?
—Pues… mis compañeras de clase. ¿Por qué lo preguntas?
Lorena bufó y sacudió la cabeza, pero no respondió. Beni empezó a preocuparse.
—Ratita…
—¡No me llames así!
El grito fue tan repentino, cortante y doloroso que Beni se quedó por un instante paralizado, sin saber qué hacer. Al menos, hasta que Lorena volvió a abrir la boca y las peores sospechas del joven se confirmaron:
—¿Te crees que soy idiota, Beni? ¿Crees que no veo lo que pasa por delante de mis narices o qué?
Incrédulo, el acusado aún tardó un par de segundos preciosos en reaccionar a aquel ataque injustificado. Aun así, al cabo de ese tiempo y al comprobar que algunos de los alumnos cercanos se quedaban mirándolos, tomó una decisión de la que esperaba no arrepentirse.
Cogió a Lorena sin ceremonia alguna por el brazo y, a pesar de sus protestas para que la soltara, la arrastró sin violencia hacia un rincón más apartado del recibidor.
—¡Suéltame!
—Lorena, joder, baja la voz —pidió él, empezando a enfadarse. ¿A qué venía aquel circo?—. ¿Qué coño te pasa? ¿Qué he hecho?
Para su mayor dolor y estupor, la joven lo observó con algo que parecía una profunda decepción pintada en sus ojos oscuros.
—No tienes ni idea, ¿verdad? —susurró. Luego, ante su silencio incrédulo, alzó de nuevo la voz y empezó a gritarle otra vez—. ¡Claro que no puedes entenderlo! Siempre tienes a la chica que quieres detrás de ti, o a las que te da la gana, como y cuando quieres. Y a las demás... ¡que nos den!, ¿verdad? Como si no fuéramos nadie. ¡Sois todos iguales!
—Lorena... —Beni susurró su nombre, herido hasta el alma por aquellas palabras—. ¿Qué estás diciendo? ¿Acaso… te estás oyendo?
Pero la joven no parecía dispuesta a dejarlo correr y volver a ser la dulce y amable estudiante de Veterinaria de la que él se había enamorado hasta la médula, aunque todavía no se lo hubiese confesado tal cual. En cambio, arremetió de nuevo con algo que lo dejó petrificado en el sitio:
—Te he visto salir con esas chicas de clase, riéndote con ellas. He visto cómo se te pegaban, intentando que les hicieras caso —lo acusó—. ¿O te crees que estoy ciega?
Beni ya no pudo soportarlo más. Que Lorena lo acusara de algo semejante, considerando lo que él pensaba sobre engañar a alguien a quien querías —y lo supiera ella o no—, fue la gota que colmó el vaso de su paciencia. Del pasmo pasó a la ira en un abrir y cerrar de ojos, encarando a la chica con una expresión que habría hecho huir a cualquiera en dirección contraria. Sin embargo, ella no se movió, y quizá eso fue lo que precipitó todo de la peor forma posible.
#18056 en Novela romántica
#2473 en Novela contemporánea
estudiante de universidad, romance adulto drama, companeros de piso
Editado: 10.06.2025