Aquellas Navidades fueron las más raras que Fran recordaba haber pasado en mucho tiempo. A pesar del ambiente festivo y familiar que encontraron nada más llegar a Zaragoza, durante toda la primera semana al chico le dolió ver que Lorena parecía seguir enfadada con él hiciera lo que hiciese. De hecho, la joven apenas le dirigía la palabra y, cuando salía, lo hacía sola con sus primas; o, si iban juntos, lo evitaba.
Aun así, una de las cosas que más preocupaba a Fran era que Lorena incluso había dejado de ir a montar con Mégara. Sus padres también se extrañaron e intentaron indagar sobre el porqué —más aún después de la bronca que tuvieron en octubre al respecto—, pero la joven mantenía su ostracismo incluso con ellos y se limitaba a esquivarlos, encerrándose en su cuarto la mayor parte del tiempo. Fran juraría que alguna vez la había escuchado sollozar por lo bajo al otro lado de la puerta, pero no había querido insistir por temor a obtener la misma reacción que antes de las vacaciones. No soportaba discutir con su melliza.
Por otro lado, durante aquel periodo, Fran y Beni siguieron hablando por mensaje, aunque muy poco, principalmente porque el primero tenía sentimientos encontrados —y no sin razón—. En parte, sentía que estaba traicionando a su adorada hermana de alguna forma; pero, al mismo tiempo, también notaba con creciente frecuencia que la actitud de ella no estaba siendo nada razonable, empezando por cómo se comportaba con él. El mellizo sospechaba que todo venía, efectivamente, del mismo origen, y solo de pensarlo le hervía la sangre; pero tampoco sabía qué hacer para solucionarlo.
También era cierto que, en un momento a solas con su madre durante la preparación de la cena de Nochevieja, Fran había cedido por fin y se había desahogado con ella sobre lo ocurrido. Y, aunque se mostró tan apenada como suponía, el joven también recibió una suave advertencia para no meterse más de la cuenta entre Lorena y Beni. Más que nada, porque sería él quien saldría más afectado incluso que los dos implicados si la cosa no mejoraba y la separación era definitiva.
Aun así, el propio Fran no pudo evitar sentir un retortijón en el alma al mirar el móvil la madrugada del día de Año Nuevo, tras despedirse de sus amigos al llegar a casa, y ver por casualidad el estado de su mejor amigo en Madrid hasta la fecha:
«El dolor de pensar que habías encontrado a la persona adecuada y volverte a equivocar».
El mensaje iba seguido de un emoticono de un corazón roto; innecesario, en opinión del zaragozano, ya que las palabras rezumaban dolor por sí solas. De cualquier forma, nada estrujó ni distrajo más los pensamientos de Fran como los sollozos apagados que escuchó nada más entrar en casa, a pocos pasos de la puerta principal. Mientras que él había salido durante un par de horas con sus amigos de siempre, Lorena se había encerrado en su cuarto casi de inmediato tras las campanadas de fin de año, pero estaba claro que no se había dormido aún.
A pesar de que la puerta estaba cerrada, el origen del llanto era evidente, y esta vez Fran optó por intervenir.
De entrada, golpeó la madera con educación. Como suponía, los gemidos al otro lado cesaron de golpe, pero Lorena tampoco preguntó quién era. Aun así, el joven optó por mover despacio el picaporte y asomarse apenas por la rendija abierta.
—¿Lo? —llamó, quedo.
Como imaginaba, al comprobar que era él, su melliza se relajó un tanto; hasta el punto de incluso liberar un suspiro agotado y erguirse en la suave penumbra del dormitorio, apenas alumbrada por la luz procedente de la pantalla del móvil.
—Fran… —sorbió—. ¿Qué pasa? ¿Estás bien?
Él suspiró para sus adentros y sonrió, conciliador, antes de adentrarse en el dormitorio y cerrar tras de sí.
—Yo sí, pero te he oído llorar nada más llegar y me he preocupado —confesó, para después sentarse en el borde de la cama de la joven y encender la linterna de su móvil en busca de más iluminación. Si encendían alguna lámpara del dormitorio, sus padres podrían preguntar qué ocurría, y por código de hermanos ambos sabían que no era el momento adecuado—. ¿Quieres hablar de ello?
Durante dos segundos hubo un silencio tenso entre los hermanos, hasta que Lorena, por fin, claudicó con un nuevo sollozo y empujó el móvil encendido en su dirección. En la pantalla, como Fran debió intuir, se veía un perfil que él conocía de sobra y cuyo estado también acababa de leer hacía escasos minutos.
—No puedo más, Fran. No puedo seguir así —sollozó ella.
—¿Qué quieres decir? —indagó él, sin violencia.
Lorena, por su parte, pareció necesitar unos segundos para serenarse antes de responder.
—Que, aunque me encantaría pasar página, no puedo estar sin él —admitió en un gemido bajo, sin sorprender en absoluto a su hermano—. No puedo.
Fran suspiró.
—Lo, sabes que puedes contar conmigo para lo que necesites —le recordó.
Ella, por primera vez en días, pareció aceptar su propuesta sin rechistar.
—Siento haberte tratado así estos días —se disculpó entre lágrimas—. Es que... Me daba mucho miedo pensar que... Que…
La joven calló, en apariencia incapaz de seguir, pero Fran empleó su tono más dulce para insistir:
—¿El qué?
Lorena sorbió y se irguió para encararlo con ojos llorosos, sin responder enseguida. Aun así, cuando lo hizo, fue apenas un gemido que Fran no sabía si había oído bien:
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Editado: 10.06.2025