Cuando baje el sol de enero (estaciones #1)

23. Por si regresas

A la vuelta de las navidades, Fran volvió a escribir a Beni después de muchos días para verse y comer juntos en la Escuela de Arquitectura. Para su alivio, el de Valladolid no puso demasiadas pegas e incluso se le notaba animado por el Whatsapp. Aun así, aquel mediodía del ocho de enero y primer día de clases en el año para la mayoría de ellos, Fran caminaba de un lado a otro del enorme recibidor de la Escuela de Arquitectura de la Politécnica con las manos en los bolsillos y tan nervioso como un gato enjaulado.

—Eh, Paquito.

El aludido dio un respingo y se giró, alertado. Su mejor amigo en Madrid y antiguo compañero de cuarto lo miraba desde treinta centímetros más arriba, con expresión seria. No lo había oído llegar, pero Fran quiso notar un punto de cordialidad en su tono que había extrañado sin darse cuenta durante todas las vacaciones. Algo que se diluyó apenas cuando le tendió una mano y el otro chico la estrechó de inmediato.

—Feliz año, Beni —le deseó.

—Lo mismo digo —repuso el rubio, con media sonrisa camarada que Fran también admitía haber añorado durante meses—. ¿Vamos a la cafetería? Estoy famélico —indicó, señalando al fondo del recibidor con intención.

El zaragozano asintió con idéntica expresión y lo invitó a abrir la marcha.

—Claro. Vamos, que no eres el único —repuso. Sin otra palabra, los dos se encaminaron hacia la zona del cátering. Tras coger cada uno su comida y pagar, se dirigieron hacia una de las grandes mesas para sentarse uno enfrente del otro—. Bueno ¿cómo habéis estado en Valladolid?

—No ha estado mal, con un frío de cojones, te puedes imaginar —repuso Beni con su desparpajo habitual, antes de meterse un tenedor de carne en la boca. Fran se rio antes de imitarlo—. Y… ¿en Zaragoza?

—Pues, tampoco ha estado muy mal… El cierzo, pegando fuerte, como de costumbre —bromeó.

—Ya me imagino —sonrió Beni, confidente—. Y… ¿la familia?

Casi sin pretenderlo, Fran se puso más serio y bajó la voz.

—Bien, bueno… Han sido fechas complicadas, la verdad —confesó, apagado.

Beni bufó, con el rostro contraído de dolor, antes de preguntar en voz muy baja:

—¿Cómo está?

—¿Quién? ¿Lorena? —preguntó Fran, sin saber si había acertado. Beni asintió para confirmar sus sospechas y el zaragozano resopló—. Pues… regular, por decirlo de alguna manera. Casi ni me ha hablado estas navidades —lo informó, desapasionado—, así que imagínate…

—Ya… Joder, menudo lío.

—¿Qué quieres decir? —–quiso saber Fran.

Tras aquel exabrupto y el obvio interés, Beni pareció meditar lo que quería decir a continuación, porque inclinó la barbilla e incluso su rostro pareció ponerse un punto más rosado de lo habitual.

—Pues que… No sé. Al principio, te reconozco que me enfadé muchísimo porque tu hermana me estaba tratando como si fuera su ex y pudiese siquiera pensar en hacerle algo así —confesó, sin pasión en la voz—, pero… lo he estado pensando y sé que te sonará a argumento manido, pero… daría lo que fuera por volver a verla. Y me da vergüenza confesártelo justo a ti, no te creas. Aunque sólo fuese para hablar y poder explicarle lo que me come por dentro. Lo siento, sé que es una estupidez —reiteró, con la cabeza gacha y clavada en su bandeja vacía.

—Bueno… A lo mejor no lo es.

Al escuchar aquella voz a su espalda, como Fran imaginaba, Beni se quedó rígido antes de girarse como a cámara lenta hacia ella. Sin embargo, el rostro del de Valladolid estaba plano cuando su mirada se encontró con la de Lorena a sus espaldas, y rozaba la incredulidad cuando alternó la vista entre los dos hermanos. Ante lo cual, este último enseguida suspiró y alzó las manos con gesto de disculpa:

—Os dejo solos —anunció, levantándose de inmediato y cogiendo su macuto.

Para bien o para mal, ninguno de los otros dos presentes reaccionó de primeras, conspicuo el rostro de Lorena y contraído de enfado por la encerrona el de Beni. Tras la conversación en Año Nuevo y después de que la joven se tranquilizase del todo, los dos hermanos habían ultimado un plan para que ella pudiese hablar con el vallisoletano de alguna forma y al menos disculparse por sus acusaciones de antes de Navidad. Por otro lado, su mellizo se había sentido bastante seguro al respecto cuando al llamar a Beni para quedar tan solo unos días después del retorno a Madrid de todos ellos, el de Valladolid no había renegado demasiado. Y, después de escuchar su última confesión sobre cómo se sentía, Fran percibía más que nunca que aquello era lo correcto.

Por supuesto, el de Zaragoza también sabía que quizá se jugaba del todo su amistad con Beni después de aquello, sobre todo si las cosas no iban como debían; pero, como le había dicho a Lorena, jamás la había visto tan feliz como con él y conocía lo suficiente a su antiguo compañero de cuarto como para creer que podía ayudarla a enterrar el pasado. De ahí que rezase con todas sus fuerzas porque todo fuese bien mientras sus pasos lo conducían, fuera del edificio, a la fría y despejada tarde del enero madrileño.

***

Cuando su hermano desapareció hacia la salida del enorme comedor, Lorena sintió que las rodillas le temblaban más que nunca a causa de la vergüenza y el terror involuntario de volver a estar frente a un Beni que parecía de todo menos contento de volver a verla. De hecho, el hombretón rubio mantuvo la mirada clavada en la espalda de su hermano hasta que este no fue más que un punto en la lejanía, antes de encararla con una frialdad aterradora.




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