Cuando la luz del sol lo despertó a la mañana siguiente, al principio Beni se sintió algo desorientado. Nada más abrir los ojos, en la claridad del día —producida por estar la persiana a medio bajar—, observó con extrañeza la coqueta lámpara redonda que colgaba del techo y las molduras entre este y las paredes; antes de que su mirada descendiese para posarse sobre un armario y unas estanterías que, de entrada, no reconoció. ¿Dónde estaba?
No tardó mucho en averiguarlo: de hecho, toda preocupación desapareció en cuanto giró la barbilla hacia la derecha y contempló a la menuda figura que dormía a su lado. Poco a poco, el nerviosismo remitió para dar lugar a un intenso amor, al tiempo que todos los recuerdos de la noche anterior regresaban con detalle a su memoria. Incluso desde antes de que cayeran enredados en la cama, todo había sido tan dulce que al gigantón se le antojaba casi un sueño; y el hecho de haberse declarado por fin a Lorena en condiciones solo le hacía más feliz.
También era cierto que, cuando pasaron al plano más físico, al propio Beni le había costado reprimir sus instintos en más de una ocasión, inseguridad aparte sobre si sabría hacer disfrutar a una mujer después de tanto tiempo y de la escasa experiencia que había llegado a tener con Paulina. Más aún al ver la aparente inocencia y timidez de Lorena desde que habían llegado a casa. Sin embargo, al final todo había resultado tan bien que el joven estudiante casi no se creía que hubiese sucedido de verdad.
Sonriendo como un idiota y sin importarle lo más mínimo, dejó caer de nuevo su enorme cuerpo sobre el colchón, todo mientras no podía dejar de observar a aquella preciosa chica que le había robado el corazón sin remedio. Creía que después de Paulina sería incapaz de volver a enamorarse, pero Lorena había aterrizado en su vida para darle un giro de ciento ochenta grados; casi como un huracán que había logrado llevarse lejos todos los posibles miedos y le había permitido volver a apostar por el amor.
Por desgracia, ella se despertó en cuanto se le ocurrió acercar los dedos a su rostro para apartarle apenas un mechón de pelo que le caía sobre la frente. Al notar su roce, Lorena dio un pequeño respingo y parpadeó con rapidez, para ligera decepción de su amante. Aun así, la sonrisa espontánea que ella le devolvió en cuanto consiguió enfocarlo hizo que el de Valladolid se sintiese el hombre más afortunado del planeta.
—Buenos días —susurró la joven, somnolienta, dejándose caer de nuevo en la almohada.
—Buenos días, ratita —repuso él en el mismo tono, antes de inclinarse para darle un tierno beso en los labios que ella le devolvió sin pega—. ¿Has dormido bien?
Ella sonrió más ampliamente antes de asentir, ya con los ojos abiertos del todo y mirándolo con intenso amor; aunque su ceño se frunció un poco cuando su mirada se desvió hacia la piel de él, primero, y después hacia ella misma. Aun así, Beni casi se echó a reír cuando ella preguntó con clara confusión:
—Oye… ¿Por qué yo estoy vestida y tú no?
Ante su silencio y sus labios apretados para reprimir la diversión y la vergüenza a partes iguales, la joven agregó con cierto tono de advertencia:
—Beni… ¿Qué pasó anoche de lo que no me haya enterado?
El aludido sacudió la cabeza.
—Oye, no te lo tomes a mal, ratita mía —le pidió, sin poder camuflar una sonrisa de pura disculpa—. Pero después de que cayeras redonda en el sofá, por mucho que me guste verte desnuda, lo último que iba a hacer era desvestirte para dormir.
Lorena lo miró con cierta extrañeza mezclada con sueño residual, mientras trataba de procesar toda aquella información. Quizá por ello, Beni optó por ser del todo sincero y levantó el nórdico para que ella pudiera mirar debajo.
—¿Ves? Que… no me traje pijama, y no iba a meterme en la cama con la ropa de calle, pero me he portado bien.
Lorena enfocó la dirección indicada y su novio habría jurado que contenía una risita cargada de pudor. En efecto, ante la incertidumbre de lo que sucedería o no entre ellos, Beni prácticamente no se había traído nada más que lo puesto a casa de Lorena. Más que nada, por si las cosas no salían como él esperaba. Aun así, aunque se había desnudado después de cenar para no acostarse con ropa de diario en cama ajena, por pura decencia innata sí se había dejado los calzoncillos puestos durante toda la noche.
Por suerte, la joven enseguida pareció convencida por su argumento, algo que demostró con el sencillo gesto de acercarse a él y pasarle un brazo por la cintura.
—Bueno, no te preocupes —dijo entonces, mirándolo de nuevo con cariño y cierto aire pícaro—. Espero que al menos no hayas tenido frío…
Beni sonrió y la atrajo hacia sí, siguiéndole el juego.
—Para nada, he dormido estupendamente a tu lado.
Lorena se ruborizó de forma deliciosa, pero no respondió. En lugar de eso, se acurrucó más contra su piel y enterró la nariz en el hueco de su hombro con un tierno suspiro.
—Anoche fue maravilloso —murmuró entonces, haciendo que Beni la abrazara con más ganas y sonriera de oreja a oreja sobre su cabello.
—No puedo estar más de acuerdo —corroboró él, haciendo que ella lo encarase con un brillo divino en los ojos oscuros—. Si te soy sincero, hacía demasiado tiempo que no disfrutaba así con nadie. Creo que ahora sería incapaz de concebir otra cosa.
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Editado: 03.06.2025