Febrero avanzó a buen ritmo entre la rutina estudiantil y citas esporádicas para la pareja. Marzo, en cambio, comenzó perezoso, mayormente nublado. Aun así, algo en el ambiente anticipaba la cercanía de la primavera. O eso, o simplemente eran los ánimos elevados que Beni llevaba arrastrando desde hacía casi dos meses. De hecho, aquella tarde-noche de jueves, el joven se dirigía a la Facultad de Veterinaria de la Complutense para recoger a la que ya consideraba su novia con todas las de la ley y acompañarla a casa para cenar todos juntos. Fuera como fuese, no podía evitar el suave cosquilleo en el estómago cada vez que pensaba en estar a su lado… y tampoco es que se cansara de ello.
Tras dar unas cuantas vueltas con su pequeño Opel Corsa, Beni localizó el Hospital Veterinario Complutense, situado en la parte trasera del enorme complejo que ocupaba, sin duda, una de las facultades más costosas de la universidad. Nada más aparcar junto a la que parecía ser la entrada principal del edificio, el joven comprobó que ya había movimiento al otro lado de las cristaleras y en el pasillo más allá: tres puertas dobles se abrían de par en par mientras una riada de alumnos comenzaba a salir, deseando terminar el día.
Por precaución, y nada más salir del coche, Beni sacó el móvil y revisó el WhatsApp, asegurándose de que no se había confundido:
Lorena:
Tengo las prácticas en el edificio de justo enfrente del hospital
La puerta que tiene columnas y una puerta acristalada enorme
Yo saldré de ese edificio pequeño enfrente
Beni sonrió y asintió para sí antes de apoyarse en el muro de ladrillo del segundo edificio que Lorena le había indicado. Desde allí, alternaba la mirada entre el móvil y los alrededores para comprobar cuándo salía su chica.
Sin embargo, pasaron algunos minutos desde que la marabunta de alumnos comenzó a salir —tanto del interior del hospital como de los alrededores, incluido el edificio que ella había señalado—, y Lorena aún no aparecía. Reuniendo valor, el gigantón decidió entonces detener a una chica de pelo rizado y oscuro que justo en ese momento salía por la puerta más cercana mientras se colocaba una bolsa bandolera al costado.
—Oye, perdona —la llamó con educación, alargando un brazo en su dirección.
La joven dio un pequeño respingo, sorprendida por encontrarse con un desconocido tan de sopetón y a esas horas. Sus ojos azules brillaron con un matiz que no gustó del todo a Beni en cuanto se giró hacia él. Como ya le había dicho a Lorena en su día, era consciente del efecto que tenía en muchas mujeres, pero no le agradaba que incluso su lenguaje corporal se lo recordara. Aun así, sacando fuerzas de flaqueza, forzó una sonrisa amable y preguntó sin alzar la voz:
—Disculpa… ¿Sabes si ya han salido los de la práctica de segundo?
La chica se relajó de inmediato al oírlo, pero frunció el ceño con ligera confusión antes de responder:
—Oh, pues… depende. ¿Cuál de ellas?
Pillado en falso, Beni apretó los labios, frustrado por no poder recordar el nombre que Lorena le había dicho esa misma mañana. Finalmente, suspiró y se rindió con una sonrisa resignada.
—Pues… no estoy seguro. Pero no te preocupes —le restó importancia, amable—. Espero por aquí. Gracias.
La joven frente a él no parecía del todo convencida, pero Beni exhaló con alivio cuando ella se encogió de hombros y se dio la vuelta para irse. De inmediato, él se retiró un poco y volvió a apoyarse en el muro a su espalda, obligándose a no desesperar. Al menos hasta un segundo después, cuando ella se giró de nuevo, lo miró con un extraño interés y preguntó:
—Oye, ¿eres… Beni, por casualidad?
Por puro impulso, el aludido se tensó y alzó la barbilla muy despacio. ¿Por qué esa chica sabía quién era?
—Depende. ¿Quién pregunta? —respondió, procurando camuflar su tensión bajo una máscara neutral.
Aun así, lo último que esperaba era que ella sonriera con aparente naturalidad y respondiera:
—Soy Laura, la amiga de Lore. No sé si te habrá hablado de mí…
«Joder, claro».
Por una décima de segundo, Beni se sintió completamente idiota por no haber caído en ello. ¿Segundo de grado, Facultad de Veterinaria Complutense y alguien que había oído hablar de él? Por supuesto que no le sorprendía… Quizá por eso, su animosidad se evaporó como por arte de magia. Se irguió y asintió, con un gesto ya más afable.
—¡Ah! Sí, me han hablado de ti —le confirmó con calma—. Encantado.
—Lo mismo digo —repuso ella, dando apenas un par de pasos hacia él, aunque sin que intercambiaran más gestos de saludo ni percibirse tensión alguna—. Tu chica se ha quedado a consultar unas dudas con el profe de Parásitos —explicó—, pero seguro que enseguida viene… Ah, mira, justo, ¡ahí está la muy tardona! —añadió, señalando sin asomo de reproche.
En efecto, en ese momento Lorena apareció por la puerta, colocándose la fina chaqueta de lana bajo la mochila. Por un instante tenso, al verlos allí plantados, se quedó paralizada en la penumbra. Beni temió lo peor por un absurdo segundo… hasta que ella se relajó al ver su sonrisa bajo la tenue luz de la farola más cercana. El joven tendió un brazo hacia ella, y Lorena se refugió en él apenas dos segundos después.
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Editado: 10.06.2025