El edificio de Lorena estaba en calma a la hora en que la pareja entró por la puerta enrejada principal y se dirigió al ascensor. Durante todo el trayecto apenas habían hablado, y esta vez no fue una excepción: permanecieron abrazados en silencio hasta que el pequeño cubículo se detuvo en el piso de la chica. Una vez allí, caminaron hasta su puerta, al otro lado de la cual se respiraba la tranquilidad de cualquier sábado por la noche. Aunque debieron saber que su presencia no pasaría desapercibida mucho tiempo, siendo fin de semana y, aunque ya pasaran de las doce, no todos dormían aún.
Menos aún cuando la primera cabeza rizada asomó desde una puerta abierta unos metros más allá.
—¿Lore? ¿Beni?
Los aludidos sonrieron casi al unísono, con cansancio y un punto de disculpa.
—Hola, chicos.
—¿Qué hacéis aquí? —preguntó Fran, con genuina sorpresa, asomando a su vez desde el salón—. Pensé que hoy pasabais la noche en tu casa…
Como primera reacción, Beni cruzó una mirada triste con Lorena, mientras ella se abrazaba a su costado.
—Bueno, no era el plan venir aquí, es cierto —admitió ella—, pero digamos que hemos tenido un rato… movidito en mi piso.
—¿Y? ¿Qué pasó? —preguntó Hernán, con evidente interés.
Beni inspiró con fuerza, como si le costara encontrar palabras para describir el circo que se habían encontrado en su dormitorio hacía media hora.
—La hermana de José trató de hacernos una encerrona para intentar que yo dejase de lado a Lorena, digamos —acabó por resumir, agotado, al tiempo que rozaba su nariz con la de la joven con mimo—. Por suerte, en cuanto le he dicho que se largase, ha obedecido y nos ha dejado en paz.
—Uf, vaya marrón, colega —resopló Marcos, asomado por detrás de Fran—. Hasta yo lo habría pasado mal, y mira que me gusta que las tías me hagan caso.
Beni suspiró, todavía ciñendo a su novia contra su cuerpo como si fuese su única tabla de salvación en el mundo, y la miró con un amor infinito.
—No va a ser tan fácil separarnos, eso lo tengo claro —murmuró, haciendo que Lorena sonriera con dulzura.
—Bueno, pues… Ya sabes que aquí tienes tu casa —terció Hernán, recibiendo una mirada de aprobación de los otros dos chicos—. Así que instálate sin problema.
—Gracias, chicos —repuso Lorena, clavando una mirada algo más interrogante en su hermano. Este sonrió enseguida y asintió, como si entendiera la muda pregunta, y ella lo imitó con algo más de energía—. Os prometo que no pasará nada, nos portaremos bien.
—Bueno, más vale —añadió Hernán con sorna—, que esta noche quiero dormir.
No pudieron evitarlo: los cinco se echaron a reír antes de que los tres inquilinos dejaran que Beni y Lorena se acomodaran. Casi de inmediato, los dos jóvenes se encerraron en el dormitorio de esta última, sumidos en un silencio extraño. La chica prefirió no ahondar en lo ocurrido, aunque le doliese ver el abatimiento de Beni en casi cada uno de sus gestos. De hecho, se obligó a no dejarse llevar por la ansiedad cuando él entró directamente al aseo con la mochila en la mano y cerró tras de sí sin decir una palabra.
Sintiendo cómo la angustia ascendía por cada uno de sus músculos, Lorena intentó respirar con normalidad, tratando una vez más —y sin éxito— de deshacer el fuerte nudo que tenía en el pecho desde el encontronazo con Alicia. Después, se quitó la ropa y se puso el pijama blanco y rojo de Silvestre y Piolín que guardaba bajo la almohada, todo sin dejar de rumiar pensamientos con la espalda vuelta a la puerta del baño.
Aun así, en cuanto esta se abrió, se giró de inmediato. Beni ya estaba aseado y listo para dormir. A pesar de que ya lo había visto en pijama durante aquel desastroso puente de diciembre, en esta ocasión le pareció casi… vulnerable, con aquellos ligeros pantalones grises y la ancha camiseta azul de manga corta. Solo cuando sus miradas se cruzaron, el rubio pareció volver de golpe a la realidad. Muy despacio, dejó la mochila en el suelo y se irguió para encararla.
—Eh… —saludó entonces, con el aire más tímido que Lorena le había visto nunca, como si acabara de ser consciente de que, en realidad, no estaba solo.
—Eh… Hola —repuso ella con mimo, tratando de mostrarse serena como pudo—. ¿Cómo estás?
Su novio, por su parte, cambió el peso de un pie a otro con el gesto contraído.
—Bueno… me está costando dejar de darle vueltas —admitió, cansino—. Menudo fiasco de noche, ¿eh?
—Eh. Oye, ven aquí —lo llamó ella desde su lado de la cama, tendiéndole una mano que él aceptó a regañadientes antes de sentarse en el borde del colchón. Lorena lo abrazó por la espalda, de rodillas sobre el nórdico—. Esto solo ha sido un bache, pero creo que el resto ha sido perfecto. Y Fran está totalmente de acuerdo en que duermas conmigo esta noche —le recordó—, así que creo que podemos estar cien por cien tranquilos. Compensa un poco, ¿no crees? —bromeó junto a su oído.
—Bueno… A pesar de todo, siento haber arruinado el segundo regalo —la imitó él, con algo más de hastío, antes de frotarse la cara con las manos en actitud agotada—. Lo siento, Lorena. Esto no tenía que haber pasado.
La joven frunció los labios con suavidad antes de adelantarse para depositar un beso en su mejilla lampiña.
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Editado: 22.07.2025