Cuando baje el sol de enero (estaciones #1)

36. Hasta que llegaste

Cuando Lorena y Beni entraron de nuevo en la casa, el olor a pan tostado ya llegaba hasta la puerta de la terraza, y ambos se encaminaron abrazados hasta la cocina, donde los esperaban los otros tres ocupantes del piso.

—Buenos días. ¿Qué tal habéis dormido? —saludó Marcos, tan cordial como siempre, mientras retiraba la cafetera humeante del fuego y empezaba a servir tazas de líquido oscuro para todos.

—Bien, a pesar de no estar acostumbrado a dormir con compañía —ironizó Beni, sentándose en la única silla libre que quedaba y dejando que Lorena se acomodase sin pega sobre una de sus rodillas—. Aunque también diría que tenéis mejores colchones que en mi piso…

—La casera nos cuida mucho, cierto —apuntó Hernán, con la boca llena de tostada con mantequilla—. No nos podemos quejar.

—De todas formas, vaya movida lo de anoche ¿no? —insistió Marcos, visiblemente perplejo y también masticando—. O sea, la chica esta... podía buscarse un hobby o algo en vez de tratar de… Ya sabéis.

Beni suspiró y sacudió la cabeza con pesadez.

—La verdad es que encontrármela en pelotas y metida en mi cama no me hizo ni puta gracia, para qué engañarnos —confesó, ciñendo a Lorena contra sí con más fuerza en el mismo gesto.

—¡Joooder! ¿En serio? —exclamó Marcos sin contenerse, y cuando el interpelado volvió a asentir, masculló—: Menuda pieza, la virgen…

—Y entonces ¿qué harás ahora? —quiso saber Hernán, mirándolo con aire reflexivo—. ¿Vas a seguir allí? ¿Hablarás con tus compañeros de piso, o…?

A pesar de que dejó la frase en el aire, Beni no necesitó más indicaciones para entender a qué se refería.

—No lo sé, pero vamos… quedarme en ese piso no sé si es una opción, no si me arriesgo a que me vuelvan a hacer una encerrona parecida —aseguró, sombrío—. Tampoco sé si puedo fiarme ya de José, en ese sentido.

En ese instante, para extrañeza de Lorena —y también de su pareja—, los otros tres chicos cruzaron una mirada indescifrable entre ellos que duró varios segundos bastante tensos.

—¿Chicos? ¿Qué os pasa? —preguntó la única mujer del grupo, con el ceño fruncido.

Ante la pregunta, para su alivio, sus interlocutores parecieron volver a la realidad de inmediato y los enfocaron con algo que parecía cautela, sobre todo Marcos.

—Hombre, a ver… Fran y Hernán ya lo saben porque justo me enteré anoche, pero en una semana o así me mudaré a Leganés —informó.

Lorena se irguió con los ojos como platos, comprendiendo de golpe… y alegrándose.

—¿Te las han dado, al final?

Marcos sonrió con orgullo y asintió.

—Sí. Empiezo las prácticas en Airbus después de Semana Santa, pero quiero dejarlo todo instalado antes de las vacaciones —explicó, encogiéndose de hombros antes de apostillar—: Me da pena irme del piso, pero es que si no, la distancia hasta allí es demencial.

—Te echaremos de menos —dijo Fran con afecto—. Aunque… si tú te vas…

Como un reflejo, cuatro pares de ojos se clavaron entonces en el alto rubio presente, como si todos pensaran lo mismo. Este, por su parte, se quedó en silencio durante unos segundos mientras observaba su taza de café apoyada sobre la mesa como si fuera lo más interesante del mundo. Al menos hasta que suspiró y se irguió, ciñendo a Lorena con cariño bajo su brazo.

—Le daré unas vueltas —prometió Beni, entendiendo por supuesto la sugerencia sin necesidad de palabras. Luego se giró apenas hacia el segoviano y brindó en el aire en su dirección—. Gracias por la oferta, Marquitos.

—Sin problema —aseguró el otro rubio, natural—. Si se va a quedar vacía, al menos que la ocupe alguien de confianza, ¿no?

Lorena sonrió también, encantada con aquel desenlace espontáneo de una situación que, la noche anterior, parecía un callejón sin salida. Se alegraba por Marcos, como había dicho, pero si eso significaba que Beni podría irse a vivir con ellos… sonaba tan fantástico que casi parecía irreal.

Aun así, cuando los cinco terminaron de desayunar y la pareja regresó al dormitorio de la chica, a esta le escamó ver que su novio seguía serio, con el gesto algo abatido.

—Beni —lo llamó.

—¿Hum?

Lorena inhaló y exhaló con calma.

—Va… ¿todo bien? —quiso saber.

Para su ligera tranquilidad, Beni pareció relajarse de inmediato e incluso esbozó una sonrisa nada más sentarse en el borde de la cama.

—Más o menos —resopló, sin acritud—. La verdad es que son muchas cosas en las que pensar de repente.

—Oye, por lo de mudarte… No te agobies si no estás seguro, ¿vale? —advirtió ella con rapidez—. Seguro que… habrá más opciones.

Aunque estuviera entre sus mayores deseos, podía entender que Beni era una persona adulta e independiente que quizá tenía otras posibilidades en mente, le gustase a ella o no.

—La verdad es que… me encantaría mudarme con vosotros. Sería como un sueño hecho realidad —admitió él entonces, para su inmenso alivio, antes de acariciarle el rostro con los nudillos y mirarla con el amor de siempre—. Pero tampoco quiero que eso te suponga ninguna presión a ti.




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