Cuando brillen las estrellas

Capítulo 8

La mañana amaneció nublada, como si el cielo supiera que algo iba a cambiar.

Amelia se había levantado temprano, con el corazón más liviano después de la noche anterior. Hablar con Liam sobre los miedos, sobre las despedidas y esa promesa silenciosa de permanecer juntos le había dado una paz que no sentía desde que él había llegado a su vida. Aunque las sombras del pasado seguían ahí, al menos esa mañana, había luz suficiente para enfrentarlas.

Liam desayunó animado, con una sonrisa que le iluminaba los ojitos aún adormilados. Mientras se limpiaba los bigotes de leche con el dorso de la mano, le contó a Amelia que quería aprender una canción para tocarla con cucharas de madera. Ella rió y prometió ayudarlo por la tarde. Fue uno de esos momentos simples que, sin saberlo, se quedan guardados para siempre.

Cuando llegaron a la escuela, el edificio parecía respirar con el murmullo de los niños entrando. Amelia lo llevó de la mano hasta su salón, donde la maestra Patricia los recibió con su calidez habitual. Liam se despidió con un beso rápido en la mejilla y se metió corriendo entre sus compañeros, dejando a Amelia con una mezcla de orgullo y un nudo pequeño en el estómago.

Caminó hacia su aula con el bolso colgado del hombro, lista para comenzar su jornada. Pero apenas cruzó la puerta, algo en el ambiente cambió. Elena, la asistente social asignada a la escuela, estaba ahí. Seria. Más de lo habitual.

—Amelia, ¿puedes venir conmigo un momento? —preguntó con voz firme, aunque sin dureza.

El corazón de Amelia se encogió. Esa frase nunca anunciaba nada bueno.

—Claro, sí —respondió con un hilo de voz.

El trayecto hasta la oficina pareció más largo que nunca. Al entrar, notó que no estaban solas. Martín, el profesor de música, estaba sentado en una de las sillas, con el ceño fruncido y una preocupación evidente pintada en el rostro. Elena cerró la puerta con suavidad.

—Amelia, esto no es fácil de decir —empezó Elena, sentándose con un expediente entre las manos—, pero esta mañana recibimos una notificación. Una visita programada del Ministerio. Y… hay algo más.

Amelia sintió que se le secaba la garganta.

—¿Qué clase de notificación?

—Están investigando la situación legal de varios alumnos sin documentación completa. Y Liam está en la lista. Alguien, no sabemos quién, alertó a las autoridades educativas de su caso.

—¿Qué? —susurró Amelia, como si la palabra no terminara de hacer sentido.

—No están diciendo que hiciste algo malo —intervino Martín, adelantándose en su silla—. Pero van a querer saber quién autorizó que el niño esté aquí, bajo qué tutela, con qué papeles. Y tú sabes que todo eso… es un terreno resbaladizo.

—Tienes una constancia como tutora temporal, sí —agregó Elena—, pero el expediente de Liam sigue siendo muy frágil. No hay constancia de custodia legal, ni datos claros sobre sus padres. Y en estas auditorías… pueden actuar rápido.

Amelia sintió que la sangre se le iba a los pies.

—No pueden… no pueden llevárselo. Está bien conmigo. Yo lo cuido. Lo protejo. ¡Lo quiero! No es justo...

Elena bajó la mirada, con una expresión que oscilaba entre lo profesional y lo humano.

—Lo sé. Nadie duda de tu cariño. Pero esto no se trata de sentimientos. Es legal. Y si el Ministerio considera que debe ser reubicado temporalmente, no tendremos forma de evitarlo… a menos que tengamos algo más sólido.

Amelia se llevó las manos al rostro. Un temblor le recorrió el cuerpo entero.

Martín se puso de pie y caminó hacia ella.

—Escúchame —dijo con suavidad—. No podemos dejar que esto avance sin movernos. Hay que encontrar una forma de protegerlo. Pero también… Amelia, necesitamos saber de dónde viene. Quién es. Si podemos rastrear algo sobre sus orígenes, tal vez encontremos una pieza clave. Algo que lo respalde. O incluso una razón por la que alguien esté tratando de sacarlo de aquí.

Ella alzó la mirada, confundida y angustiada.

—¿Tú harías eso? ¿Ayudarme a buscar?

—Claro que sí. Desde que llegó, he notado algo especial en él. Y tú… tú lo ves como nadie. No estoy dispuesto a quedarme de brazos cruzados mientras se lo llevan. Si hay una historia detrás, vamos a descubrirla.

Elena los observaba en silencio. Finalmente, asintió con suavidad.

—Podría ser riesgoso. Pero si logran conseguir información que respalde la permanencia de Liam contigo, aunque sea de forma provisional, podría marcar la diferencia.

—¿Conoces a alguien que pueda orientarnos? —preguntó Martín.

—Una amiga mía es abogada de familia. Se llama Teresa. Les puedo dar su contacto. Tal vez pueda ayudarles a presentar un recurso de guarda urgente o algo que respalde la relación entre ustedes —dijo Elena, ya buscando el número en su agenda.

Amelia se incorporó, aún tambaleante.

—Necesito ver a Liam —dijo en voz baja.

—Claro —respondió Elena—. Pero por ahora, no le digas nada. No queremos asustarlo.

Caminar hasta el salón fue como andar sobre cristales. Amelia intentaba mantenerse firme. Pero al ver a Liam sentado en el suelo, concentrado en su torre de bloques, sintió cómo algo se quebraba por dentro.

Él la vio y corrió a abrazarla, rodeándola con sus bracitos delgados.

—¿Viniste a jugar?

Ella se agachó y lo abrazó con ternura.

—No, solo quería decirte que te quiero mucho. Eso es todo.

—Yo también te quiero —respondió él, sin entender del todo, pero sonriendo con confianza.

Amelia cerró los ojos por un segundo, dejando que ese instante la sostuviera por dentro. Luego se levantó y salió del aula.

Martín la esperaba en el pasillo con el celular en la mano.

—Teresa puede vernos esta tarde. ¿Te parece bien?

—Sí. Estaré ahí —respondió sin dudar.

Esa tarde, después de clases, Amelia y Martín salieron juntos del colegio rumbo a la dirección de Teresa. En el trayecto, ella le contó lo poco que sabía: la noche de tormenta, la aparición de Liam, su decisión de cuidarlo a pesar de no tener respuestas. Martín la escuchó sin interrumpirla, con atención. Y cuando terminó, asintió con una convicción silenciosa.




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