Desde la humilde casa a la que se había mudado para alcanzar su objetivo, Kaell Macleod o bien Krish Crissan como su prometida y familia creían se llamaba, se ajustó la elegante camisa que, sin conocer alla magnitud de su riqueza, su suegro le había obsequiado.
—Está abierto —dijo con voz grave y fría, algo habitual en él.
La puerta se abrió lentamente, pero al no escuchar a nadie, giró sobre sus talones. Al ver el rostro tenso de su amigo, cruzó la habitación en tres pasos largos.
—¿Qué sucede, Aurelith?
Su amigo se rascó el cuello, un gesto que delataba su nerviosismo.
—Velo por ti mismo —respondió mientras le extendía un sobre con documentos.
Kaell tomó los papeles y los ojeó con calma, pero su rostro se endureció a medida que comprendía el contenido. Alzó la mirada, incrédulo.
—¿Estás diciendo que mi hermano no fue la víctima? ¿Qué él estuvo detrás de todo, incluso del accidente de nuestros padres?
Aurelith asintió, sin decir una palabra. Kaell sintió un nudo opresivo formarse en su pecho. Apretó los puños y comenzó a caminar en círculos, intentando asimilar la traición.
—Te casas en media hora —le recordó su amigo, en un tono casi desesperado—. Todo basado en una mentira. Te casas con ella con la intención de lastimar a quien creímos culpable, a quien viste como tu peor enemigo. Pero ahora sabes que su padre solo fue otra víctima más, igual que tú.
Kaell apretó los documentos con rabia. Había sido frío, distante, un hombre calculador que había fingido sentimientos con la única intención de herir al viejo que, según las últimas palabras de su hermano, era el culpable de la muerte de sus padres y la suya. Ahora sabía que todo había sido una farsa.
Fue entonces cuando admitió, casi con amargura, que había caído en su propia trampa, se había enamorado de Zarina.
—Destruye todo —dijo al fin, con voz tensa—. Voy a casarme con Zarina.
Aurelith lo miró con sorpresa, incrédulo ante su terquedad.
—¿No estás escuchando? Son inocentes. Tu hermano mintió. Fue el responsable de todo. ¿De verdad planeas continuar con esto?
Kaell tensó la mandíbula y le dio la espalda.
—No es para hacerles daño. Voy a revertir todo. No tienen que saber que, basado en un error, me acerqué a ellos. Me casaré con ella porque… me enamoré.
Aurelith lo observó en silencio durante unos segundos antes de sacudir la cabeza.
—No me sorprende —dijo con un suspiro—, lo intuía a pesar de tu negativa, pero no creo que sea buena idea construir algo sobre una mentira tan grande.
Kaell se volvió hacia el espejo y observó su reflejo, el cabello blanco cuidadosamente peinado, el gesto decidido en su rostro.
—Destruye todo, Aurelith. No puedo decirle la verdad. Me casaré y la llevaré lejos de todo esto. Fue un error… un maldito error por el cual no voy a perderla.
Aurelith dejó una mano firme sobre su hombro.
—Es tu decisión, pero recuerda que la verdad siempre sale a la luz. Estás arriesgándote a perderlo todo.
Kaell lo ignoró, su arrogancia le impedía detenerse. Volvió a ajustarse la camisa, se aplicó el perfume y salió rumbo a la mansión.
Mientras tanto, Zarina estaba en la habitación principal, revisando los últimos detalles de su vestido. Su sonrisa apenas podía contener la emoción que sentía.
—Subiste un poco de peso —comentó Sarai, su madrastra, mientras le ayudaba con el velo.
—Sí, solo un poquito —respondió Zarina, evitando cualquier explicación. Quería que Kaell fuera el primero en saberlo.
Se tocó el vientre con disimulo, deseando compartir la noticia de sus dos meses de embarazo. Tal vez, solo tal vez, eso cambiaría la actitud distante de Kaell.
—No entiendo tu emoción por casarte a los 22 años —comentó Sarai con un tono despectivo—. La vida tiene tanto por ofrecer, y él no tiene nada.
Zarina giró hacia ella. Con emoción le sujetó las manos.
—Lo amo, es un buen hombre. ¿no hubieras hecho lo mismo con papá? Sé que todo será mejor —dijo con la esperanza de que su embarazo perforara el frío corazón de Kaell.
—Aun así, es pobre, un hombre sin futuro, sin aspiraciones. Arrogante y por si fuera poco mal educado.
—Por favor, madre, no te refieras a él así. Sabes que está esforzándose. Seremos felices. Me graduaré y buscaré trabajo como profesora.
Sarai rodó los ojos, ocultando su desprecio. Si Zarina hubiera sido su hija legítima, jamás habría permitido ese matrimonio. Pero no valía la pena discutir.
—Es hora —anunció Zarina rebosante de emoción.
Salió de la habitación con entusiasmo, pronto le diría al amor de su vida que le daría un hijo. Con su vestido blanco, resaltando bajo los rayos del frío atardecer, subió al auto con ayuda de Sarai, asomó su rostro, permitiéndose sentir la brisa.
—Será un buen día —se dijo, intentando no pensar en la fría mirada de Kaell que, en minutos, sería su esposo.
Los recuerdos de esas dos noches que había sido suya la envolvieron. Involuntariamente, llevó una mano a su vientre y, al recordar la presencia de Sarai, la retiró rápidamente.
Pero ella lo notó; sin embargo, como tantas otras veces, prefirió fingir que no lo había hecho. Desde el primer instante lo intuyó, y aunque la idea le parecía ridícula, no estaba en posición de expresar su desagrado.
Mientras Zarina soñaba con el futuro que anhelaba construir y la familia que deseaba formar, Kaell esperaba, atrapado en una ansiedad que ni siquiera él podía comprender del todo. Bajó la mirada al suelo al ver a su suegro acercarse, algo que jamás habría hecho antes. La soberbia que siempre lo había caracterizado, incluso bajo la fachada de humildad que llevaba como disfraz, se disolvió en vergüenza. El peso de su error comenzaba a aplastarlo.
—Sígueme, tenemos que hablar —ordenó Eferry Arzu en un tono poco amigable.
El tono seco y cortante no era el habitual. Eferry solía ser amigable, incluso cálido, pero esa voz ahora carecía de toda amabilidad. Kaell lo siguió sin decir una palabra, rascándose la ceja izquierda con nerviosismo.