Cuando la sangre llama

Capítulo 1

CUATRO AÑOS DESPUÉS.

Austin, Texas

—Lo siento, princesa, pero no puedo llevarte conmigo —Zarina levantó a la pequeña Carline en brazos—. Te prometo que regresaré pronto.

—Quelo ir contigo, por favor —le rodeó el cuello, abrazándola con fuerza.

Zarina la llenó de besos.

—Te amo mucho, muchísimo, y por eso no puedo llevarte conmigo. La abuela te cuidará.

La abrazó aún más fuerte al escuchar cómo comenzaba a llorar.

—No llores, princesa. Tengo que ir, y no puedo llevarte a Kyzyl porque… hay personas malas que podrían lastimarte, y no podría tolerar que algo te suceda. ¿Lo entiendes?

Carline bajó la mirada y agachó la cabeza.

La sostuvo con más fuerza, como si ese abrazo pudiera protegerla del caos del cual era parte.

—Serán solo unos días. La abuela Sarai me necesita.

Finalmente, la niña pareció resignarse. Zarina la sentó en la cama y comenzó a peinar su largo y blanco cabello.

El pasado que tanto se esforzaba por enterrar regresaba, inevitable, cada vez que miraba a su hija. Sacudió la cabeza, intentando desterrar esos recuerdos, pero solo conseguía que se aferraran más a ella, como raíces profundas que no podía arrancar. Su único consuelo era haber logrado la máxima condena para el responsable de su desgracia, aunque eso le hubiera mostrado una verdad que la consumía.

Albergaba en su corazón resentimiento puro, un odio visceral hacia los Macleod. Y aunque la sangre de uno de ellos corría por las venas de su hija, se había prometido que jamás sabrían de su existencia. Carline nunca conocería su verdadera procedencia. No sabría que era hija de un asesino y mentiroso traidor.

Con cariño y paciencia hizo dos coletas a la niña, quien no solo había heredado el cabello blanco de su padre, sino también los ojos azules y una marca de nacimiento inconfundible.

El sonido insistente del teléfono la sacó de sus pensamientos. Con el carácter que se había visto obligada a forjar desde aquella mañana que la marcó para siempre, respondió.

—¡Madre! —dijo antes de escuchar la voz de Sarai.

—Querida, ¿has tomado una decisión? Sé lo difícil que es para ti volver a Kyzyl, pero eres la heredera Arzu Harris. Solo tú puedes mantener el legado de tu padre. Se lo debes, cariño. Sabes que nada de esto habría pasado si no hubieras traído a ese hombre a nuestras vidas. Te lo advertí tantas veces…

—No necesitas recordarme mis errores. Viajaré en dos horas. Pero no puedo quedarme en Kyzyl, espero que lo tengas claro —miró a Carline jugar con un rompecabezas—. Mi hija me necesita, y mi abuela no está completamente bien de salud.

—Cariño, no creo que esto sea cosa de dos días. Han pasado cuatro años. Si tu miedo es por ese delincuente y sus cómplices, sabes que están tras las rejas gracias a nuestra rápida acción. Pedí al abogado investigar, y siguen ahí.

—No voy a arriesgarme. Si lo supieran… —desvió la mirada hacia Carline—. Jamás permitiré que sepan que ella existe. Y te equivocas, no les tengo miedo. Solo… sabes que no puedo tolerar que su único castigo haya sido 12 años de prisión por sus crímenes.

—Sé que no lo harás, pero la situación es complicada. Se han cometido errores que nos tienen atados de manos. Podríamos perder la empresa de tu padre. Sabes lo que significaba para él. Así que supongo que es aquí donde dejas de lado tus motivos personales y asumes la responsabilidad. Hemos hecho lo que podemos.

Zarina suspiró, sintiendo cómo la culpa la carcomía. Más que un descuido, lo veía como una brutalidad imperdonable: la empresa familiar en manos de un desconocido, todo por las negligencias de su madrastra y su hermano.

—Nos vemos en Kyzyl —cortó la llamada sin esperar respuesta.

Se acercó a Carline y besó su mejilla.

—Ve a desayunar con la abuela. Tengo que preparar mi equipaje.

La niña le devolvió el beso antes de salir de la habitación.

Zarina paseó unos segundos por el cuarto.

—Ya no eres la ingenua que se dejó engañar —murmuró, sintiendo cómo la amargura seguía quemándole las entrañas cada vez que su mente volvía al pasado.

Abrió el armario y comenzó a poner cosas en su equipaje. Su mente permanecía en blanco, como un mecanismo de defensa. Regresaba porque se sentía culpable, porque sentía que le debía a su padre haber caído en los brazos del hombre que había destruido sus vidas.

Tomó los documentos que guardaba con recelo. Eferry los había preparado para asegurarse de que Kaell jamás fuera digno de su hija. Aunque él ya no estaba, había cumplido su propósito.

Con frustración, se limpió las lágrimas que no pudo contener. No podía perdonarse haber amado al culpable de la muerte de sus padres, haber creído sus mentiras, haberse entregado. Pero, sobre todo, no podía perdonarse haberle dado tal padre a Carline. Solo por eso, estaba dispuesta a regresar al lugar que se había jurado nunca volver a pisar.

—No deberías hacerlo si no quieres —la voz de su abuela materna rompió el silencio al entrar en la habitación.

—Debo hacerlo. Mi padre murió por mi culpa. Si estuviera vivo, esto no estaría pasando.

—Ven aquí, cariño. Tienes que superarlo, olvidar el pasado y seguir adelante. No puedes permitir que la culpa te consuma.

—¿Van a estar bien? —preguntó, ignorando el consejo que ya había escuchado demasiadas veces.

—Lo estaremos, vete tranquila, hija.

Juntas caminaron hasta la cocina. Zarina quería pasar tiempo con su hija antes de embarcarse en el largo y agotador viaje.

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KYZYL, RUSIA

—Dijiste que esto funcionaría —Kaell golpeó ambas manos contra el escritorio metálico—. Dijiste que Zarina aparecería si compraba esas acciones. Han pasado dos meses desde mi libertad y tus estúpidos planes siguen sin dar resultados… encuéntrala. Tienes que encontrarla, Aurelith.




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