Cuando la sangre llama

Capítulo 4

Aurelith miró con incredulidad la calma de Kaell.

—¿Qué te pasa? ¿Acaso crees que lo que te pido es demasiado para ti? —preguntó Kaell al notar su expresión.

Aurelith se levantó y comenzó a caminar de un lado a otro, tratando de organizar sus pensamientos.

—Como tu amigo, me preocupo por ti. Han pasado tantos años… Me temo que sigues aferrado a la idea de tener una oportunidad con ella, ignorando otras posibilidades.

Kaell se inclinó ligeramente hacia adelante, entrelazando los dedos sobre la mesa.

—No soy un tonto, Aurelith. Sé que le hice daño, que su rencor no ha desaparecido. Tengo claro que demostrar mi inocencia no garantiza que recupere su corazón. Pero voy a crear cada oportunidad que sea necesaria. Ella es mi esposa, aceptó serlo, y haré lo que haga falta para que ocupe ese lugar. No necesito a nadie más que a Zarina Arzu Harris.

Aurelith suspiró, resignado ante la convicción de sus palabras.

—Haré mi parte. Solo recuerda que te lo advertí.

Kaell se puso de pie, fijando la vista en la puerta.

—Necesito dinero. Haz dos cheques con cantidades que no puedan rechazar. Contacta a su abogado y compra su colaboración. Zarina obtendrá la respuesta que necesita.

Aurelith firmó los cheques en silencio.

—Asegúrate de que el abogado acepte. Yo me ocuparé del resto.

Kaell cruzó la puerta y se detuvo al notar a Zarina esperando ansiosa en la entrada del edificio. Respiró hondo; era evidente que su sufrimiento nacía de saberlo libre, y eso le dolía.

Se ajustó el casco y avanzó hacia ella, pasando lo suficientemente cerca como para sentir su presencia. No percibió su perfume, pero el simple hecho de verla tan cerca encendió su deseo de recuperarla. Subió a la moto, la observó un instante más y arrancó.

Minutos después llegó a la prisión. No perdió el tiempo; un acuerdo le permitiría a Zarina obtener las respuestas que buscaba.

—Kaell Macleod —repitió Zarina, con el ceño fruncido, al funcionario frente a ella.

Desde el baño, Kaell la observaba a través del reflejo en la puerta entreabierta. Escudriñaba sus movimientos, sus gestos al hablar, tratando de comprender su dolor y evaluar sus posibilidades.

—Aquí está —dijo el funcionario, sacando un archivo—. El hombre que busca sigue encarcelado. ¿Quiere verlo?

—No es necesario —respondió ella tras una breve reflexión—. Solo quería confirmarlo.

El hombre se encogió de hombros y devolvió el archivo a su lugar.

Zarina agradeció y salió del lugar con aire más sereno. Kaell la siguió a distancia. La observó abordar un taxi y, sin dudarlo, decidió seguirla hasta la mansión Arzu Harris.

En el interior, Zarina enfrentó a Sarai con frustración.

—Admite que lo único que buscas es apartarme del camino. Mi hermano asumirá sus errores, pero tú…

—Esto no se trata de ti —interrumpió Zarina, cansada—. El abogado dice que estamos en desventaja. Aceptaré el acuerdo, pero tengan claro: a partir de ahora, yo tomaré las riendas de esta familia. Quien no esté de acuerdo, que se marche.

Sarai intentó responder, pero Zarina cortó la conversación, despidió al abogado y subió a su antigua habitación. Apenas entró, los recuerdos la abrumaron. Salió de inmediato.

—Las llaves de tu auto —pidió a Sarai, que permanecía en la sala.

Sarai soltó una risa mordaz antes de entregárselas. Zarina las tomó sin mirarla y salió, consciente del impacto de sus decisiones.

Sarai la vio marcharse y realizó una llamada.

—Quiero verte. Tenemos problemas —dijo en un tono bajo, casi conspirativo—. Te espero en el lugar de siempre.

Subió a su habitación, dejando claro su descontento al cerrar la puerta con fuerza. Con una actitud similar, Zarina irrumpió en la oficina, donde Aurelith aún estaba terminando los últimos detalles tras la partida de Kaell.

—He considerado su propuesta. Mi abogado está en camino —anunció, sin preocuparse de verlo aparentemente ocupado.

Aurelith, algo irritado, apenas levantó la vista.

—Entendido. Hay mucho por discutir, pero permítame sugerirle algo: la próxima vez, toque la puerta.

Zarina entrecerró los ojos, esforzándose por mantener la calma.

—Es usted quien ocupa mi espacio. Esta oficina y esta propiedad son mías por derecho, pero comprendo su punto. Mis disculpas.

—¿Le ofrezco algo de beber? —preguntó Aurelith, esbozando una sonrisa mientras pensaba en su amigo y la mujer que tenía enfrente juntos.

—No, gracias —respondió ella de forma tajante.

Inspiró hondo antes de continuar:

—Voy a ser honesta. No tengo experiencia liderando una empresa. Lo único que he dirigido en mi vida es un grupo de estudiantes. Pero esta es la herencia de mi padre, y estoy decidida a hacerme cargo. Espero que este proceso no sea más complicado de lo necesario.

—Como mencioné antes, mi único interés es recuperar la inversión y las ganancias. Debo recordarle que tanto la compañía como su familia enfrentan problemas económicos graves.

Zarina frunció el ceño.

—Es mi obligación mantenerme informado. No es un secreto para nadie —añadió Aurelith con calma—. Todo puede ser tan sencillo como usted lo decida.

Antes de que pudiera responder, llegó el abogado. Tras los saludos y las explicaciones de Aurelith, Zarina fue puesta al tanto de la situación. Tras analizarlo con detenimiento y aceptar que Kaell no representaba un riesgo, tomó una decisión: firmó los documentos.

—Bienvenida —dijo Aurelith, extendiéndole la mano. Zarina, sin embargo, la ignoró.

—Ya que estaré al frente de todo. Quiero que quede claro que mi falta de experiencia no será excusa para la mediocridad —declaró con firmeza—. Quiero acceso completo a los documentos y a los informes de los últimos años.

—Como desee. Espere un momento.

Aurelith aprovechó para enviar un mensaje a Kaell para informarle del éxito de su plan y recordarle su promesa. No esperaba una respuesta inmediata.




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