Cuando la sangre llama

Capítulo 5

Aurelith pasó una mano por su rostro, intentando contener la frustración. Sabía que Kaell no aceptaría objeciones, pero aun así preguntó:

—¿Cómo planeas llegar a su pasado?

Kaell abrió un compartimento del escritorio y sacó un par de documentos.

—Conseguí su dirección. Austin, Texas. Es docente ahí. Viajaré esta noche. Ya tengo todo listo.

Aurelith cruzó los brazos.

—Kaell, pero…

—Tengo todo bajo control.

Aurelith suspiró. No valía la pena insistir.

—Bien, seguiré en la empresa hasta tu regreso, ayudando a Zarina en lo que requiera. Es lo que puedo hacer por ti. Sé que eres un hombre de palabra —le recordó antes de salir.

Con la misma precaución de siempre, Aurelith dejó la mansión. Kaell aprovechó la soledad para sumergirse en su investigación, contratando el personal necesario para continuar con las pistas mientras él viajaba.

En la oficina, Zarina organizaba el viaje de su abuela e hija mientras adelantaba la revisión y firma de documentos.

Las horas avanzaban con lentitud tras despedirse de su abuela y escuchar la voz emocionada de Carline al teléfono. Pidió a Sheyla que la recogiera en la empresa y esperó con impaciencia, sin notar que Kaell la observaba desde la distancia, como en los últimos días.

—Me encanta ese brillo en tus ojos —comentó Sheyla cuando Zarina subió al auto.

—Han sido las semanas más difíciles desde su nacimiento. La extraño demasiado y saber que estarán aquí conmigo me da paz.

—¿Van a quedarse permanente?

—No… solo hasta recuperar la empresa. No puedo hacer nada más por mis padres.

—¿Y después? Si te vas, Sarai y su familia volverán a sus andanzas. ¿Crees que valdrá la pena?

Zarina suspiró.

—No lo había pensado… Él… ese hombre sigue preso. Tal vez pueda quedarme un tiempo. Aunque extraño mi trabajo, sentirme tranquila.

—No creo que hayas tenido eso. Tienes que olvidar, amiga —le ofreció una sonrisa culpable—. De todos modos, me alegra que decidas quedarte. La casa se siente vacía desde que me separé de Mikel.

—Es imposible hacerlo, me quitó todo…

—Te dio una hija, amiga.

—Por favor, no vuelvas a decirlo. Él está muerto para mí. Es solo mía, mi tesoro.

Zarina apenas terminó de hablar cuando notó al motociclista que las había adelantado de forma imprudente. Iba demasiado cerca, y un nudo de temor se formó en su estómago. Quiso subir la ventana, pero se detuvo al ver cómo el hombre, al darse cuenta de que había captado su atención, se subió la visera del casco. Por un instante, sus miradas se cruzaron, y una extraña sensación la recorrió.

Se sintió vulnerable, atrapada por aquellos ojos azules que, de alguna manera, le resultaron conocidos. Había algo en su mirada que despertaba una mezcla de desconcierto y familiaridad, antes de que recordara que solo conocía a dos personas con ese color característico. Sin embargo, antes de que pudiera profundizar en ese pensamiento, Sheyla aceleró.

—Ese tipo está loco. Puso su vida y la nuestra en peligro —bufó Sheyla, visiblemente molesta—. ¿Qué les pasa a los motociclistas? Creen que las vías les pertenecen. Me desagradan tanto.

—Sí… —Zarina apenas fingió una sonrisa antes de apoyar la cabeza contra la ventana.

No volvió a ver al motociclista. Kaell se desvió hacia la mansión para recoger su equipaje.

Al llegar a casa, Zarina agradeció a Sheyla y fue directo a la ducha. Al salir, ignoró las llamadas de Sarai, del mismo modo en que Kaell rechazó la primera llamada de su investigador.

Contestó antes de abordar el avión.

—Señor Macleod. La pista que me pidió seguir indica que la señora Sarai ha estado visitando el mismo hotel durante los últimos ocho años.

Kaell repitió para sí mismo:

—Ocho años…

Se frotó la mandíbula.

—Consigue toda la información. Discreción y resultados.

—Le tendré un informe detallado en menos de 48 horas, señor.

Kaell agradeció y colgó. Mientras el avión despegaba, sus pensamientos se dividían entre la posibilidad de que Zarina tuviera a alguien más, el secreto que Sarai ocultaba y aquella mirada fugaz que había compartido con Zarina.

Esa noche, Zarina cenó en silencio y se tiró sobre la cama, con las manos sobre el vientre. Pensaba en lo que haría después de recuperar la empresa.

Se levantó cuando la lluvia comenzó a golpear contra las ventanas. Apoyó la cabeza contra el muro, observando el agua deslizarse por los cristales. El vacío en su pecho amenazaba con ahogarla, pero desvió la mirada a la foto de Carline en el nochero.

Se quedó allí unos minutos hasta que decidió volver a la cama. Al igual que Kaell, cerrar los ojos se convirtió en una necesidad más que en un deseo.

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A la mañana siguiente, Zarina despertó con un estado de ánimo renovado. La emoción de saber que pronto tendría a su hija con ella le daba fuerzas para enfrentar su vida.

No tardó en llegar a la empresa, donde encontró a Sarai esperándola.

—¿Es un hecho que conoceré a mi nieta más allá de fotografías?

Zarina apenas asintió, sin encontrar palabras para ocultar la incomodidad de su falsa modestia. Era evidente que la relación había cambiado. Salió de su oficina con la misma determinación con la que Kaell bajó del taxi que lo dejó frente a una casa. Comprobó la dirección una vez más, sus ojos recorriendo el entorno con desconfianza. El jardín era amplio, colmado de juguetes infantiles. Por un instante, una duda se instaló en su mente: tal vez se había equivocado de lugar.

Pero entonces, sus ojos volvieron a la dirección en el papel. Era la correcta.

Miró a su alrededor y, guiado por los instintos que había desarrollado en prisión, logró entrar al jardín sin ser visto.

Dentro de la casa, Liz se desperezó tras una noche intranquila. Tomó su medicina y, aprovechando que Carline aún dormía, se dirigió a la cocina. Dejó la puerta trasera abierta, como era habitual, y luego regresó para tomar una ducha.




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