Oryxian tomó la fotografía, desconcertado.
—¿Ella es…?
—Sí —respondió Sarai, gateando por la cama hacia él—. La legítima MacLeod Arzu. El obstáculo que nos impide estar juntos y ser dueños de todo. ¿Quieres ser mi dueño de una vez por todas? ¿Quieres dejar de esconderte, Oryxian MacLeod?
Él observó la imagen en silencio, como si las palabras se le atascaran en la garganta.
—Ella es mi…
—Tu nada —lo interrumpió, conteniendo el temperamento por lo idiota que le resultaba—. Yo soy tu todo. ¿No quieres verme feliz? ¿No deseas que estemos juntos, por fin?
Mientras le besaba el cuello, le susurró al oído sus planes, sembrando en él la semilla del deseo y la obsesión. Oryxian se dejó arrastrar, intoxicado por su influencia.
—Kaell jamás va a perdonarme esto.
—No pienses en él. No sabe que existe, y Zarina jamás permitiría que lo sepa. Tú y yo podemos ser felices. ¿No es eso lo que quieres? —le apartó el rostro y le sostuvo el mentón—. Necesito saber si estás dispuesto a todo por mi amor.
Oryxian le sostuvo la mirada antes de sujetarle el cuello con firmeza.
—Sí, haré todo por ti. En cuanto la niña llegue, haré lo que pides.
—Muy bien. Zarina no podrá soportarlo. La culpa que la consume y perder a su hija la enloquecerán. Entonces, podremos tenerlo todo.
—Mi hermano…
—Me haré cargo de él. Tal vez nunca salga de prisión. Pronto tú y yo seremos uno, mi amor.
Oryxian sonrió antes de tumbarla sobre la cama y sellar sus planes con una entrega más.
Lejos de allí, Kaell sonreía al observar la foto de Zarina y Carline. Miraba a su hija con orgullo, y una promesa silenciosa creció en su interior. Iba a recuperarlas.
«Si soy tu papá, princesa.»
Contuvo el impulso de volver para verla. Sabía que un error podría costarle no solo a Zarina, sino también a su hija.
La noche cayó sobre Austin. Carline se fue a la cama con el corazón encogido; el hombre de cabello blanco no había vuelto, al menos no mientras ella seguía despierta.
Con más información de la que había esperado obtener, Kaell regresaba esa noche. Ansioso no le importó el riesgo; necesitaba verla una última vez. Abordó un taxi y se las ingenió para ingresar.
—Pronto estaremos juntos. En unos días volveremos a vernos, y esta vez será para siempre, hermoso copito de nieve —susurró al besarle la sien, luego salió con el mismo sigilo con el que había entrado.
Abordó un taxi rumbo al aeropuerto. El vuelo, esta vez, estuvo lleno de esperanza, de motivos para regresar.
Con el mismo entusiasmo, Sarai regresó a casa. Aunque no fue seguida, había proporcionado lo necesario para el avance del investigador.
Se dio una ducha y se fue a la cama, esperando que llegara la mañana para poner en marcha sus planes.
El amanecer no tardó en llegar. Mientras Zarina se levantaba, Kaell hacía escalas, acercándose más a su destino, ansioso por que finalmente ese momento que tanto había esperado se diera.
—No tienes que llevarme esta vez —dijo Zarina al notar a su amiga esperándola.
—¿Tienes planes diferentes a ir a trabajar?
—Lo pensé anoche y debo enfrentar el pasado. Iré a la mansión. He cambiado algunas cosas allí, pero necesito mejorar todo para la comodidad de Carline y Liz.
—Es una lástima que no quieras quedarte. Sabes que, además de tu compañía, podría resultarte beneficioso estar lejos de ese entorno.
—Estaré bien. Debo irme. Te quiero y agradezco mucho tu ayuda y apoyo.
Le dio un beso en la mejilla y salió para abordar el taxi que la llevaría a la mansión Arzu.
Suspiró hondo antes de entrar y forzó una sonrisa al encontrarse con Sarai en la sala.
—Cariño, de haber sabido que venías, habría ordenado preparar el desayuno.
—Hola, Sarai. No te molestes. Como sabes, mi abuela e hija vendrán. Por ese motivo, haré algunos arreglos en la mansión.
—Qué alegría me da pensar en la pequeña corriendo por la casa. ¿Deseas que te ayude en algo?
—No hace falta.
Fingió tristeza y, con un rostro afligido, añadió:
—Siempre he intentado ser una buena madre para ti. Pero entiendo. Quiero que sepas que te quiero y lamento mis errores. Lo que hizo mi hermano con la empresa, no lo sabía.
Su gesto no logró ablandar el corazón de Zarina.
—El problema se solucionó y pronto recuperaré todo. En cuanto a lo demás, te agradezco, pero así estamos bien. Con tu permiso.
Sarai fingió una sonrisa antes de verla marcharse y desquitar su enojo contra su costoso abrigo.
Zarina, que había solicitado a dos empleadas que la siguieran, se dirigió a su habitación.
—Tanto esta como la habitación de al lado deben ser organizadas —su tono frío y autoritario hizo que las empleadas no hicieran preguntas—. Quiero que se deshagan de todo lo que haya en esta habitación.
—¿De todo? —preguntó una de las empleadas, con cierta duda en la voz.
—Dejen solo las fotos de mis padres y lo que sea necesario. El resto pueden tirarlo o quedárselo. Hagan lo mismo con ambas habitaciones.
Las empleadas asintieron sin más preguntas. Zarina continuó dando instrucciones para las mejoras y modificaciones en la mansión, ignorando por completo la presencia de Sarai.
Una hora después, se dirigió a la empresa, donde Aurelith la esperaba en su oficina.
—¿Qué hace usted aquí? —preguntó Zarina al abrir la puerta y verlo sentado en su silla.
—Lo mismo que usted, supongo —respondió él, levantándose con calma y mirando su reloj—. Llega tarde.
—No teníamos nada pendiente. ¿Qué lo trae por aquí?
—Quisiera conocer de su propia voz cómo marchan las cosas estas semanas.
—Ya le envié un informe. ¿Qué es lo que realmente quiere?
Aurelith esbozó una sonrisa leve.
—Felicitarla. Su desempeño es bueno. ¿Tiene usted familia, esposo? ¿Hijos?
Zarina lo miró con el ceño fruncido.
—Eso a usted no le importa. Tengo trabajo que hacer —se acercó a la puerta y la sostuvo abierta, dejando claro que la conversación había terminado.