Aun cuando algunas señales le indicaban detenerse o disminuir la velocidad, Kaell las ignoró por completo hasta llegar a la vía que le había sido mencionada. Allí divisó el auto de Zarina, justo cuando el del investigador se detenía.
—¿Cuál es el auto del imbécil? —Kaell se subió la visera, sin apartar la vista de Zarina, quien se había detenido para contestar una llamada.
El hombre le señaló el vehículo, y Kaell no perdió el tiempo. Con la precaución de quien sabe que un descuido podría arruinarlo todo, se acercó lo suficiente para observar sin ser reconocido. Los ojos oscuros del hombre, en contraste con su cabello igualmente oscuro, no le resultaron familiares. Aunque sintió el impulso de bajarse y enfrentarlo, se contuvo. Prefirió adelantar su moto unos metros y detenerse.
Envió un mensaje al investigador, informándole de la llamada que mantenía a Oryxian distraído, ajeno a la presencia de su hermano. El cambio en su aspecto físico era suficiente para que no lo reconociera, a menos que viera la marca de nacimiento que compartían.
—Quiero que lo sigas. Descubre qué planea antes de que actúe. Yo me quedaré vigilando a Zarina —indicó Kaell en cuanto vio que el auto del hombre se alejaba.
Asintió al investigador cuando este pasó junto a él y guardó su teléfono. A una distancia prudente, esperó a que Zarina continuara su camino. Mientras tanto, Oryxian conducía sin sospechar que lo seguían. Todo lo que le importaba era cumplir las órdenes de Sarai.
—Mantente al margen. No quiero que levantes sospechas ni hagas alguna locura antes de tiempo. La niña llegará pronto; ella debe ser tu objetivo. No vuelvas a acercarte a Zarina. La quiero dependiente de mí, no muerta como su padre. Así no nos servirá de nada.
—Ya he dejado de seguirla. Solo quería ver quién es ahora. No volveré a cometer un error que arruine nuestros planes. Estuve pensando en la suerte de mi sobrina y…
—No vuelvas a llamarla así. Oryxian MacLeod murió. No hiciste todos esos cambios para arruinarlo ahora. Cariño, hemos llegado muy lejos, hemos esperado demasiado para estar juntos. No lo eches a perder. Tengo que colgar.
Sarai dejó caer el teléfono, irritada por sentir que había elegido al hombre equivocado para llevar a cabo sus planes.
—Idiota. Si no fuera porque necesito un chivo expiatorio, hace mucho me habría deshecho de ti —murmuró con frustración mientras marcaba el número de Zarina—. Hola, querida, llevo rato intentando comunicarme contigo.
—¿Ocurrió algo importante? —preguntó Zarina, saliendo del auto, sin notar que la mirada de Kaell la seguía.
—No, cariño. Solo quería saber si estás bien, si necesitas algo. Estás lidiando con mucho últimamente: la empresa, ese pasado… Quiero ser útil, que cuentes conmigo. Sé que por culpa de mi hermano estamos en esta situación. ¿Quieres que te ayude con algo? Lo que sea.
—Estoy bien, Sarai.
—Por favor, no me trates así. Solo quiero acercarme, que sea como antes. Mi nieta viene en camino y quiero que esté cómoda. A tu padre le habría gustado que estuviéramos unidas. ¿Qué debo hacer?
Zarina guardó silencio unos segundos mientras Sarai tragaba su orgullo, padeciendo una humillación que, en silencio, prometía hacerle pagar.
—Lo hablaremos después. Estoy terminando unas compras.
Sarai apretó los dientes, exhalando con fuerza para contener la rabia antes de añadir:
—Está bien, querida. Estaré esperando a que llegues.
En cuanto colgó, arrojó el celular con impaciencia y decidió husmear en la habitación que ocuparía Carline.
Revisó con desdén cada rincón, conteniendo el impulso de destruirlo todo. Una risa amarga se le escapó al ver el espejo donde Zarina, alguna vez, se había mirado soñando con una familia.
—Tú y tu bastarda tendrán la misma suerte que tu madre —murmuró, acercándose al espejo—. Incluso peor que el viejo infeliz de tu padre. Voy a quitarte del medio, Zarina, a ti y a cualquiera que se interponga entre la fortuna Arzu y yo.
Sarai salió de la habitación justo cuando Zarina salía del almacén con varias bolsas de compras. Al intentar llegar al auto, algunas cosas se le cayeron, y Kaell no lo dudó: se acercó de inmediato.
Ambos se agacharon para recogerlas al mismo tiempo.
—Gracias —dijo Zarina, y levantó el rostro, se congeló al ver al hombre con el casco.
Retrocedió bruscamente, perdiendo el equilibrio, pero Kaell la sostuvo antes de que cayera. Ella soltó todo de golpe y lo empujó con fuerza.
—No se acerque —advirtió, alzando el celular cuál arma letal—. Sé defensa personal.
Kaell sonrió levemente, levantando ambas manos en señal de rendición.
—¿Quién es usted? —preguntó Zarina, escudriñándolo de arriba abajo, con el corazón desbocado.
Kaell estuvo a punto de quitarse el casco, pero el sonido de su teléfono lo detuvo. Suspiró al ver que era el investigador. Miró el móvil, luego a Zarina. Su aliento empañó el visor por un instante.
Se inclinó, recogió las compras de Zarina y se las extendió. Ella dudó, pero finalmente las tomó. Kaell se alejó hacia su moto, y esta vez fue la mirada de Zarina la que lo siguió. Analizó su forma de caminar, su postura, su altura.
—No puede ser posible… solo debe ser una coincidencia —murmuró, sacudiendo la cabeza mientras guardaba las cosas en el auto.
Estuvo a punto de subir, pero un impulso de valentía la invadió. Cerró la puerta de un portazo y se quedó de pie, indecisa.
Kaell tragó grueso al verla acercarse con paso decidido. El investigador seguía al teléfono, diciendo algo importante, pero Kaell ya no le prestaba atención, no cuando ella se plantó frente a él.
—Quítate el casco ahora mismo —ordenó, aunque su voz sonó más frágil de lo que pretendía.
Kaell guardó el móvil tras dudar unos segundos. Elevó las manos, dispuesto a complacerla, pero un agente de tránsito se acercó interrumpiendo el momento.
—Buenas tardes. Supongo que este auto es suyo, señorita —comentó, fijándose en las llaves en su mano.