Cuando la sangre llama

Capítulo 10

—No tardes —masculló Kaell entre dientes antes de dejar resbalar su celular en el bolsillo.

Su mandíbula se tensó y sus ojos se nublaron con lágrimas que se negó a dejar caer. Fingió una sonrisa amarga cuando notó que Oryxian comenzaba a recobrar la conciencia. Un gruñido escapó de sus labios mientras, confuso, intentaba orientarse.

—K-Kaell… ¿hermano? ¿Eres tú? —balbuceó al notar su apariencia. Moviéndose en vano, comprendió que estaba atado.

Kaell se acercó con los ojos enrojecidos y los puños apretados.

—¿Hermano? —repitió con una mueca de desprecio antes de propinarle un golpe directo al rostro que lo hizo caer junto con la silla. Sin contener la rabia, lo levantó de un tirón—. ¿Cómo puedes llamarme así después de lo que hiciste? —Su mirada repasó cada rasgo alterado por los cambios físicos de Oryxian, incapaz de encontrar en ese rostro al hombre que alguna vez llamó familia. Un escupitajo salió de su boca sin pensarlo—. No eres mi hermano. Tú… mataste a nuestros padres.

—Todo tiene una explicación —jadeó Oryxian, con la voz rota por el dolor—. Yo jamás quise lastimarlos. No era mi intención que se saliera de control. Tienes que entenderlo, ellos… ellos sabían demasiado. Iban a arruinarlo todo, iban a…

El puño de Kaell se estrelló contra su rostro antes de que pudiera terminar. La silla se tambaleó de nuevo, pero Kaell la sostuvo para continuar golpeándolo. Perdió el control hasta que fue detenido bruscamente.

—¡Suéltame! —rugió, empujando a Aurelith, que intentaba contenerlo. Volvió sobre Oryxian con la furia, ardiéndole en la sangre—. ¡Voy a acabar con él! ¡Cómo lo hizo con nuestros padres, conmigo, con la posibilidad de tener una vida, una esposa, una familia!

Kaell se soltó con facilidad, su fuerza desbordada por la ira. Aurelith, sin rendirse, lo empujó de nuevo contra la pared, sujetándolo con firmeza.

—¡Cálmate de una maldita vez!

—¡Suéltame, Aurelith! No quiero hacerte daño —advirtió, con voz alterada, desgarrado por el dolor y la rabia. Con un empujón violento, se liberó del agarre.

—¡No cometas una locura! —gritó Aurelith—. ¡Piensa en ella! ¡En Copito de Nieve! ¡Tu hija te necesita! Zarina… Zarina sabrá la verdad, Kaell.

Ese nombre fue el ancla. Kaell detuvo su puño en el aire, jadeando. Aurelith se acercó con cuidado, su voz más tranquila pero cargada de impaciencia.

—Haremos que confiese todo y luego lo enviaremos a prisión, donde pertenece. Tienes que despejar tu mente, necesitas un trago… Vamos a registrar cada palabra de este desgraciado.

Kaell bajó los brazos lentamente, sus puños aún cerrados con tanta fuerza que sus uñas se clavaban en la piel. Dio un paso atrás sin apartar la mirada de Oryxian, quien apenas lograba mantenerse consciente.

—No hagas una estupidez —insistió Aurelith antes de salir de la habitación.

Kaell se quedó allí, inmóvil, observando el rostro desfigurado por los golpes, los ojos azules que habían estado ocultos tras los lentes que sus golpes arrancaron. Oryxian recobró la conciencia. En lugar de beber el trago que Aurelith había traído, Kaell lo arrojó de lleno en su rostro.

—Habla de una vez —ordenó con un gruñido grave, las venas de sus brazos marcadas por la presión—. Evítate rodeos. No me hagas cometer una estupidez. Para mí, estás muerto desde hace mucho. Solo quiero la verdad. Nada más.

Oryxian respiró con dificultad, su pecho subiendo y bajando mientras sus ojos intentaban enfocar.

—Lo hice por amor —su voz fue casi inaudible—. Ella me necesitaba. Quería evitar que nuestros padres revelaran la verdad. Fue un accidente… Yo solo quería asustarlos. ¡Tienes que creerme! Se salió de control. Los amaba, pero no podía permitir que enviaran a Sarai a prisión. Ella…

El puño de Kaell lo interrumpió de nuevo, directo y certero. Esta vez, Oryxian escupió sangre con un gesto de desafío, sin importarle si alcanzaba o no a su hermano.

—Todo lo hice por amor —repitió con voz débil—. Y no me arrepentiré jamás.

Kaell rio con amargura, una risa que no contenía humor, solo frustración.

—¿Amor? Mataste a nuestros padres, destruiste vidas, arruinaste la nuestra… por el amor de una mujer que te ve como un simple peón. Eres un pobre diablo. Me hiciste creer que eran otros los culpables, me arrastraste a tu miseria, me hiciste herir a inocentes por tu ambición. Tenías todo: dinero, poder. Pudiste haber tenido una vida decente, una buena mujer. Pero no. Arruinaste a tu familia y me condenaste contigo.

Oryxian lo miró con los ojos llenos de una extraña convicción.

—Ella me ama. Está dispuesta a todo por mí, como yo lo he hecho por ella. No voy a traicionarla.

Kaell resopló, negando con la cabeza mientras Aurelith registraba todo con el celular.

—No seas imbécil. ¿De verdad crees que seguirá a tu lado cuando te condenen por tus crímenes?

—Me ama —repitió con obstinación—. Lo hará. Voy a lamentar toda mi vida lo que hice a nuestros padres, pero jamás dudaré de su amor. Y mucho menos lamentaré haber acabado con ese viejo. No iba a permitir que tocara más a mi mujer…

Kaell frunció el ceño, impaciente.

—¿Por qué matar a la madre de Zarina? ¿Cuánto tiempo llevas con esa mujer?

Oryxian guardó silencio, agachando la cabeza.

El silencio fue suficiente para Kaell.

—No puede ser… ¿Fue ella? ¿Fue Sarai quien mató a la madre de Zarina?

—Fue un accidente —admitió Oryxian en voz baja—. La mujer quiso hacerle daño y ella solo se defendió.

La bofetada de Kaell hizo eco. Su paciencia había llegado al límite.

—Dejaste que culparan a nuestra familia. Permitiste que arrastraran nuestro nombre por el lodo. No tienes honor. Esa mujer no te ama y nunca lo hará. Eres un imbécil que cayó en su juego.

—Sarai me ama. Hemos hecho todo esto para estar juntos. Lo hice por amor —repitió en voz baja, antes de perder la conciencia.

—Imbécil —Kaell se pasó las manos por el cabello, apretando con frustración—. Arruinó su vida por esa mujer.




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