—No... no me hagas daño, podemos llegar a un acuerdo —titubeó Sarai al notar la creciente molestia de Kaell—. Debes ser como tu hermano, un hombre con visión, con propósito. Yo... yo puedo darte todo lo que me pidas.
Sujetó la mano que aún la sostenía por el cuello, tratando de liberarse.
La mandíbula de Kaell se tensó, conteniendo sus impulsos.
—Destruiste a mi familia. Me enviaste a prisión solo por ambición. ¿Crees que me importa el dinero?
La empujó sin esfuerzo, haciéndola trastabillar.
—Si me matas, la perderás. Vas a terminar preso —Sarai se reincorporó rápidamente—. No soy tan culpable como crees.
Kaell rio con desprecio.
—No voy a matarte... aunque lo merezcas. Prefiero asegurarme de que pagues por todo en esta vida.
Se giró para tomar su celular. En el espejo del baño, notó el reflejo de Sarai alzando un objeto. Sin prisa, recogió el teléfono, fingiendo descuido.
En el último segundo, alzó el brazo y detuvo el tacón que ella intentaba clavarle en la cabeza.
—¿Tan estúpido crees que soy? —apretó su muñeca con fuerza—. Si sigues con vida es gracias a mi hija, a que su existencia me obliga a ser sensato.
Sarai forcejeó y, al no poder zafarse, lo escupió con desprecio.
—Eres un bastardo igual que tu hermano. Mediocre. Te conformas con poco. Yo puedo darte todo lo que deseas... Una oportunidad con Zarina. ¿Lo haces todo por ella? Puedo ayudarte a recuperarla.
Kaell le torció el brazo, harto de su arrogancia.
—¿No quieres eso? —insistió ella con voz tensa—. Puedo darte dinero, más del que jamás hayas visto. Eferry tenía negocios que dejaron una fortuna. Podemos compartirlo.
—Buen intento —la empujó sobre la cama y marcó un número sin perderla de vista—. Venga a recogerme al hotel donde se hospedaba Oryxian —ordenó.
—No seas idiota —Sarai se irguió de golpe—. No vas a ganar nada con esto. Estaré libre antes de lo que imaginas. No tienes nada contra mí. Tu hermano, ese bastardo, lo hizo todo. No serás un héroe ante sus ojos. Yo... yo me encargué de alimentar el odio que su padre sembró en tu contra, solo yo puedo lograr que olvide esos motivos.
Kaell negó con la cabeza sin perder la calma.
Sarai continuó, desesperada. Le ofreció acuerdos, dinero, lo inexistente con tal de salir de esa situación. Él solo se quitó el abrigo y lo usó para atarla, apartándose para esperar la llegada del investigador.
Aurelith terminaba de encargarse de Oryxian cuando recibió la llamada de Kaell.
—Dime que no tengo que salir corriendo —respondió con una mezcla de sarcasmo y preocupación.
—No. Estoy controlando mis emociones. Sé que necesito hacerlo. Voy a trasladar a Sarai a prisión. Lleva a Oryxian allí, y no te preocupes por su estado.
—Kaell, pero...
—No escaparán. Me aseguraré de eso. Esta vez, vivirán su propio infierno. No cometeré errores.
—Sé que tienes planes, pero el amor puede cegarte. Kaell, esto no es un juego. Puede salirse de control.
—No esta vez —murmuró Kaell, observando a Sarai—. Esta vez no, ella existe.
No hizo falta decir un nombre. Aurelith lo comprendió.
—Confiemos en que saldrá como lo planeas.
—Tengo que dejarte. Nos vemos en la prisión. Haré las llamadas necesarias.
Al colgar, Kaell miró a Sarai forcejeando, aun intentando idear una estrategia de escape. Negó con la cabeza y comenzó a hacer llamadas para obtener la colaboración que necesitaba.
El investigador llegó poco después. Sarai sintió el pánico de las consecuencias.
—No seas idiota. Podemos llegar a un acuerdo. No te saldrás con la tuya.
Kaell ignoró sus palabras incluso cuando tuvo que sentarse con ella en el auto. Solo su celular logró distraerlo un instante: su hija había abordado el avión.
Zarina, por su parte, había llegado a casa. Revisó cada habitación, asegurándose de que todo estuviera en orden. Sus nervios le impidieron notar la ausencia de Sarai.
Se duchó y llamó a Sheyla, buscando contener la ansiedad.
—Deberías tomarte el día libre, amiga. Tu hija querrá estar contigo.
—Lo haré, pero antes necesito ir a la empresa unas horas. Debo conocer al supuesto inversionista. Todo marcha bien y no quiero que un aparecido arruine el avance.
—Tienes razón. Por fin todo se está recomponiendo. Me alegra que hayas vuelto. Te escuchas bien.
—Tú y yo sabemos que no es tan cierto —suspiró Zarina—. Pero me he acostumbrado. Carline y el trabajo lo mitigan.
—Es injusto que te culpes por algo que no fue tu culpa.
Zarina cerró los ojos.
—Otra mentira. No puedes decirme que no soy culpable de la muerte de mi padre... de haber amado a su asesino... de haber...
Pensó en Carline y volvió a suspirar.
—La culpa no es suficiente castigo. No hablemos de cosas tristes. Te encantará conocer a Carline y a Liz.
—No lo dudo —respondió Sheyla, dejándose llevar por el cambio de tema.
Mientras Zarina hablaba con Sheyla, Carline dormía junto a Liz, quien veía el viaje como una oportunidad de ayudarla a sanar, aunque en todos esos años apenas había logrado hacerla sonreír.
Kaell, finalmente, llegó a la prisión.
Sarai perdió la poca compostura que le quedaba al ver el lugar en que años atrás había ayudado a refundirlo.
—No puedes hacerme esto. ¡Tú no eres nadie! ¡Esto es ilegal! ¡Te haré pagar muy caro! —forcejeó sin éxito—. ¡No puedes dejarme aquí! ¡Soy la viuda Arzu! ¡No puedes tratarme así!
Kaell solo la observó, sin inmutarse.
—Que no salga, que no reciba visitas y, sobre todo, que no escape. Nadie, absolutamente nadie, puede saber que ella está aquí. Si alguna de estas cosas sucede, haré que lo lamente.
El hombre quiso responder, pero en ese momento Aurelith salió tras verificar que Oryxian hubiera recibido atención médica adecuada.
—Estará bien —informó a Kaell.
—No lo dudé en ningún momento —respondió, dirigiendo su mirada al director de la prisión—. Nadie debe saber que están aquí, ni siquiera entre ellos. Lo responsabilizo a usted.