Capítulo 7: Un Abrazo en Medio del Dolor
La noche había caído y con ella el peso de lo vivido. No pude cenar, mentí diciendo que tenía dolor de estómago y me fui directamente a la cama. No quise volver a llamar... Lo que tanto había dudado ya era evidente, pero aún no lograba creerlo.
No pude dormir. Mi mente jugó conmigo toda la noche: ideas absurdas, inseguridades, tristeza, rabia, odio, deseos de venganza, ansiedad. No sabía qué hacer con todo lo que sentía. Al amanecer, aunque mi rostro reflejaba el insomnio, no podía dejar que se notara. Me metí bajo la ducha con agua fría y me tomé tres tazas de café negro bien cargado.
Casi nunca desayunábamos en los hoteles, pero ese día en particular Roxana propuso que desayunáramos allí. Para sorpresa de todos, ya tenía todo listo.
La conversación giró exclusivamente en torno al trabajo. Afortunadamente, ese sería un día tranquilo. Solo teníamos que visitar dos matrices importantes en la ciudad capital. Eso significaba menos conducción y más organización interna. Roxana habló todo el camino y guió la ruta con soltura. Su energía y entusiasmo mantuvieron mi mente ocupada, ayudándome a no pensar demasiado.
Cuando llegamos a la primera matriz, Roxana se me acercó y me dijo con una mirada firme:
—Aquí nos vamos a demorar todo el mediodía. Así que puedes ir a descansar un poco.
Se acercó a mi oído y susurró:
—Deberías dormir. Sé que no has pegado un ojo en toda la noche.
¿Cómo lo supo? Me dejó sin palabras.
Mientras Juan, Natalia y ella se encargaban de la visita, me dirigí a la zona de parqueaderos de la empresa. Era enorme, con un área de descanso para visitantes. Encontré una hamaca y, sin darme cuenta, el sueño me venció por completo. Dormí como no lo había hecho en semanas.
Desperté con una caricia suave en el rostro. Era Roxana.
—Ya todos estamos listos —dijo sonriendo.— Te vinimos a buscar.
Me había cubierto mientras dormía y les dijo a los demás que yo había salido a almorzar solo. Ese gesto pequeño fue enorme para mí.
Ya descansado, los conduje hasta nuestra segunda parada. La ciudad era hermosa. Mientras manejaba, recordé que mi hijo pronto estudiaría allí, así que aproveché para observar y conocer el lugar. Al dejar a todos en la matriz, decidí recorrer un poco. Visitar la universidad me llenó de orgullo. Mi hijo viviría cerca del campus, y yo me sentía tranquilo sabiendo que estaría en un buen lugar.
Con la mente un poco más despejada, lo llamé. Le conté todo y se emocionó mucho. Me pidió que le ayudara a averiguar algunas cosas sobre la ciudad, lo cual hice encantado. Hablamos por mucho tiempo. Al final de la llamada, le pregunté cómo estaban las cosas en casa. Me dijo que casi no pasaba tiempo allí porque sus amigos le habían organizado muchas despedidas: tardes de pesca, paseos, bailes... Apenas llegaba a dormir.
Lo que me sorprendió fue cuando me dijo que su mamá también había estado saliendo mucho estos días. Respondí con un simple “bueno”, pero por dentro el dolor se intensificó. ¡Cómo había llegado todo hasta este punto?
Esa noche recogí a mi equipo. Todos estaban listos, y yo, aunque más tranquilo, seguía procesando todo. En el hotel, Juan y Natalia se retiraron temprano. Roxana, aunque ya había cenado, se quedó conmigo mientras yo tomaba un café. Pensé que había olvidado todo, pero en cuanto estuvimos solos, me miró fijamente y preguntó:
—¿Qué fue lo que pasó?
Sus ojos me dieron confianza, así que le conté todo lo que había pasado la noche anterior. Ella suspiró y me dijo:
—Lo sospechaba. Vi tus lágrimas después de usar el celular, pero no quise ser imprudente. Esperé a que todos durmieran, me acerqué a tu habitación... aunque la luz estaba apagada, te escuché llorar. Me quedé sentada afuera, sin saber cómo ayudarte. Así que planeé un día tranquilo para ti.
—Gracias —le dije conmovido—. Nunca nadie se había preocupado tanto por mí.
—Eso hacemos las amigas —dijo sonriendo.
Caminamos un poco por la terraza. Yo no quería hablar más del tema, pero ella me preguntó:
—¿Qué harás ahora que lo sabes?
No supe qué responder.
—No sé... Necesito pruebas. Y luego, ¿cómo me vengaría? Es la madre de mi hijo. Compartimos muchos años... No sé qué hacer sin ella. Mi vida pierde sentido.
Ella bajó la mirada.
—Te entiendo. Me pasa igual. No tengo hijos, ni tanto tiempo con él como tú con ella, pero cada vez que intento terminar, el miedo a estar sola me hace perdonarlo una vez más. Ambos tenemos que aprender a soltar.
—Creo que necesito terapia. O alguien con quien hablar...
—Nos tenemos ahora —dijo tomando mi mano—. Vamos a ayudarnos a salir adelante.
Nos abrazamos. Fue un abrazo largo, sincero. Por un instante, el dolor desapareció. Sentí que podía contar con ella. Tal vez, todo esto estaba ocurriendo por una razón.
Finalmente, nos despedimos. Cada uno se fue a su habitación, pero ambos sabíamos que algo había cambiado esa noche.
#CuandoLaVidaCambia
#Capítulo7
#HistoriasDeVida
#SanandoElCorazón
#FuerzaInterior
#ConfianzaYAmistad
#DecisionesDifíciles
#DolorYSanación
#NuevosComienzos
#HistoriasQueInspiran