Capítulo 11: Un giro inesperado
La mañana comenzó con noticias que nadie esperaba. Natalia recibió una llamada urgente: su madre, quien cuidaba de sus hijas, había sufrido un accidente. Nada grave, pero lo suficientemente delicado como para que ella tuviera que regresar de inmediato. Juan, preocupado, decidió acompañarla. El aeropuerto más cercano estaba lejos y el camino era complicado. Su salida fue rápida, entre maletas, abrazos y promesas de mantenerse en contacto.
La última parada del viaje quedaba cerca de la costa. Vería la playa después de mucho tiempo. Así que, por razones logísticas, Roxana y yo deberíamos encargarnos de la inspección final. Fue extraño verlos partir. El grupo con el que había compartido tantas confidencias ahora se dividía, y la idea de quedarnos solos me generaba una mezcla de calma y nerviosismo.
Terminamos nuestro trabajo justo antes del atardecer. Misión cumplida dijimos al tiene que chocamos los 5. La idea era pasar la noche en ese poblado y regresar al siguiente día a primera hora, así que teníamos tiempo para caminar por la playa y pasear un poco. El calor, el sonido de las olas y la suave brisa del mar creaban una atmósfera casi mágica. Roxana caminaba en silencio, admirando el horizonte. Y nos detuvimos por un instante yo estaba muy cerca casi detrás de ella y, cuando ella giró a verme, nuestros ojos se encontraron... Mi corazón empezó a latir aceleradamente nunca había estado tan cerca de ella ni me había fijado en lo bella que era me acerque un poco más que pude sentir su respiración y ocurrió.
Un beso. Inesperado, profundo. Como si todas las emociones contenidas durante el viaje hubieran encontrado salida en ese instante.
Pero Roxana se separó de golpe. Su rostro mostraba sorpresa, incomodidad... miedo. —"No sé qué estamos haciendo"— dijo, y salió corriendo hacia el hotel. Cuando la alcance ya tení las maletas listas en la camioneta y al verme me dijo nos vamos ahora mismo.
Quise disculparme, pero no me dio la oportunidad. Subió al asiento trasero sin decir una palabra más. Empezamos el regreso. Yo conducía en silencio, mientras ella miraba por la ventana, cruzando los brazos, perdida en sus pensamientos. No me atrevía a hablar, solo miraba por el retrovisor, esperando que me regalara una mirada.
Nunca llegó.
La lluvia nos alcanzó a medio camino. Caía con fuerza y la luz del sol se escondió de tal forma que era casi imposible ver bien el camino. De pronto, un estruendo y la camioneta comenzó a tambalear. Una llanta reventó por un bache en el camino. Controlé el volante con dificultad hasta detenernos a un lado de la carretera. El susto nos hizo olvidarnos, por un momento, de todo lo demás.
Me bajé para revisar y fue entonces que Roxana también salió, empapándose bajo la lluvia. —"No lo puedo creer..."— gritó entre risas nerviosas —"¡Nunca volvimos a llenar de aire el neumático de emergencia!"—.
Entonces recordé la primera vez que se pincho el neumático.
Rayos pensé.!!
Empezó a maldecir y zapatear sin control, tanto que tropezó y cayó en un charco de agua. No pude evitar reír disimuladamente parecía una niña berrinchuda. Ella me salpicó, diciendo ahora podemos reírnos los dos sin darnos cuenta, estábamos peleando y jugando como niños bajo la lluvia. En medio del caos, gritamos al cielo:
—"¡Que más puede pasar!
Ya nada importa
Somos libres...!
¡Que llueva más!"—.
Que está agua se llevé todo...!
Eran gritos de desahogo, de renacimiento.
Empapados, entramos a la camioneta buscando calor. La noche cayó sobre nosotros. Nuestros ojos se encontraron nuevamente, esta vez sin miedo, sin juicio. Y sin decir una palabra, nuestros labios se encontraron una vez más, esta vez con una intensidad que nos robó el aliento.
La radio sonaba bajito... una canción suave acompañaba la escena. El mundo dejó de existir por un momento. Solo estábamos nosotros. El asiento trasero fue testigo de una noche que no planeamos pero que cambió todo.
Horas más tarde, una grúa que pasaba por la zona nos ayudó a llegar a la siguiente estación. Nadie hablaba apenas creíamos que era real lo que había pasado, pero cuando subimos la camioneta a la grúa, ella me abrazó sin decir una sola palabra. Era como si en ese gesto nos dijéramos todo lo que aún no podíamos pronunciar.
La noche se transformo en un nuevo amanecer y con el neumático reparado, desayunamos algo. Y pudimos arreglarnos un poco en la cafetería que estaba junto a la estación. Reíamos como si nada hubiera pasado, como si no tuviéramos el peso del mundo sobre nuestros hombros. Parecíamos adolescentes que se acababan de enamorar.
El camino de regreso fue rápido. En comparación a la ida está vez no debíamos hacer tantas paradas, Mirábamos el paisaje, y aunque nuestras mentes estaban llenas de preguntas, decidimos disfrutar el momento. Nos detuvimos a almorzar y no recuerdo la última vez que había reído tanto El ambiente era distinto. Más sereno. Y continuamos en dirección a nuestro último destino.
Talvez eran las 10 de la noche —casualmente casi la misma hora en que nos conocimos siete días atrás— llegamos a la puerta del edificio de la empresa. Y estacioné la camioneta la lluvia finalmente nos volvía alcanzar.
—"Aquí estamos"— dijo ella con voz suave.
—"Sí... aquí estamos"— respondí mientras sostenía su mano.
Hace siete días no nos conocíamos... y ahora, no sabíamos cómo soltar nuestras manos sin sentir que algo se rompía por dentro.
#CuandoLaVidaCambia
#Capítulo11
#HistoriasDeVida
#DecisionesDelCorazón
#UnViajeInolvidable
#BajoLaLluvia
#MomentosQueMarcan
#RoxanaYRoberto
#HistoriasQueInspiran
#AmorInesperado
#EntreConfesionesYBesos