Cuando la Vida Cambia

Cuando la Vida Cambia

Capítulo 12 – Cuando la Vida Cambia

Pasaron varios minutos mientras la camioneta avanzaba suavemente hasta el estacionamiento subterráneo. El silencio nos acompañaba, solo interrumpido por el eco de las ruedas sobre el concreto. Roxana miraba por la ventana, con un semblante más serio, distinta a la mujer que reía horas atrás. Algo había cambiado… y lo sentí.

—Al final, todo salió muy bien —dijo con una sonrisa suave, pero lejana.

Aparqué la camioneta y subimos por el ascensor. Apenas me di cuenta de lo impresionante que era la empresa, una verdadera gigante en telecomunicaciones. Entramos a una oficina vacía, solo el personal de limpieza recorría los pasillos. Roxana cerró la puerta detrás de nosotros y me entregó un sobre.

—Juan y Natalia ya pasaron por aquí. Dejaron todo listo. Debíamos llegar mañana, pero ya está bien. De aquí nos reintegramos en dos semanas. Así que deberías descansar. Estos proyectos se pagan al finalizar. Aquí está tu cheque.

Lo tomé. Era más de lo que esperaba. También me entregó otro sobre.

—Estos eran los viáticos del conductor… Perdóname por no entregártelos antes, todo pasó tan rápido... Suspiro!!

—No te preocupes —le respondí—. Supongo que ahora sí podría invitarte a cenar. No comimos nada desde el almuerzo.

Ella se sonrojó ligeramente, pero su mirada era firme.

—No creo que sea posible… Tengo que regresar a casa.

Asentí con una mezcla de decepción y resignación.

—Te acompaño a esperar un taxi —dije.

Salimos. La lluvia había parado, pero una espesa neblina cubría la ciudad. Apenas llegamos a la esquina, una moto se acercó a toda velocidad. Me puse en alerta… hasta que escuché:

—¡Roxana, mi amor! ¡Te estaba esperando!

Me quedé congelado. Era él. Su novio. El mismo que había conocido completamente borracho aquella vez. Roxana también se quedó inmóvil.

—¿Y él quién es? ¿El nuevo chofer? —preguntó con burla.

Iba a responderle, pero Roxana me interrumpió.

—Lo siento, Roberto… jamás hice la llamada. Te lo explicaré luego. Ahora… debo irme.

Se subió a la moto. No dijo más. Y en un instante, desaparecieron entre la neblina.

Caminé por horas intentando digerir lo ocurrido. Esa noche dormí en un hotel cercano a casa. El amanecer trajo algo de paz. Me afeité, y me vestí con ropa nueva. Estaba listo. Era hora de cerrar ciclos.

A las 2 de la tarde golpeé la puerta. Esa misma puerta que días entras encontré cerrada y a la vez ese lugar al cual llamaba hogar. Está vez Mi esposa me abrió, sorprendida. No dejé que las emociones me traicionaran.

--- Podemos hablar le dije

Ella fue directa: ya no sentía nada por mí. Había alguien más. Y mi desplome económico fue la excusa perfecta para sacarme de su vida. No me creyó el tema del viaje, pero mi nueva actitud la hizo dudar.

Nuestro hijo llegó más tarde. Al verme, corrió a abrazarme. Cenamos juntos, pero no tardó en notar el ambiente.

—Suéltelo ya. ¿Se van a separar? —nos preguntó.

Nos abrazó entre lágrimas. Dijo estar preparado. Ya le había parecido extraño nuestra forma de actuar y la distancia que cada vez más nos separaba ahora decía. Que entendía. Que lo haríamos bien, como una familia de esas modernas que abundan hoy. Una semana te visitaré a ti mamá, y la siguiente a ti papá. Y después ustedes me visitaran a mí.
Su madurez nos desarmó, pero también me ayudo a sostener mi decisión.

Antes que pudiéramos terminar de hablar, mi esposa recibió una llamada. Salió al patio a contestar. No necesitaba más pruebas. Recogí algunas cosas. Me despedí con dignidad. Y me acerque a la puerta.

—¿Así de fácil te rindes? —preguntó ella. Asomándose por un costado de la puerta

—No es rendirse —le respondí—. Es soltar… después de haberlo intentado todo.

Mis pies parecían dudar pero al abrir la puerta ví la libertad al final de la calle y me fui sin regresar a ver atrás.

Rente un pequeño departamento y una semana después despedí a mi hijo en el aeropuerto. Había adelantado su viaje a la universidad para no estar prenden durante el divorcio Me abrazó fuerte.

—Suerte, viejo.
Me dijo antes de subir por las escaleras eléctricas que lo llevarían a la salida del Avión.

Tres semanas pasaron desde que regresé del viaje cuando una llamada me despertó de mi nueva rutina.

—¿Roberto? ¡Por fin te encuentro! —Era Juan.

—¿Qué pasó?

—Tienes que venir a la oficina. Ahora.

Una hora después estaba ahí. Me recibió con un fuerte abrazo.

—Roxana solo trabajó una semana más y renunció —me dijo—. No nos dijo nada. Simplemente se fue.

Subimos hasta el último piso. Natalia me saludó con alegría.

—¡Roberto! ¡Qué bueno verte!

.... Entonces pregunté

—¿Qué pasó con Roxana?

—No lo sabemos —dijo Natalia—. Solo dejó una carta… pero no para nosotros. Era para ti no teníamos tu número de teléfono y tardamos en encontrar tus papeles para poder localizarte. Pero por fin dimos contigo.

Me entregaron un sobre. Lo abrí, temblando. Y leí.

"No pude despedirme como debía. Perdón por mi cobardía. Ese viaje me cambió. Tú me cambiaste. A veces uno necesita perderse para saber qué quiere encontrar. Decidí empezar de nuevo. Espero que tú también lo hagas. No sé qué pasará, pero si alguna vez vuelves a mirar las olas, prométeme que lo harás con libertad, con esperanza, y con amor propio. Gracias por tanto. —R."

Cerré el sobre. Afuera, el cielo comenzaba a despejarse.

Y por primera vez en mucho tiempo… respiré sin dolor.

Fin.

.....
....
.

...

Escrito.
Por Edwin.G.

Gracias por acompañarme en este viaje llamado Cuando la Vida Cambia. Hoy se cierra un capítulo… pero quizá la historia aún no ha dicho su última palabra."

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