Cuando no quede nada

capitulo 9

6 años después…

Si algún día visitan la Ciudad de México y están ahí por placer, dense el tiempo de caminar por el Centro Histórico. Recorren calles empedradas, visiten el Templo Mayor, la catedral más emblemática, descubran algún escondite que se cruce en su camino. Háganlo solos o acompañados; la compañía del pasado que habitó ahí siempre sorprende. Luego, no olviden pasar por el café El Popular, en la calle 5 de Mayo, números 50 y 52. Generalmente hay fila, pero vale la pena.

Afortunadamente, Karla e Ivonne habían llegado temprano y encontraron lugar junto a la ventana, esperando sus desayunos.

—¿Y luego qué te dijo? —preguntó Ivonne.
—Que no iba a regresar… que mejor se quedaba allá o se saltaba al otro lado —contestó Karla, resignada y preocupada.
—¿Y allá qué va a hacer?
—Allá está la familia de su papá, tal vez los busque… pero no tiene nada que hacer.
—Acá tampoco.

Una mesera con uniforme rosa se acercó con la charola. Sirvió los molletes a Karla y los chilaquiles a Ivonne. Ambas guardaron silencio mientras eso sucedía.

—Si lo intentamos, tal vez sí le den chance —dijo Karla, desesperada.
—A ver, Karla… ayer encontraron al sobrino de don Carmelo en la banqueta, con una bolsa en la cabeza, solo porque no pagó el derecho de piso. ¿Tú crees que lo van a dejar volver?

Karla no supo qué contestar. Una parte de ella quería negarlo, pero sabía la verdad: no había segundas oportunidades. Para Fernando no había lugar en la ciudad; tal vez ni en el país.

No quiso tocar el tema de nuevo. Ivonne entendió y comenzó a comer sus chilaquiles, mientras Karla, con cuidado, añadía pico de gallo a sus molletes.

Actualidad

Era época de exámenes finales en el colegio de Karla, su época menos favorita. Se sentía como un zombi: carne podrida, cerebro encogido, atrapada entre temarios y apuntes que debía repasar sin cesar. Memorizar, retener, presentar el examen… y luego olvidarlo todo. Dos semanas eternas.

Karla ya estaba desmotivada. Nunca había sido la típica niña con puros diez, pero tampoco una rebelde sin enfoque. Vivía en un limbo incómodo entre ambos extremos. Su sueño siempre había sido un promedio de más de 90, pero cada vez que se acercaba, como Ícaro hacia el sol, sus alas se derretían y caía.

Nunca había exentado una materia. Mientras sus amigas planeaban vacaciones en Acapulco, ella sabía que estaría sentada frente a un escritorio, memorizando, sintiéndose inútil. Ahora, sentada sola en la banca del patio, rodeada de hojas y flashcards, le dolía la cabeza, el corazón latía con fuerza y todo su cuerpo era un manojo de ansiedad.

Llegó la hora del examen. Se acomodó, respiró hondo y comenzó a escribir como poseída, sin pensar, sin dudar. Si se detenía, todo se desmoronaba. Recordó semanas de estudio, y aunque los temas eran antiguos, los vaciaba en el papel con desesperación. Al terminar, levantó la mano temblando; la profesora tomó el examen sin decir palabra.

Karla salió corriendo del salón, tratando de recuperar el aire. Cruzó el patio, casi vacío, hasta que vio a Israel sentado bajo las escaleras.

—¿Isra? ¿Qué haces aquí? —preguntó, acercándose.
—Hola, Karla —dijo él con desgano—. ¿También te cogió… o bueno, más bien, te violó?

Karla bajó la vista. Él estaba armando algo extraño con pirotecnia: tres palomas y un diablo, un invento que no había visto antes. Su corazón se tensó.

—Era broma, obvio —dijo Israel, abrazándola de lado—. Nadie te va a violar.
—No… pero sí lo hizo —susurró ella, quebrada—. El examen me cogió.

Israel entendió. Le ofreció agua y siguió trabajando con cuidado en su creación: tres palomas y un diablo atadas a una bola de papel.

—¿Y no te van a regañar? —preguntó ella.
—Ah, pues sí. Pero ya. Total, ya volví a reprobar. ¿Qué? ¿Me voy a dar latigazos? —sonrió con orgullo—. Esto está mejor.

Poco después, Axel y Fernando llegaron, agitados.

—¿Y si pudieron, ojetes? —gritó Israel.
—¡Baja la voz, imbécil! —respondió Fernando—. Sí pudimos.
—Estuvo cabrón, pero se logró —añadió Axel—.
—A huevo, pinches pendejos. Chequen esta joya —Israel mostró la bomba casera—. Hoy esta vieja va a mamar.

Todos rieron. Karla, confundida, no preguntó más. Sabía que no recibiría explicación.

A las tres en punto, organizaron todo: tenían diez minutos para colocar la bomba bajo el cofre y prenderla justo antes de que la maestra saliera. Israel se escondería tras la jardinera; Axel y Fernando detrás del puesto de chicharrones, como coartada.

—Los van a meter a la cárcel —dijo Karla.
—Como mucho, a un psiquiátrico —rió Axel.
—Anden pues, váyanse. Ya es hora.

Karla pensó en todo lo que dijo Israel. Aunque no quería, entendía el hartazgo. Decidió prender la mecha.

Y entonces, por primera vez en semanas, dejó de sentir el peso de las orejas de burro. Ligera, viva, liberada.

La profesora salió, giró la llave del coche… primero un olor putrefacto de huevo cubrió el lugar, y luego: ¡BAM! La explosión sacudió el cofre. Todos rieron, libres por unos minutos de la presión de ser “suficientes”.

Ivonne, mientras tanto, caminaba sola a casa tras perder el camión. Repetía mentalmente las respuestas del examen, preocupada por los resultados y el enfado de su padre. Llegó a su vecindario casi desierto, y al entrar, su padre la saludó con un simple:

—¿Cómo te fue hoy?

Ella respondió, mecánica, tratando de no mostrar ansiedad. Las alas comenzaron a revolotear detrás de su espalda; como siempre, debía controlar lo que nadie más podía ver.

En otro lugar de la ciudad, Israel llegaba a su casa. Nadie lo esperaba; solo él y su abuelo. Reflexionó sobre su travesura: probablemente buscarían culpables, tal vez no lo encontraran, pero no se arrepentía. Comió en silencio, viendo televisión, mientras de sus pies brotaban raíces y su cuerpo se convertía en corteza. Se aferraba al mundo, intentando sobrevivir a la crueldad de la realidad.



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En el texto hay: juventud, mexico

Editado: 21.10.2025

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