Cuando nuestro amor florece

75 | No podemos ser amigos

«No podemos ser amigos después de habernos amado con tanta intensidad. No puedo verte y pretender que en tus labios no encontré mi lugar seguro.»
James llegó a la casa de los tíos de Giselle con el corazón acelerado. Llamó al timbre y la puerta se abrió con suavidad, revelando a Giselle. Sus ojos, normalmente llenos de vida, ahora estaban opacos, distantes.
Desde la boda de James y Priscilla, la vida de Giselle se había vuelto una tortura. Estaba agotada, exhausta de tener que batallar con sus propios demonios internos y tratar de olvidar los sentimientos que tenía por el único hombre al que realmente amó a lo largo de toda su vida.
No era fácil adaptarse a esta nueva realidad que solo la lastimaba.
—¿Puedo hablar contigo? —preguntó James con la voz temblorosa.
Se mordió la lengua pues no quería insultarlo o hacerlo sentir mal, aunque él sí había roto su corazón de distintas maneras una y otra vez. Al final supuso que su única alternativa era hablar con él, escuchar lo que tenía que decir y hallar una salida a todos sus problemas.
Giselle asintió, dejándole paso para entrar. Se sentaron en el salón, la tensión en el aire era palpable.
—Tu esposa fue a verme a la universidad, por supuesto me dijo cosas que estaban muy fuera de lugar —ella le dijo, mirándole directamente a los ojos—. Dijo que me olvidara de ti, que no insistiera más, que ya no te importaba. Me dijo que nuestra historia se había acabado, que no me aferrara a lo que un día fue.
La joven bajó la mirada, su corazón nunca había estado tan roto. Y el recordar la forma en la que Priscilla le dijo esas cosas tan feas, provocaba que el alma le quemara por dentro.
—No quiero perderte, Giselle —dijo él, casi suplicante—. Al menos, ¿podemos ser amigos? No me importa lo que haya pasado, solo quiero que estés en mi vida de alguna forma. No voy a resignarme a perderte, jamás podría perderte sin sentir que mi vida ha llegado a su fin.
Ella quiso llorar, realmente creyó que no iba a volver a verlo luego de la última vez que hablaron en casa de él, pero, aquí está de nuevo rogando por su perdón. Era difícil continuar con la misma historia cuando ella mismo se había asegurado de darle un cierre, o eso intentó hacer.
El silencio entre ellos se alargó, pero, al fin, Giselle levantó la vista, su voz apenas un susurro:
"—No sé si puedo prometerte eso. Pero, tal vez... podamos intentarlo." —es la respuesta que él habría deseado obtener, sin embargo, la realidad estaba muy lejos de sus sueños.
Tienes que amar demasiado a una persona como para resignarte a ser nada más que su amigo.
La jovencita pensó un momento en cuáles eran sus prioridades. A ella tampoco le gustaría perderlo, al igual que daría lo que fuera por quedarse a su lado, sin embargo, verlo casado con otra mujer que no era ella acabaría por volverla loca.
Ellos no podían ser amigos, la respuesta era simple.
—No puedo ser tu amiga, en serio lo lamento.
Un silencio aterrador se instaló en la habitación, él sintió que su mundo completo se estaba derrumbando en un par de segundos,
—Giselle, por favor, al menos... —dijo él, su voz quebrada—. Al menos intentemos ser amigos. No quiero perder todo lo que compartimos.
Giselle levantó la cabeza lentamente, como si el simple esfuerzo de mirarlo le costara más de lo que podía soportar. Sus ojos, una vez llenos de calidez, ahora parecían vacíos, empañados por una tristeza profunda que no se disimulaba.
—No puedo —respondió, su voz firme pero suave—. No puedo ser tu amiga, James. No después de todo lo que fuimos.
Él dio un paso adelante, acercándose a ella con una mezcla de desesperación y confusión.
—¿Por qué? ¿Por qué no? Todo lo que necesitamos es tiempo, un poco de espacio. Yo... Yo solo quiero que estemos en la vida del otro, aunque sea de una forma diferente.
Lo miró unos segundos, como si quisiera leer su alma, pero al final negó con la cabeza.
—Porque ya no me queda nada de lo que fui para ti —dijo, dejando escapar un suspiro profundo, como si esas palabras le costaran más que todo lo demás—. Y no sé cómo ser tu amiga después de haberte amado tanto. Me destruiría, James. Lo siento, pero me destruiría.
Las palabras de Giselle lo golpearon con una fuerza inesperada. James se quedó quieto, sin saber cómo reaccionar. Sus dedos apretaron la tela de su camisa, intentando asimilar la magnitud de lo que ella acababa de decir.
—¿Tan... tan poco me queda ya? —preguntó, su voz tan baja que parecía haberse desvanecido en el aire.
La mujer de sus sueños no contestó de inmediato. Sus ojos se humedecieron, pero ella los mantuvo firmemente abiertos, como si quisiera enfrentarse a la verdad sin escudarse en las lágrimas.
—No es que me quede poco, James. Es que lo que fui... lo que fuimos... no puede transformarse en algo más pequeño, algo más distante. No puedo hacer que eso encaje en el molde de la amistad. Mi corazón... ya no tiene espacio para eso.
La miró fijamente, su respiración entrecortada, como si esas palabras fueran un golpe directo a su pecho. Un vacío helado se abrió dentro de él, una sensación que nunca había experimentado con tanta intensidad.
—Entonces, ¿qué vamos a hacer? —preguntó, casi sin darse cuenta del rastro de desesperación que había en su voz.
Giselle cerró los ojos por un instante, como si la dolorosa claridad de la situación la desbordara. Cuando los abrió de nuevo, sus ojos estaban llenos de una determinación que no había mostrado antes.
—Lo que tenemos que hacer, James, es decir adiós.
El silencio que siguió fue pesado, casi insoportable. Y aunque él quería gritar, suplicar, hacer cualquier cosa para evitar esa despedida, algo en su interior le decía que ya no había vuelta atrás.
—Te amo con cada mísera parte de mi ser —susurró él, como una última esperanza.
Ella le dio una mirada fugaz, una que reflejaba dolor, pero también una resignación implacable.
—Y yo te amaré siempre. Solo ya no podemos seguir... así. No puedo seguir.
Con esas palabras, Giselle se levantó lentamente, como si cada movimiento le costara el mismo esfuerzo que a James mantenerse en pie. Dio un paso atrás, alejándose de él.
—Adiós, James —dijo, sin volverse, pero con una tristeza tan profunda que atravesaba cualquier barrera—. La puerta está allí.
James se quedó allí, inmóvil, viendo cómo la mujer que había sido su vida se desvanecía en el silencio de la habitación.




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