«Mi alma se está rompiendo en mil pedazos, su nombre sigue marcado en mi piel como un tatuaje que no puedo borrar. Gracias a él, ahora sé que solo el amor puedo doler así.»
La cafetería estaba envuelta en un silencio denso, interrumpido solo por el suave repiqueteo de la lluvia sobre los cristales. Afuera, Londres se perdía en una neblina gris que parecía engullir todo a su paso, pero dentro, Giselle y Hannah se encontraban atrapadas en una burbuja de palabras no dichas. Las dos se habían conocido de toda la vida, aunque ahora, por alguna razón, algo se había distorsionado en el aire. La noticia que Hannah acababa de compartir rompió esa quietud, y el impacto de sus palabras cayó con la fuerza de un rayo.
—Giselle... James está esperando un hijo con Priscilla.
Esas palabras, tan simples y directas, golpearon a Giselle como una ola inesperada. Su cuerpo se quedó rígido, como si el tiempo hubiera decidido detenerse. La taza de café en sus manos tembló levemente, pero ella la apretó con tanta fuerza que sus nudillos se blanquearon. Un dolor punzante se alzó en su pecho, y la mezcla de incredulidad y rabia la invadió de inmediato. Priscilla. El nombre de esa mujer resonaba en su mente, y el peso de esa realidad le nubló la vista.
La más joven no pudo articular una palabra al principio. Solo se quedó mirando a Hannah, tratando de comprender la magnitud de lo que acababa de escuchar. Sabía que las cosas con James no habían terminado bien, pero nunca imaginó que él seguiría adelante tan rápido, formando una familia con otra mujer. Con ella.
Las lágrimas comenzaron a acumularse en sus ojos, pero ella las mantuvo contenidas, con el esfuerzo de no dejar que su dolor se desbordara ante su amiga. Sin embargo, el peso de las emociones que la aplastaban fue demasiado, y al final, las palabras escaparon de su boca, quebradas.
—Ella ocupó mi lugar, Hannah. Priscilla... ella ocupó mi lugar en su vida. Sea como sea, terminó cumpliendo cada uno de los sueños que yo compartía con James. Me arrebató lo único que me importaba en la vida; su amor.
El vacío en su voz era palpable. El eco de esas palabras llenó la mesa, pero Giselle no parecía notar nada más. Todo lo que había sido su vida con James, todos los sueños que alguna vez construyeron juntos, ahora se desmoronaban ante ella como un castillo de cartas derrumbado por el viento. Ella estaba allí, siendo la esposa, la madre del hijo de James, mientras que Giselle solo quedaba en el pasado, una sombra que se desvanecía con cada día que pasaba.
Las lágrimas finalmente cayeron, y con ellas, todo el dolor que había estado guardando durante tanto tiempo. Los recuerdos, las conversaciones, los besos, los planes... Todo se mezclaba en su mente con un sabor amargo. Ya no había espacio para ella en su vida, y la realidad era demasiado cruel para enfrentarla de frente.
Hannah la miraba en silencio, con el rostro marcado por la tristeza que sentía al ver a su amiga tan quebrada. Sabía que Giselle había estado lidiando con la pérdida de James durante meses, pero ver cómo esa herida se abría una vez más, más profunda que antes, la hizo sentir impotente. Quiso hacer algo, cualquier cosa, para aliviar su dolor. Entonces, como siempre, recurrió a su manera de hacer que las cosas cambiaran, aunque fuera por un instante.
—Giselle, no puedes quedarte aquí, en este lugar oscuro. No puedes dejar que esto te consuma —dijo, con una firmeza en su voz que, aunque suave, era inquebrantable—. Tienes que irte, tienes que seguir adelante.
—¿De qué hablas? ¿Irme? ¿Por qué tendría que irme? —cuestionó intentando no ahogarse con sus propias lágrimas. Los últimos meses habían sido un jodido martirio como ella. Todo lucía como una pesadilla de la que no podía despertar.
Ojalá todo esto fuera tan solo un sueño.
—Vivir a unos cuantos kilómetros de James te está matando, realmente creo que tal vez si te alejas vas a poder sentirte mejor contigo misma. Será como empezar de cero, no te digo que me digas que sí ahora, pero al menos considéralo.
Ella la miró, confundida y entre sollozos, como si esas palabras fueran imposibles de creer. Pero luego, sin dejar de sostener su mirada, Hannah hizo algo inesperado.
—Hazlo por ti. Vamos a hacer una fiesta. Una fiesta enorme. Vamos a despedirnos de Londres, de todo esto, y te prometo que, aunque solo sea por una noche, vas a sentirte libre de todo el peso que llevas. Vas a tener un momento para ti, para olvidar.
Las palabras de Hannah, aunque en principio parecieron absurdas en medio del dolor de Giselle, empezaron a penetrar lentamente en su mente. Una fiesta. Una despedida. Tal vez no era una solución, pero era un paso, una pequeña chispa de luz en la oscuridad.
Giselle no dijo nada durante un largo rato. Solo miró a su amiga, sin saber si podía confiar en algo tan fugaz como esa idea. Pero, al final, vio la determinación en los ojos de Hannah, esa chispa que siempre había tenido, incluso cuando las cosas parecían imposibles. Tal vez, solo tal vez, un último acto de rebeldía, una fiesta, podría ser el comienzo de algo diferente.
Finalmente, Giselle asintió lentamente, un leve destello de esperanza cruzando su mirada.
—Está bien. Vamos a hacer esa fiesta. Pero que sea épica. Para que todo esto... se quede atrás.
Y aunque el dolor seguía apoderándose de ella, por un momento, Giselle permitió que la posibilidad de un futuro diferente se abriera ante ella. Y con ese primer paso, dejó que el peso de la tristeza se deslizara, aunque fuera solo un poco, de sus hombros.
—Y una vez acabe esa fiesta, nos iremos a Estados Unidos a iniciar una nueva vida.
—Hannah en verdad no debes hacer todo esto por mí, no puedes dejarlo todo para tratar de curar mi corazón roto...
—No hay nada que no haría por ti amiga mía.
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Editado: 15.12.2024