Cuando nuestro amor florece

79 | Sus intenciones

8 de abril de 2021

James

La casa estaba demasiado callada, un silencio pesado que se sentía como una presión en el pecho. Andrew y yo nos miramos, sabíamos lo que teníamos que hacer, aunque el miedo acechaba en cada rincón. La puerta del salón estaba cerrada, pero no había nada que nos detuviera. Mi hermana Claire estaba en su habitación, aun temblando después de lo que había pasado, y yo no podía soportarlo más.

—Vamos —dijo Andrew, con ese tono tan suyo, siempre tan sereno, pero yo sentía el furor hirviendo dentro de mí.

Avanzamos juntos, los pasos de Andrew tranquilos, los míos más pesados. Al abrir la puerta, ahí estaba él, mi padre, sentado en su sillón de siempre, con la mirada fija en el suelo, como si el mundo fuera un lugar al que ya no quería pertenecer. Cuando levantó la vista y nos vio, la sorpresa fue rápida, seguida de una irritación que casi podía tocarse en el aire.

—¿Qué quieren? —dijo, la voz rasposa, como siempre, como si estuviéramos interrumpiendo su espacio, su maldito derecho de hacer lo que quisiera.

Las palabras salieron de mí sin que pudiera detenerlas.

—¿Por qué le pegaste a Claire? —mi voz era más fuerte de lo que pensaba que podría ser. Estaba enfadado, demasiado enfadado, y la ira que había guardado durante años salió a la superficie, incontrolable. —¿Cómo fuiste capaz de lastimar de esa manera a quien criaste como tu hija? ¿Eres un maldito monstruo o simplemente estás demente?

Andrew se acercó un paso más, y me sorprendió lo tranquilo que se veía. Su voz sonó tranquila, pero con algo de condena que hizo que mi padre se tensara aún más.

—Eso no se hace, papá. Lo que hiciste estuvo mal, pero, parece que eso ya lo sabías y te importó poco o nada. Creo que has terminado por perder la cabeza después de todo joder. Eres un maldito imbécil que se atrevió a ponerle un dedo encima a mi hermanita menor.

Thomas, sin embargo, no parecía dispuesto a detenerse. Respiró hondo, apretó las manos sobre los brazos del sillón y, con una furia contenida, explotó.

—¡Estoy harto de todo esto! —gritó, poniéndose de pie de un salto, los ojos brillando de rabia. —¡Harto de lidiar con Giselle! Harto de todo lo que pasa en esta maldita casa. ¡Y en este momento, Priscilla debe estar acabando con ella!

Esas palabras me golpearon como un puño en el estómago. No podía creer lo que acababa de decir. Giselle, su eterna excusa. Y Priscilla... Sabía perfectamente a qué se refería. Mientras nosotros tratábamos de hacer que las cosas tuvieran algo de sentido, ellos estaban jugando sus propios juegos sucios en algún rincón, entre risas y venenos.

Me adelanté, la rabia me invadió tanto que apenas pude contenerla.

—¡No vas a hacerlo más! —mi voz era firme, tan firme que ni yo mismo me lo podía creer. Mi corazón latía tan rápido que me costaba respirar. —¡No le vas a pegar a Claire, ni a ninguno de nosotros!

Mi padre nos miró entonces con esos ojos fríos, como si tratara de decidir si éramos amenazas reales o solo otra molestia. Y en ese momento supe que, aunque lo intentara, ya no podía volver atrás. La tormenta que había comenzado a desatarse no podía ser detenida.

El silencio después de sus palabras era denso, insoportable. Cada palabra que había salido de su boca, cada amenaza, había dejado un vacío en el aire. No podía creer lo que acababa de escuchar, no podía aceptar que este hombre frente a mí, el que había sido mi padre, estuviera dispuesto a hacer algo tan irreversible. Pero lo peor de todo, lo que más me horrorizaba, era que no entendía por qué. ¿Por qué Giselle? ¿Por qué tanto odio hacia ella?

La rabia que sentía no era solo por lo que planeaba hacer, sino también por esa incapacidad de entender cómo habíamos llegado hasta aquí. Había algo más, algo oculto bajo su furia, algo que necesitaba saber.

Miré a mi padre, el rostro tenso, los ojos ardiendo con una furia que no podía apagar. Mis palabras salieron de un tirón, como si las hubiera estado guardando toda mi vida.

—¿Por qué la odias tanto? —la pregunta salió casi como un susurro, pero con un peso tan grande que parecía llenar la habitación. —¿Por qué Giselle? ¿Qué te hizo para que llegues a este punto?

Thomas, que había estado de pie, se quedó en silencio por un momento, como si no esperara que yo le hiciera esa pregunta, como si no pensara que algo tan simple pudiera sacarlo de su ensimismamiento. Sus ojos se entrecerraron, y por un segundo, me pareció ver algo más en su mirada, como si la rabia se transformara en algo más profundo, algo personal.

Mi respiración se hizo más pesada mientras lo miraba, esperando una respuesta, una que me diera algo para entender. Pero no la obtuvo. En lugar de eso, vi cómo sus labios se apretaban con fuerza y su rostro se distorsionaba en una mueca de desprecio.

—Porque ella arruinó todo —dijo, la voz rasposa, quebrada, pero con una furia que parecía hacer su respiración aún más pesada. —Ella amenaza con destruir todo este imperio por el que he trabajado durante años.

Yo fruncí el ceño, sin poder comprender lo que decía. Giselle, el gran amor de mi vida. Ella no había sido perfecta, pero ¿había llegado tan lejos su odio hacia ella como para llegar a esta locura?

—¿Qué estás diciendo? —pregunté, mi voz ahora quebrándose, temblorosa. —¿Qué te hizo ella para que llegues a este punto?

—Si dejo que ella le muestre al mundo todas mis mentiras, mi vida va a terminarse. Perderé todo lo que tengo.

Mis ojos se llenaron de incredulidad. Todo esto, todo el dolor, todo el odio que había acumulado a lo largo de los años, no era por Giselle, sino porque había fracasado en algo. No había sido capaz de tener lo que quería, y ahora la culpaba a ella.

—Todo lo que hiciste... todo lo que nos hiciste, no es culpa de Giselle —dije, la voz quebrándose. —Es culpa tuya. Todo esto es culpa tuya. Tú decidiste arruinar nuestra familia.




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