Cuando nuestro amor florece

80 | No puedo perderte, no otra vez

8 de abril de 2021

James

—Tengo el presentimiento de que algo malo va a suceder hoy, luego de oír todo lo que nos dijo la rata de nuestro padre. Quiero que vuelvas a tu casa y te quedes con Claire, mientras iré a buscar a Giselle para ponerla a salvo y pensaremos en lo que vamos a hacer. ¿Está todo claro Andrew? —Le dije a mi hermano en cuanto llegamos a su casa.

—Todo claro James, vete a ver a Giselle tan pronto como puedas. Después de lo que escuché, estaré rezando para que ella esté bien.

—Esta vez no pienso volver a perderla...No me interesa todo lo que deba hacer para protegerla, le demostraré la inmensidad de mi amor por ella. No quiero volver a fallarle, no importa lo que suceda.

—Vete, deja de perder el tiempo conmigo. Sé que no volverás a fallarle, pero, ahora mismo necesitas ir a ver si ella está bien...Luego de lo que nos ha dicho nuestro padre, es mejor ir con cuidado.

—Eso es lo que haré, espero que ella esté bien.

—Lo estará. Ya vete, cada minuto cuenta ahora mismo.

Asentí, él se bajó del auto y me mostró una sonrisa que de cierta manera logró reconfortarme al menos un poco. En serio espero que todo esté bien en casa, que las palabras de mi padre solo hayan sido provocadas para hacernos sentir miedo.

Arranqué el automóvil con rapidez y conduje hasta mi departamento. Subí tan pronto como pude hasta mi piso y el mundo se me cayó encima cuando vi lo que estaba sucediendo.

Priscilla estaba tratando de asesinar a mi Giselle.

El sonido del disparo resonó en las paredes del departamento con la intensidad de una pesadilla. Me mantuve paralizado por un instante, miré a Giselle en el suelo, su rostro demacrado y la sangre fluyendo rápidamente de su herida. No podía creer lo que acababa de ocurrir. Todo había sido tan rápido. El resplandor del arma en manos de Priscilla aún estaba grabado en su mente.

Mi esposa, con la expresión inquebrantable de una persona sin remordimientos, observó por un segundo la escena que había causado. Luego, sin decir una palabra, dio media vuelta y, con pasos firmes, se alejó. Por supuesto que intenté reaccionar, pero el miedo y la furia me dejaron inmóvil, solo fui capaz de mirar cómo la mujer que había destrozado mi vida desaparecía por la puerta.

El eco de los tacones de Priscilla se desvaneció en la oscuridad del pasillo mientras ella huía, dejando atrás el caos y la sangre derramada. En mi mente, solo había una cosa: salvar a Giselle. Pero mientras la puerta del departamento se cerraba detrás de Priscilla, un sentimiento de impotencia me invadió por completo. Sabía que no podía seguirla, no sin arriesgar la vida de Giselle. No podía dejarla morir.

Con el pulso acelerado, me arrodillé junto a Giselle, con mis manos temblorosas tratando de frenar la hemorragia. No podía perderla. No podía permitirme perderla de nuevo.

Priscilla ya se había ido, pero el daño que había causado se quedaba con nosotros.

Todo sucedió tan rápido que apenas noté cuando se convirtió en un desastre.

No podía dejar de mirar a Giselle, su rostro pálido, la sangre empapando su ropa, y la herida en su brazo izquierdo que seguía sangrando sin cesar. El sonido de su respiración era lo único que me mantenía cuerdo, aunque cada vez que miraba a mi alrededor, todo se sentía irreparable.

Con manos temblorosas, la levanté del suelo. La abracé con fuerza, temeroso de que, si la soltaba, todo sería en vano. Estaba tan fría, tan inmóvil. Un nudo en su garganta me ahogaba, y a pesar de mi pánico, no podía dejar de susurrar su nombre.

—Giselle... no... por favor... no quiero perderte —mi voz se quebró en un suspiro de desesperación, mi pecho se contrajo como si fuera a romperse. La desesperación se apoderó de mí, y con todo mi ser, traté de detener la hemorragia, sin saber qué hacer, solo sabiendo que tenía que hacer algo.

Saqué mi teléfono de mi bolsillo, las manos tan inestables que casi dejé caer el dispositivo. Con dificultad, marqué el número de emergencias.

—¡Necesito una ambulancia! —su voz sonó casi inaudible, pero las palabras salieron como un grito rasgado, una súplica desesperada—. ¡Mi mujer... ha sido herida! ¡Está perdiendo mucha sangre! ¡Por favor, apúrense!

Cuando colgué, la angustia me golpeó con fuerza. El dolor de ver a Giselle tan frágil, tan vulnerable, se convirtió en un peso insoportable. Sin poder soportarlo más, me levanté del suelo con ella en brazos, buscando a ciegas un lugar donde pudiera intentar calmar mi mente y hacer algo por ella. Todo estaba oscuro y borroso a mi alrededor.

Con un impulso irrefrenable, corrí al baño, cerré la puerta de golpe y me desplomé en el suelo, manteniendo a Giselle contra mi pecho. Allí, en ese espacio reducido, donde el sonido de su respiración y el llanto de ella eran los únicos ecos, me permití sucumbir a la angustia.

El llanto se desbordó de mis ojos, caliente y lleno de impotencia. No podía dejar de llorar, mi cuerpo entero sacudido por el dolor. La visión de Giselle herida me torturaba, y el miedo de perderla me consumía.

—No te vayas... por favor, no me dejes —gemí entre sollozos, abrazándola con más fuerza, como si mi vida dependiera de ello.

Era una súplica que venía del alma, una necesidad desesperada de que todo volviera a la normalidad, de que todo terminara bien. Pero en ese momento, el miedo a la pérdida, a lo irremediable, me envolvía. No sabía cuánto tiempo pasaría antes de que llegara la ayuda, o si llegaría a tiempo, y ese pensamiento era el que me estaba matando por dentro.

Toda mi vida la he amado con todo mi ser, cada noche he anhelado volver a verla y disfrutar de su cariño una vez más. Y ahora que ella está a mi lado de nuevo, podría morir.

Giselle no puedo perderte, no otra vez.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.