Cuando nuestro amor florece

86 | Adiós Priscilla

20 de abril de 2021

James

Hoy era el día en que iba a firmar los papeles de divorcio.

Después de casi catorce años, iba a ser libre de aquel matrimonio que solo me trajo amargura y tristeza.

Estaba ahí, frente a ella, con el contrato de divorcio en las manos, sintiendo el peso de la decisión que había tomado, pero también el vacío de todo lo que estaba dejando atrás. No había vuelta atrás. Priscilla había estado sentada frente a mí durante tanto tiempo, pero en ese momento me parecía más distante que nunca. Colocando el contrato frente a ella, no supe qué decir. No había palabras que pudieran remediar lo que habíamos hecho.

Vi cómo sus ojos se humedecían mientras tomaba el bolígrafo, y lo supe: ella había esperado otra cosa, otra versión de mí, pero yo había fallado. Sus manos, que antes solían acariciarme con ternura, ahora firmaban con una frialdad que me cortó como un cuchillo. El sonido de la pluma sobre el papel resonó en mis oídos, retumbando como un eco de nuestra relación rota.

Cuando terminó, no hubo una mirada de reproche, solo una tristeza tan profunda que me dolió más que cualquier insulto. Y entonces habló, su voz temblorosa pero cargada de una verdad brutal.

—Nunca nadie me hirió tanto como tú. Saber que siempre estuviste enamorado de Giselle... Eso me rompió el corazón. Ella sí te amó. Mientras yo... simplemente fui una sombra en tu vida.

—Siempre estuve contigo porque mi padre lo quería así, un amor que comienza de tal manera nunca podría cambiar. La vida real no es un cliché, en lo absoluto, y siendo honesto nunca tuve el deseo de amarte no porque la amaba a ella, sino por el hecho que tú no eras el tipo de mujer que me gustaba. Tu ambición siempre ha sido mayor que todo Priscilla, nunca te ha interesado nada más que el dinero y aunque soy alguien que siempre lo ha tenido todo económicamente, no vivo a través de ello. Sin embargo, si llegué a hacerte daño a lo largo de nuestro matrimonio, debería disculparme contigo por herir tus sentimientos. Lo lamento Priscilla, no fue mi intención hacer que te sintieras mal.

—No debes disculparte por no haberme amado. El amor nunca puede ser forzado, ya lo he aprendido. Hoy en día me estoy arrepintiendo de muchas cosas, porque a pesar de todo no me habría gustado tener que irme de esta manera, no obstante, he cometido muchos errores que son irreparables.

—Ojalá pudiese decirte que soy capaz de perdonarte, o al menos de intentar decir que te perdono, pero, la verdad es que no podré hacerlo nunca. Le hiciste daño a la persona que más amo y eso es imperdonable.

—Ahora sé que tu amor por ella no tiene límites.

—Mi amor por ella nunca ha tenido límites, daría mi vida por ella. No hay nada que no haría por ella, y eso no va a cambiar jamás.

—Me equivoqué al ponerme de lado de tu padre al final, no debí haberme compartido en su cómplice...Solo que me dejé cegar en cuanto escuché la cantidad de dinero que iba a darme a cambio.

—¿Y te irás así sin nada? ¿Tú? ¿Qué solo piensas en el dinero? —Me burlé. No sentía lástima por ella.

—Tu padre se ha apiadado de mí, tal vez debido a que le he demostrado mi lealtad durante años. Me dará un poco de dinero y estoy segura que mis padres no dejarán de apoyarme económicamente.

—Está bien Priscilla, espero que tu vida tome su propio rumbo muy pronto y que puedas ser feliz. No voy a decirte nada más ya que estoy haciendo suficiente al permitir que te vayas lejos incluso habiéndole hecho daño a quien más amo en este mundo, y considero que es un esfuerzo sobrehumano.

—Has hecho suficiente al dejarme ir. Lo siento, en serio lamento todo el daño que te he hecho.

—No se puede borrar el pasado, solo vivamos el presente.

—Y tú sé feliz con quién siempre debiste estar. Demuéstrale que la amas infinitamente, porque no hay nada más grande en este mundo que el amor que sientes por Giselle.

Esas palabras me atravesaron como una flecha, y por un instante sentí que no podía respirar. Ella tenía razón. Siempre había estado enamorado de Giselle. Priscilla lo sabía, lo había intuido siempre, y, aun así, había seguido esperando algo que yo no podía darle. Ella sí me había amado de la manera en que yo quería ser amado, pero no podía darle lo mismo. No a Priscilla. Y, al final, el precio de mi indecisión fue esta herida que nunca podría sanar.

No respondí. No podía. ¿Qué podía decir en ese momento? Las palabras no alcanzaban a aliviar ni un poco la culpa que me ahogaba. Priscilla se levantó, dejó el contrato como si fuera un documento cualquiera, y aunque no dijo nada más, en sus ojos ya no quedaba lugar para mí. Mi amor por ella había sido una mentira, y ella lo había sabido siempre.

Me quedé allí, solo, mirando las huellas de lo que alguna vez fue nuestra vida juntos.




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