Cuando nuestro amor florece

89 | Hasta que te perdí

«Encontrar al amor de mi vida fue como descubrir una melodía que mi corazón había estado buscando en silencio, una armonía perfecta que me hace sentir completo, como si todo en el universo hubiera conspirado para que nuestros caminos se cruzaran.»

La noche había caído, y la luz tenue de la lámpara en el rincón del apartamento de James apenas iluminaba la habitación. El aire estaba pesado, cargado con una tristeza palpable que James no podía disimular. Frente a él, Liam, su mejor amigo, observaba en silencio, sin saber qué decir. Ambos sabían que la conversación que iban a tener no sería fácil.

James había estado encerrado en sí mismo durante semanas, desde el día que se casó con Priscilla. Sabía que su vida había cambiado para siempre, pero no estaba seguro de cómo procesar la pérdida de Giselle. El amor de su vida. La mujer con la que había soñado construir un futuro, pero que había dejado escapar por no ser valiente.

Finalmente, James rompió el silencio. Su voz era rasposa, como si llevara demasiado tiempo sin hablar con sinceridad.

—No puedo... no puedo dejar de pensar en ella, Liam —dijo, su tono quebrado—. En Giselle. En lo que podría haber sido. ¿Sabes lo que más me duele? Que nunca fui valiente. Nunca tuve los cojones de hacer lo que sentía, de tomar las riendas de mi vida y huir con ella, de casarme con ella, de dejar todo atrás para estar con la persona que realmente amaba.

Liam se inclinó hacia adelante, sus ojos fijándose en James, comprendiendo que su amigo no solo hablaba de arrepentimiento, sino de una tristeza profunda, casi insoportable.

—James, no te eches toda la culpa —dijo Liam con suavidad, aunque su voz estaba llena de preocupación—. No sabías lo que iba a pasar. Quizás pensaste que el momento no era el adecuado, que las cosas con Priscilla tenían que seguir su curso. Pero no puedes seguir lamentándote por lo que no hiciste. Lo que importa ahora es lo que decidas hacer con lo que tienes.

James negó con la cabeza, golpeando con frustración la mesa con el puño.

—¡No lo entiendes! —exclamó, la ira y el dolor entremezclados en su voz—. Yo lo sabía, Liam. Lo sabía. Sabía que Giselle era la única. Pero en lugar de ser valiente, preferí quedarme en mi zona de confort. Pensé que todo podría esperar, que todo se resolvería. Y ahora... ahora ya es tarde. Ya está casada con él. La perdí, y no tengo a nadie más a quien culpar que a mí mismo.

Liam guardó silencio un momento, consciente de lo difícil que era escuchar a James hablar de esa manera, pero también sabiendo que su amigo tenía razón. Las decisiones que había tomado lo habían llevado hasta ese punto, y no podía cambiar el pasado.

—James, mira... todos cometemos errores —dijo finalmente, tomando aire para no sonar condescendiente—. No puedes cambiar lo que pasó, pero tampoco puedes seguir torturándote por algo que ya no tiene remedio. Giselle sigue adelante con su vida, y tú tienes que hacer lo mismo. El arrepentimiento no va a traerla de vuelta.

James lo miró con rabia contenida, su rostro arrugado por el dolor de esas palabras.

—¿Sabes qué es lo peor? —continuó, su voz desmoronándose—. Que no solo la perdí, sino que perdí la oportunidad de ser feliz. Perdí la oportunidad de ser yo mismo con ella. Ahora estoy atrapado en una vida que no quiero, con Priscilla, una mujer que no tiene ni idea de lo que realmente soy. La odio. No a ella, no de esa manera, pero sí por lo que me hace sentir. Me recuerda todo el tiempo lo que perdí. Me recuerda que soy un cobarde.

El dolor en los ojos de James era tan real que Liam se sintió impotente. No había mucho que pudiera hacer, salvo escuchar y acompañarlo en su sufrimiento. James estaba destrozado, no solo por la pérdida de Giselle, sino por la culpa que lo consumía, la sensación de que había dejado ir lo único que había valido la pena.

—¿Y qué esperas, James? —preguntó Liam, suavemente, pero con una mirada directa—. ¿Esperas que alguien venga y te diga que está todo bien? ¿Que lo que hiciste fue lo correcto? No lo fue, lo sé. Pero ahora tienes que mirar hacia adelante. No puedes seguir anclado en lo que pudo haber sido. La vida sigue, hermano. Tú sigues aquí, y eso significa que todavía tienes algo por lo que luchar. No por ella, no por el pasado, sino por ti mismo.

James cerró los ojos, el dolor reflejándose en su rostro. El simple hecho de pensar que su vida podría haber sido diferente, que podría haber sido feliz con Giselle, lo hacía querer rendirse. Pero había algo en las palabras de Liam que le hizo pensar. Tal vez, tal vez había una salida. Aunque no estuviera con Giselle, tal vez aún podía encontrar un camino para sanar.

—No sé si alguna vez podré perdonarme por no haberme ido con ella —dijo, su voz ahora un susurro—. Pero sé que si sigo en este estado, nunca voy a encontrar la paz.

Liam asintió, dejando que la quietud de la habitación envolviera por un momento a ambos, mientras James luchaba por procesar lo que sentía.

—La paz no llega de inmediato, pero está ahí, esperando. Tienes que aprender a vivir con lo que has hecho, con lo que has perdido. Y lo más importante, tienes que aprender a seguir adelante. Porque si no lo haces, vas a quedarte atrapado en este dolor para siempre.

James lo miró, sintiendo una pequeña chispa de esperanza en medio de su tormenta interna. Sabía que el camino sería largo y complicado, pero algo en él comenzaba a entender que quizás, solo quizás, todavía había una oportunidad de encontrar la paz, de encontrar su lugar otra vez.




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