Cuando nuestro amor florece

90 | El día de la venganza

1 de mayo de 2021

Giselle

Estaba en medio de una tarde tranquila cuando escuché un golpe fuerte en la puerta. Antes de que pudiera reaccionar, la puerta se abrió de golpe, casi arrancándose de sus bisagras. Ahí estaba él, Thomas Windsor, con su expresión de desprecio habitual. No había necesidad de palabras, su mirada ya lo decía todo.

—Siempre te odié —dijo, su voz profunda y cortante como una cuchilla—. Nunca supe qué veía James en ti. No eres más que una usurpadora. Desde el principio, supe que no eras la mujer adecuada para él. Y ahora vienes a destruir todo lo que hemos construido. No voy a permitirlo.

Mi corazón latía con fuerza, pero traté de no mostrarme débil. No iba a darle el gusto de verme afectada, aunque cada palabra de él me quemara por dentro.

—No voy a dejar que arruines su vida, ni que te lleves todo lo que le pertenece —continuó, como si estuviera dictando una sentencia—. No te lo permitiré, Giselle. ¡Ni lo pienses! Dejarte que hagas lo que quieras, solo significaría que voy a perder toda mi fortuna por la que he luchado durante todos estos años, eso solo sucederá bajo mi cadáver.

Mi mente se nubló por un instante, incapaz de procesar todo lo que acababa de decir. Estaba furioso, tan furioso que ni siquiera parecía importarle el daño que pudiera causar. No era solo una amenaza; era una promesa. La furia en sus ojos era incontrolable, y por un momento me pregunté si realmente estaría dispuesto a hacer lo que decía.

Quería hablar, defenderme, pero sus palabras eran como un muro imposible de atravesar. Estaba tan decidido a destruir todo lo que James y yo habíamos construido, que me quedé en silencio, observándolo. Sabía que, en ese momento, no había nada que pudiera hacer para cambiar su odio.

—¿Qué estás haciendo aquí padre? ¿Quién te dijo que eras bienvenido en mi casa? —James apareció por el corredor con una expresión llena de enojo.

Por un segundo agradecí que los niños estuvieran en casa de Andrew. Habíamos tomado la decisión que ellos y mi familia se quedaran allí por un tiempo debido a que deseábamos protegerlos de la extrema locura del padre de James. Mi prometido me dijo que él se quedaría a mi lado protegiéndome de todo, eso hizo que mi amor por él creciera un poco más si eso fuera posible.

—No necesito pedirte permiso para hacer lo que se me venga en gana James, creí que habías entendido eso. Voy a ser sincero con ustedes dos hoy.

—Imagino que no tenemos otra opción que escucharte ya que has irrumpido en nuestra casa así —farfullé con molestia mientras me dirigía a sentarme en el mueble.

—Planeaba matarte Giselle, aquel era mi mayor deseo —confesó con ira en su voz.

—Antes de matarla a ella, tendrás que matarme a mí primero.

Thomas se quedó callado por un momento, quizá estaba pensando en lo que acababa de decir su hijo.

—¿Para matarla a ella debo matarte a ti primero? —apenas pudo preguntarle. El tono de su voz cambió de uno decidido a uno indeciso.

—La matarás sobre mi cadáver. Podría morir por ella, no hay nada que no haría por ella, entiéndelo.

—Si ese es el precio de pagar, tendré que dar un paso atrás —dijo, sus palabras me dejaron en shock—. Creerán que soy un monstruo, pero nunca asesinaría a ninguno de mis hijos de sangre.

No iba a admitir en voz alta que el miedo estaba empezando a apoderarse de mi mente, pero, al mismo tiempo sé que mi hombre va a protegerme por lo que confiaré en él e intentaré tranquilizarme.

—Si no me das todo lo que me pertenece, la custodia de Claire y admites públicamente lo que hiciste hace dieciséis años... —su voz era suave, pero cada palabra estaba cargada de amenaza—. Si no confiesas que robaste la idea millonaria de los Alderidge, te aseguro que te vas a pudrir en la cárcel. Y no será un proceso rápido ni limpio.

Mi estómago dio un vuelco. No pude evitarlo. Estaba completamente en shock. Vi cómo Thomas, a pesar de su arrogancia y poder, vaciló por un segundo. Sus ojos se abrieron un poco más de lo habitual, como si finalmente hubiera comprendido que las palabras de su hijo no eran solo una amenaza vacía. James no estaba jugando. Sabía perfectamente lo que estaba diciendo.

—Tienes hasta mañana para hacerlo —continuó James, con una calma aterradora—. No quiero oír excusas, ni esperar más tiempo. Si no haces lo que te pido, ya no seré tu hijo. Y estarás solo.

Las palabras flotaban en el aire, y por un momento, pude ver cómo Thomas se quedaba sin reacción. Su orgullo, su poder, su control absoluto, sobre todo, parecía desmoronarse ante su propio hijo. En su mirada había un destello de miedo que no había visto nunca antes.

Y mientras los dos se enfrentaban, yo simplemente observaba. No podía hacer nada, no podía intervenir. Estaba atrapada en ese momento, donde las palabras de James colisionaban con la furia de su padre, y yo era solo un espectador más.

Me quedé allí, callada, sintiendo cómo el peso de las palabras de James caía sobre todos nosotros. En ese instante, comprendí que este conflicto no solo se trataba de dinero o poder, sino de algo mucho más profundo. Algo que James había estado guardando durante mucho tiempo. Y yo... yo estaba atrapada entre ellos, sin poder hacer nada, mientras el destino de todos parecía pender de un hilo.

¿Sería tan grande el temor de Thomas que sería capaz de entregarnos todo lo que estábamos buscando de una manera tan fácil?

—¿Podrás perdonar todo lo que te he hecho a ti y a esta mujer si acepto lo que me estás pidiendo? —interrogó.

—Tal vez algún día pueda darte mi perdón.

—Entonces dalo por hecho. Acepto tu trato.

Me mordí el labio con fuerza, evitando que mi mandíbula se abriera debido a la sorpresa que me había provocado oír aquella respuesta de un hombre al que siempre no le ha importado nada más que el dinero.

—Eres mi hijo James, y aunque ahora puedas no creerlo, todo lo que he hecho a lo largo de mi vida es intentar que tú seas feliz y tengas lo mejor. Después de todos estos años he llegado a entender que me equivoqué al no permitir que te casaras con Giselle, a pesar de todos mis esfuerzos para verlos separados, su amor no ha cambiado. Sé muy poco del amor, si es que acaso sé algo de ello...




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