Cuando nuestro amor florece

93 | El final se acerca

4 de mayo de 2021
James

La luz de la lámpara de pie proyectaba sombras suaves sobre las paredes, creando un ambiente acogedor en medio de la creciente tensión. Giselle estaba sentada en el sofá, con las piernas recogidas hacia el pecho, los dedos jugueteando con el borde de su suéter. A pesar de la calidez de la habitación, el aire entre nosotros se sentía pesado, cargado de sus pensamientos y preocupaciones. No podía evitar notar la incomodidad en su postura, cómo se tensaba cada vez que mi padre cruzaba por su mente.
—James, no puedo dejar de pensar en lo que tu padre podría estar planeando —dijo al fin, con la voz quebrada, como si cada palabra le costara un esfuerzo enorme—. Hay algo en él que no me da paz. Temo que esta... esta reunión, esta conversación... sea solo una trampa para que me acerque, para poder hacerme daño de una manera más fácil. No puedo dejar de desconfiar, pienso en ello día y noche.
Esas palabras, tan llenas de temor, calaron hondo en mí. Podía ver el miedo reflejado en sus ojos, y no quería que lo sintiera, que lo viviera sola. Sabía que su desconfianza hacia mi padre no era algo que se pudiera superar de un día para otro, pero me dolía verla tan vulnerable, tan inquieta. Mis propios temores respecto a él se agolpaban en mi cabeza, pero traté de enfocarme en lo que realmente importaba: ella.
Me acerqué con paso firme y me agaché frente a ella, buscando que me mirara. Sus ojos estaban llenos de incertidumbre, pero también de una fuerza callada que nunca había dejado de admirar. Tomé su mentón con suavidad, levantándola un poco para mirarme a los ojos, y aunque no quería que sintiera que la estaba presionando, le dejé claro que lo que más me importaba era su seguridad, su tranquilidad.
—Giselle —le dije, con la voz serena pero firme—, todo va a estar bien. Te prometo que estaré allí contigo, que nunca te dejaré sola. No importa lo que mi padre quiera, no dejaré que te haga daño.
Mi corazón se apretó al ver cómo sus ojos se humedecían, pero no dejé que se apartara de mi mirada. Quería que sintiera lo que le decía, que pudiera aferrarse a esas palabras.
—Tú y yo estamos en esto juntos —continué, mi tono más firme—, y nada ni nadie va a interponerse entre nosotros. No se lo permitiré mi padre, y no lo permitiré yo.
Giselle cerró los ojos por un momento, respirando hondo como si intentara calmarse. La vi luchando contra sus propios temores, y me sentí impotente por no poder hacer más que ofrecerle mi presencia, mi apoyo.
—Pero... ¿y si termino por tener razón al final? ¿Y si todo esto es solo una manera de manipularnos? —preguntó, con una mezcla de miedo y esperanza.
No pude evitar apretar un poco más su mentón con la mano, no para presionarla, sino para hacerle sentir que no la iba a soltar.
—No va a pasar —respondí con total convicción—. No te preocupes por eso. Yo estaré a tu lado, no importa lo que pase. Ni él ni nadie puede interferir en lo que hemos construido juntos.
Me sonrió ligeramente, aunque las dudas seguían en su mirada. En ese momento, dejé que el silencio nos rodeara por un instante, mientras la miraba con atención. Sabía que mis palabras podían no ser suficientes para borrar su desconfianza, pero al menos esperaba que mi presencia y mi compromiso le dieran algo en lo que apoyarse.
—Te quiero —dijo entonces, y me quedé sin palabras por un momento. Lo dijo con una suavidad que no me esperaba, como si también buscara consuelo en esas tres palabras.
—Yo también te quiero —respondí, con un tono que no dejaba lugar a dudas. Y al decirlo, sentí una especie de calma invadiéndome. Porque, a pesar de todo lo incierto, sabía que lo que estábamos viviendo era real. Que nuestra historia juntos era lo que me importaba, lo que me daba fuerza.
Nos quedamos un momento en silencio, como si ambos intentáramos comprender la magnitud de lo que estábamos enfrentando. Giselle tocó suavemente su vientre, y su gesto me hizo recordar algo que a veces me costaba procesar: estábamos esperando un bebé. Un bebé que, a pesar de la oscuridad que nos rodeaba, sería la luz que transformaría todo lo que nos pasaba.
—Este bebé… —dijo, más para sí misma que para mí—, el bebé que estamos esperando… no hay nada más importante que eso. En unos cuantos meses, todo cambiará para siempre.
Miré su vientre, esa pequeña barriga que empezaba a crecer, y me sentí invadido por una oleada de emoción. Mi corazón latió más rápido solo de pensar en el futuro que nos esperaba, uno que estaría lleno de nuevos desafíos, pero también de amor.
—Sí, en un par de meses, todo cambiará —le dije, tocando también su abdomen, con la esperanza de que mis manos pudieran darle algo de consuelo.
Sus ojos se humedecieron nuevamente, y vi cómo una pequeña sonrisa asomaba en su rostro. Era débil, pero real. Y en ese momento, supe que, aunque el camino por delante sería difícil, no había nada que no pudiéramos enfrentar juntos.
Me incliné hacia ella y besé su frente, con la ternura que solo podía ofrecerle a ella.
—Vamos a ser una familia —susurré, y esas palabras, tan sencillas pero poderosas, me dieron una paz que no esperaba. Sabía que, a pesar de todo lo que estábamos atravesando, estábamos construyendo algo que nadie podría destruir.
La vi cerrar los ojos, asintiendo lentamente, como si estuviera aceptando esa promesa. Un suspiro profundo escapó de sus labios, y pude sentir que, por un momento, sus temores se desvanecían, aunque solo fuera temporalmente.
—Nada ni nadie podrá alejarnos de lo que estamos construyendo —repetí, con más convicción.
Y en ese instante, entre las sombras y la luz suave de la lámpara, supe que todo iba a estar bien. Que no importa cuán oscuro fuera el futuro, mientras estuviéramos juntos, podríamos enfrentarlo.




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