Cuando nuestro amor florece

94 | La caída del imperio Windsor

6 de mayo de 2021

James

La oficina de mi padre nunca había sido un lugar acogedor, pero hoy, la tensión en el aire era aún más palpable. Las paredes, de madera oscura y llena de premios, se sentían más frías que de costumbre. Todo parecía igual: los papeles perfectamente alineados sobre su escritorio, el suelo impecable, la lámpara de escritorio iluminando de manera fija y distante. Sin embargo, había algo diferente en el ambiente, algo que no lograba descifrar.

Mi padre estaba de pie, mirando el horizonte a través de la ventana, sin volverse hacia mí. Sabía que este momento llegaría algún día, pero nunca me imaginé que fuera a ser así, con una calma tan inusitada. El poder, que siempre había estado en sus manos, ahora parecía estar flotando hacia mí.

Finalmente, se giró, no con la arrogancia habitual, sino con una serenidad desconcertante. Caminó hacia su escritorio y, con un movimiento preciso, sacó un sobre de su gaveta. Lo dejó caer sobre la superficie, frente a mí. No había ninguna celebración en su rostro, ningún gesto grandilocuente. Simplemente me entregaba lo que, por derecho, era mío.

—James, te he llamado aquí para formalizar lo que hemos hablado —dijo, sin rodeos, como si se tratara de una transacción más. No había emoción en su voz, solo una especie de desgano—. Todas las empresas que construí, todo lo que es mío, te lo entrego a partir de ahora.

Lo miré, tratando de encontrar algo en sus ojos, alguna señal de que esto no era una broma, pero no encontré nada. Solo la mirada fría y calculadora que había visto tantas veces en él. ¿Qué estaba pasando? ¿Por qué lo hacía ahora, después de tantos años de control, de manipulación? ¿Qué me estaba pidiendo a cambio?

—¿Qué quieres a cambio? —pregunté, mi voz más firme de lo que me sentía por dentro. No me creía que pudiera estar sucediendo.

Mi padre me miró por un momento largo, casi como si estuviera evaluando si valía la pena decirme la verdad. Pero, finalmente, se limitó a encogerse de hombros.

—Nada —respondió de manera casi indiferente—. Solo... quiero hacer lo que es justo. Te estoy entregando todo porque es lo que te corresponde. No hay nada más que pedir. Te estoy entregando porque no quiero perderte, aunque nunca lo he hecho notar, te amo muchísimo hijo mío.

Eso no tenía sentido. Mi padre, quien había pasado toda su vida acumulando poder, ahora decidía entregármelo sin más. Algo estaba fuera de lugar. Algo que no entendía. Intenté mantener la calma, pero la inquietud me hacía preguntarme qué más estaba ocultando.

Antes de que pudiera formular más preguntas, mi padre levantó un periódico de su escritorio. Lo dejó caer delante de mí. El titular era grande, impactante, imposible de ignorar. "Thomas Windsor admite el robo de una idea millonaria de la familia Alderidge hace dieciséis años."

El aire me faltó. Mi estómago se retorció al ver esas palabras. ¿Cómo era posible? Lo que estaba leyendo era tan surrealista que tuve que mirarlo varias veces antes de procesarlo. Thomas Windsor, mi padre, había robado una idea y ahora lo estaba reconociendo públicamente. El hombre que había construido su imperio sobre mentiras y manipulaciones había decidido, de repente, revelar la verdad.

—He hecho saber al mundo lo que hice —dijo, casi con una calma desconcertante—. Es hora de que asuma las consecuencias de mis actos. La idea de la marca de cosméticos no me pertenece. Y, por lo tanto, he decidido entregarlo.

¿Entregarlo? ¿Qué significaba eso? Las palabras resonaban en mi cabeza, pero no encontraba la forma de procesarlas. No era solo que mi padre hubiera admitido su error, sino que también estaba renunciando a lo que había conseguido a través de esa mentira, como si ya no le importara nada de lo que había construido.

Lo miré, sin saber qué pensar. Estaba tan desconcertado que apenas podía encontrar las palabras para preguntar.

—¿Por qué? —pregunté al final, mi voz quebrándose ligeramente. ¿Por qué todo esto? ¿Por qué ahora?

Mi padre no respondió de inmediato. En lugar de eso, se levantó de su silla y caminó hacia la ventana. Estaba más distante que nunca, como si estuviera completamente alejado de todo lo que me rodeaba. Finalmente, volvió a mirarme, con esa expresión vacía que había aprendido a reconocer.

—Porque, James —dijo con una frialdad que me heló el alma—, es lo correcto. Y porque después de todo lo que he hecho, la única manera en que puedo redimirme es asegurándome de que Claire tenga una vida mejor, lejos de todo esto. La mantuve como si fuera mi hija, y aunque perdí los estribos cuando la herí, eso no minimiza el amor que siento por ella.

Entonces, me entregó un segundo sobre, uno más pequeño. Lo tomé con manos temblorosas, sin entender lo que sucedía. Al abrirlo, vi que contenía un documento más, algo que ya había intentado obtener durante años: la custodia de Claire.

La noticia me golpeó como una ola de frío. Mi padre les estaba entregando a los Alderidge la custodia de mi hermana. Después de todo lo que había pasado, después de las mentiras, de las disputas, ahora él estaba cediendo sin poner resistencia. La sensación de incredulidad me llenó. No sabía si debía sentirme aliviado, agradecido o completamente confundido.

—¿Por qué lo haces? —pregunté, más para mí mismo que para él. El shock era tan grande que las palabras no salían como deberían.

Mi padre me miró por última vez. No hubo resentimiento ni arrepentimiento en su rostro, solo una dureza inquebrantable, como si hubiera llegado al final de su camino y hubiera decidido no mirar atrás.

—Porque es lo mejor para ella, y para ti —dijo, sin siquiera un atisbo de emoción—. Es lo que merecen, lejos de todo esto. Tú y Claire pueden tener una oportunidad de ser felices sin esta carga sobre ustedes.

La sala se llenó de un silencio pesado mientras tomaba los papeles de la custodia, sintiendo el peso de la decisión de mi padre. Todo lo que había sido mi vida hasta ahora, todo lo que pensaba saber sobre mi familia, se había desmoronado en cuestión de minutos. No sabía si estaba listo para aceptar todo esto, si estaba listo para la responsabilidad que venía con la custodia de Claire, ni si realmente podía confiar en que mi padre lo hacía por el bien de todos.




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