Cuando nuestro amor florece

96 | La boda

26 de junio de 2021

James

El sol comenzaba a ponerse, tiñendo el cielo de tonos cálidos que iban desde el dorado hasta el rosado, mientras el jardín alrededor de nosotros se bañaba en esa luz suave que hace que todo se vea más hermoso. Nunca había imaginado que un día me encontraría en este lugar, rodeado de amigos y familiares, esperando a ver a Giselle caminar hacia mí. A lo largo de nuestra historia juntos, había momentos en los que sentía que este día nunca llegaría, y sin embargo, aquí estaba, a punto de casarme con la mujer que había sido mi roca, mi amor y la madre de mis hijos.

La ceremonia estaba sucediendo en un rincón apartado del jardín, donde las flores parecían haber sido colocadas justo para ese día. Las sillas de madera estaban dispuestas alrededor de un altar de madera rústica, que se alzaba decorado con enredaderas y flores silvestres, como un símbolo de todo lo que habíamos crecido juntos, de todo lo que habíamos construido. Mis amigos y familiares estaban sentados allí, rodeándonos de su apoyo, mientras el cuarteto de cuerdas que tocaba suavemente en el fondo nos envolvía con su música, como si el universo estuviera celebrando con nosotros.

Y entonces, sucedió.

Giselle apareció.

En el momento en que la vi, mi respiración se detuvo por un instante. No había nada más en el mundo que ella. Su vestido, simple pero perfecto, parecía hecho a medida para ella, una mezcla de elegancia y sencillez que reflejaba su alma. La luz del atardecer caía sobre ella como un halo, y por un segundo, pensé que no podría esperar más. No podía creer que esa mujer tan increíble, tan fuerte, tan llena de vida, fuera a ser mi esposa.

Su cabello recogido en un moño bajo, adornado con pequeñas flores blancas, hacía que su rostro, sereno y hermoso, brillara aún más. Vi cómo sus ojos buscaban los míos entre la multitud. Y cuando nuestras miradas se encontraron, todo lo demás se desvaneció. No veía ni oía nada, solo a ella.

—Estoy tan orgulloso de ti —pensé, mientras veía sus pasos hacia mí. Cada uno de ellos parecía pesado con la historia que habíamos compartido, con todo lo que habíamos atravesado juntos. Y sin embargo, ella seguía avanzando con esa gracia que la caracterizaba.

Mi corazón latía tan fuerte que parecía que podía escucharlo, y sentí cómo una emoción indescriptible me invadía. No solo estaba a punto de casarme con la mujer que amaba, sino que la vida nos había permitido llegar hasta aquí, después de todo lo que habíamos vivido, después de todo lo que habíamos superado. No estaba solo. Tenía a Giselle, y eso lo significaba todo.

La ceremonia comenzó con las palabras del oficiante, un amigo cercano que nos había acompañado en nuestra historia, pero yo apenas las oía. No podía apartar la mirada de Giselle, que se encontraba ahora frente a mí, sonriéndome de una manera tan cálida que todo el temor y la incertidumbre que alguna vez tuve sobre el futuro se desvanecieron. No importaba lo que viniera, con ella a mi lado, sabría cómo enfrentarlo.

—James, te tomo como mi compañero, mi amor y mi familia —dijo Giselle, sus palabras suaves pero llenas de determinación, una promesa que resonó en mi pecho. Cada vez que me hablaba, sentía que se me derretía el corazón. Porque sabía que no solo se refería a un amor romántico, sino a todo lo que habíamos construido juntos, a lo que todavía nos quedaba por construir.

Y cuando me llegó el turno de responder, mis palabras salieron sin esfuerzo, como si las hubiera estado guardando toda mi vida:

—Y yo, Giselle, te prometo ser tu refugio y tu apoyo, reír contigo en los momentos felices y abrazarte en los difíciles. Prometo ser el padre que nuestros hijos merecen y el esposo que tú siempre has soñado. Porque no solo te amo, sino que te respeto, y todo lo que soy es tuyo.

Vi cómo su rostro se iluminaba, y aunque sus ojos se llenaban de emoción, había algo más en su mirada. Era como si ambas promesas ya estuvieran en el aire, flotando a nuestro alrededor, tejidas en el presente. No hacía falta más. Sabíamos que el otro sentía lo mismo.

El oficiante, con una sonrisa amplia, nos miró a ambos, y luego pronunció las palabras que más había esperado escuchar en toda mi vida:

—Entonces, con el poder que me ha sido otorgado, los declaro marido y mujer. ¡Pueden besarse!

No necesité que me lo dijera dos veces. Me incliné hacia ella, sentí cómo mi corazón aceleraba con cada paso que daba hacia ese beso que cambiaría todo. Cuando mis labios finalmente encontraron los de Giselle, el mundo entero desapareció. No había nada más que ese beso. No había nada más que el amor que compartíamos, todo lo demás se desvaneció en ese instante.

El sonido de los aplausos nos envolvió, pero en mi mente solo había espacio para ella. Cuando nos apartamos, sonreímos, y vi a todos a nuestro alrededor celebrando, felices por nosotros. Mis amigos, mis familiares, todos estaban allí, rodeándonos con su cariño. El sol ya se había puesto por completo, y la luna comenzaba a alzarse en el cielo, una luna brillante que parecía estar iluminando nuestra nueva vida juntos.

El resto de la noche pasó como un sueño. Comenzamos a bailar bajo las estrellas, rodeados por las personas que más queríamos. A cada momento, sentía que la realidad se fundía con la magia de este día. Giselle y yo, rodeados por la gente que amamos, comenzábamos a construir nuestra vida como pareja. Una vida que, aunque incierta a veces, siempre estaría llena de amor.

Mientras bailábamos, con las luces de la fiesta brillando alrededor de nosotros, supe que había tomado la decisión correcta. No solo porque el amor que sentía por Giselle era inmenso, sino porque, con ella a mi lado, todo sería posible. Esta boda no solo era un nuevo comienzo para nosotros, sino un recordatorio de que, a veces, el amor es lo único que necesitamos para avanzar, para seguir adelante. Y con Giselle, sabía que lo haría. Siempre.




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