27 de junio de 2021
Giselle
El sol estaba comenzando a ponerse en el horizonte, y el sonido suave de las olas chocando contra la orilla era como una melodía tranquila que nos envolvía. La playa estaba desierta, casi mágica, con el cielo tiñéndose de tonos naranjas, rosados y violetas, reflejando la calma que había invadido mi corazón desde que llegamos aquí. Un pequeño bungalow, de paredes blancas y techos de palma, se alzaba justo frente al mar, y desde allí, podía ver cómo el agua brillaba bajo la luz dorada de la tarde. Era perfecto.
La luna de miel. Ese momento que tanto habíamos soñado y esperado. James y yo, finalmente, estábamos solos, en un rincón apartado del mundo, lejos de las preocupaciones, los horarios, las demandas de la vida diaria. Solo nosotros, el mar y el cielo. Era un tiempo para desconectarnos, para disfrutar de cada pequeño momento, para seguir aprendiendo el uno del otro y, sobre todo, para disfrutar de lo que habíamos construido juntos.
La suave brisa acariciaba mi rostro mientras me dejaba caer sobre la hamaca del porche. James estaba allí, a mi lado, recostado también, con una sonrisa tranquila, esa que siempre lleva cuando se siente en paz. Ya habíamos pasado la tarde caminando por la orilla, tomados de la mano, sin prisa alguna. Cada paso parecía ligero, como si la arena absorbiera todo lo que había quedado atrás.
—Este lugar es perfecto —dije, mirando el horizonte, saboreando cada palabra.
James se giró hacia mí, levantando una mano para acariciarme el cabello, su contacto tan cálido y reconfortante como siempre.
—Te lo dije —respondió con una sonrisa cómplice—. Todo lo que necesitábamos era este momento. No necesitamos nada más.
Esas palabras resonaron en mi mente mientras me acomodaba en la hamaca, cerrando los ojos por un momento. Sabía que tenía razón. ¿Qué más podría desear en ese instante? Tenía todo lo que necesitaba: la persona que amaba a mi lado, la tranquilidad del lugar, el sonido del mar como banda sonora. No importaba lo que pasara después, porque, por primera vez en mucho tiempo, sentía que todo estaba bien. Todo lo que había buscado en mi vida, todo lo que había anhelado, estaba justo aquí, en este instante.
—¿Te imaginas? —le dije de repente, abriendo los ojos y mirándolo fijamente—. Todo lo que hemos vivido para llegar hasta aquí... y ahora estamos comenzando de nuevo, juntos.
Él me miró con esa intensidad que siempre tiene, como si me estuviera leyendo el alma, como si pudiera ver todos mis pensamientos en ese momento. Su mirada se suavizó, y con un suspiro, respondió:
—Sí, me lo imagino. Y sé que esto es solo el comienzo. Lo que más me gusta es saber que no importa lo que pase, siempre tendremos esto. Siempre tendremos el uno al otro.
Las palabras de James me atravesaron con una claridad tan profunda que me dejé llevar por ellas. Mi corazón se aceleró ligeramente y, en ese instante, comprendí que la luna de miel no era solo el lugar o los paisajes, sino lo que estábamos construyendo día a día, lo que habíamos construido ya, en silencio, en confianza, en amor. Era más que un viaje. Era nuestra vida.
—Quiero que este momento dure para siempre —dije, casi en un susurro, mientras sentía que la calidez de su mano cubría la mía.
—Yo también —respondió, apretándome suavemente la mano. Luego se levantó con un movimiento lento y se acercó a la orilla, sin soltarme, invitándome a seguirlo. Le sonreí, y ambos caminamos descalzos por la arena, sintiendo cómo el agua tibia se deslizaba por nuestros pies.
El sol ya había desaparecido, dejando paso a un cielo estrellado. Los primeros destellos de la noche brillaban sobre el mar como pequeños faros, y mientras caminábamos juntos, una sensación de paz absoluta nos envolvía.
Nos detuvimos cuando llegamos a la orilla, mirando el vasto océano que se extendía ante nosotros. El viento era suave, casi imperceptible, pero fresco, y la tranquilidad de ese lugar nos hacía sentir como si estuviéramos en el centro del mundo, sin nada que nos apurara, sin nada que nos sacara de este espacio perfecto.
James me miró, sus ojos reflejando las estrellas, y me tomó en sus brazos con una suavidad que solo él sabe tener.
—Siempre he querido esto —dijo, susurrando en mi oído—. Quiero pasar mi vida entera contigo, así, bajo las estrellas, sin importar dónde estemos.
Y, por un momento, sentí que no necesitábamos nada más. Estaba ahí, en sus brazos, con el sonido del mar y el cielo estrellado a nuestro alrededor. El futuro ya no parecía incierto. Estábamos juntos, y eso lo hacía todo posible.
Luego, nos recostamos en la arena, bajo el cielo lleno de estrellas, abrazados, mirando las constelaciones que parecían contarnos historias que solo nosotros entenderíamos. Esa noche, mientras la brisa del mar nos arrullaba, me sentí más conectada con James que nunca, sabiendo que, aunque el mundo cambiara, nosotros siempre encontraríamos la forma de estar juntos. Porque ese amor que nos unía era el ancla que siempre nos mantendría firmes, pase lo que pase.
La luna de miel no solo era un escape de la rutina, sino un recordatorio de que en la vida, lo único que realmente importa es lo que creas junto a la persona que amas. Y yo había encontrado mi hogar en James. Aquí, en este rincón del mundo, con él, ya tenía todo lo que necesitaba.
El mundo puede seguir su curso, pero cuando estoy contigo, todo se detiene; me haces sentir una calma electrizante que lo arrasa todo.
Somos una tragedia tan brillante.
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Editado: 15.12.2024