Cuando nuestro amor florece

98 | Imperfectamente perfectos

12 de julio de 2021

James

La lluvia caía suavemente contra la ventana, el sonido rítmico creando una atmósfera tranquila en la casa. Me encontraba sentado en el sofá, mirando a Giselle, que estaba a mi lado, aunque a una pequeña distancia emocional. Había algo en su actitud, algo en su mirada que me decía que algo no estaba bien. La conocía demasiado bien como para no darme cuenta de que algo la estaba atormentando, aunque no quería presionarla para que hablara si no estaba lista.

Su rostro, tan hermoso como siempre, se veía más sereno de lo normal, pero había una cierta inquietud en sus ojos. Algo en su postura también me decía que no estaba completamente aquí, que su mente probablemente estaba en otro lugar, luchando con pensamientos que no se atrevía a compartir. Y yo, con el corazón lleno de amor por ella, me sentía impotente. Quería ayudarla, quería aliviar ese peso que la estaba oprimiendo, pero no sabía cómo.

El sonido de la lluvia y el susurro del viento eran lo único que rompía el silencio entre nosotros. Finalmente, después de lo que me pareció una eternidad de tensión silenciosa, Giselle suspiró profundamente, casi como si el suspiro fuera una liberación. Me giró un poco, y por un momento, nuestras miradas se encontraron. Sabía que algo estaba a punto de pasar, que ella iba a decirme algo importante.

—¿Qué pasa? —pregunté, mi voz baja y tranquila, aunque sentía que en el fondo me estaba preparando para lo que fuera que fuera a decir. No quería presionarla, pero sentía que ella me necesitaba ahora, más que nunca.

Giselle parecía dudar, como si no estuviera segura de cómo expresar lo que sentía. Lo vi en sus ojos. El miedo, la inseguridad, todo lo que estaba guardando para sí misma, todo eso estaba a punto de salir. Entonces, finalmente, habló con una voz suave, quebrada.

—No sé si soy lo que necesitas —dijo. Sus palabras me golpearon como una ráfaga fría. No entendía cómo podía pensar eso. Cómo podía creer que no era suficiente para mí. Pero, aun así, me quedé en silencio, observándola con la mayor atención, esperando que siguiera. Necesitaba entender por qué pensaba eso.

Me incliné ligeramente hacia ella, tratando de leer en su rostro, esperando que me diera más pistas de lo que estaba sintiendo. Entonces, me respondió, y mis peores temores se hicieron realidad: había algo dentro de ella, una especie de sombra de duda que la perseguía.

—Porque a veces siento que no soy suficiente para ti. Soy... imperfecta. A veces siento que no puedo cumplir con todas tus expectativas. Como si no fuera la persona que realmente mereces.

El peso de sus palabras me aplastó un poco, pero la miré fijamente, buscando en sus ojos esa Giselle fuerte y decidida que había conquistado mi corazón desde el principio. Esa misma mujer era la que yo amaba, sin importar los miedos que la asaltaran, sin importar lo que pensara de sí misma. Yo veía en ella una belleza y fortaleza que no necesitaban ser perfectas para ser increíbles.

La tomé de las manos, entrelazando nuestros dedos, y aunque podía sentir cómo su cuerpo se tensaba un poco al contacto, no me aparté. Necesitaba que sintiera que estaba ahí, a su lado, sin importar lo que pensara de ella misma.

—Giselle... —comencé, mi voz más firme ahora, intentando transmitirle toda la verdad de mis sentimientos. —Lo que menos me importa son tus "imperfecciones". Lo único que me importa es lo que eres para mí. Yo no necesito que seas perfecta. No te quiero perfecta. No te quiero como alguien que no eres. Quiero todo lo que eres, en cada momento. Tus miedos, tus inseguridades, tus días buenos y los malos, todo.

Su mirada vaciló, y pude ver cómo sus ojos se humedecían ligeramente, como si esas palabras, aunque suaves, fueran una carga que necesitaba escuchar para liberarse. En mi pecho, sentí un nudo. Sentí una necesidad profunda de que ella entendiera la verdad detrás de mis palabras. Ella era la única que me importaba, y no importaba lo que pensara de sí misma, yo la amaba con todo lo que era.

Mi corazón latía con fuerza mientras sentía que ella dudaba, que no podía comprender lo que estaba intentando decirle. Pero no podía rendirme. Sabía que necesitaba escuchar esto.

—No necesito que cambies nada —dije, sosteniéndola con más fuerza, buscando su mirada. —Yo también soy imperfecto, Giselle. Pero en nuestra imperfección, encontramos todo lo que necesitamos. Encuentro todo lo que necesito en ti.

La vi de nuevo, y por un instante, todo pareció detenerse. El sonido de la lluvia, el viento que soplaba suave, todo se desvaneció mientras observaba sus ojos. Había algo en ellos que empezaba a comprender. Sus hombros parecían relajarse un poco, y su respiración se calmaba lentamente. Era como si esas palabras, que tal vez no había querido creer, finalmente estuvieran alcanzando su corazón.

Me acerqué un poco más, sin soltar su mirada, y sentí cómo el aire entre nosotros comenzaba a ser menos pesado. No necesitaba ser perfecta. Yo no la veía como un conjunto de defectos. Yo la veía como la mujer que me había enseñado lo que era el verdadero amor, con sus fortalezas y sus debilidades. Todo lo que ella pensaba que la hacía menos, para mí la hacía única y perfecta tal y como era.

Me incliné hacia ella, suavemente, y la abracé con todo lo que tenía. La sentí temblar al principio, como si no supiera cómo responder a mi abrazo, pero, al poco tiempo, su cuerpo se relajó, y su rostro se enterró en mi pecho. Me quedé allí, sosteniéndola, sabiendo que este momento de vulnerabilidad era un paso importante, un paso hacia la aceptación.

—Te amo —dijo finalmente, con voz baja, pero tan clara y profunda que sentí que mi corazón daba un salto. Esas palabras me llenaron de una paz que nunca había conocido. Me aparté ligeramente para mirarla a los ojos.

—Te amo también —respondí, mi voz llena de sinceridad. Entonces, sin decir nada más, la besé. Un beso suave, cálido, lleno de todo lo que sentíamos, sin necesidad de palabras, solo de acción.




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