8 de octubre de 2021
Giselle
La habitación estaba bañada en una luz tenue, suave, como si el tiempo mismo hubiera decidido detenerse por un momento para darnos espacio. Afuera, la lluvia comenzaba a caer, el sonido de las gotas golpeando las ventanas parecía ser la única cosa que se oía, junto con el leve murmullo de las enfermeras y los monitores. Mi respiración era entrecortada, pesada, pero me mantenía concentrada en el rostro de James, que estaba junto a mí, tomándome la mano con firmeza, como si, al sostenerla, pudiera evitar que me desmoronara bajo el peso del dolor.
Cada contracción me alcanzaba como una ola, y sentía que me arrastraba bajo el agua, luchando por salir, pero sabiendo que, al final, todo lo que necesitaba era un poco más de paciencia, de fuerza. James no dejaba de mirarme, su rostro tan serio como siempre, pero con un brillo en los ojos que no había visto antes. Había algo en él, algo que reflejaba la intensidad de lo que estábamos viviendo. La anticipación, el amor, la ansiedad. Había un universo completo en sus ojos, y en ese momento, su mirada era lo único que me mantenía anclada a la realidad.
—Lo estás haciendo muy bien, Giselle —me dijo, su voz suave pero llena de seguridad.
Intenté sonreír, pero el dolor era tan fuerte que me fue imposible. Solo pude apretar su mano con más fuerza, como si eso me diera la energía que necesitaba para seguir. La enfermera que estaba a mi lado me indicó que respirara profundamente, que me relajara, que el final ya estaba cerca. El final... ¡había esperado tanto por este momento, por este bebé! Pero, al mismo tiempo, el miedo de no saber si todo saldría bien me aprisionaba el corazón. A pesar de que James estaba ahí, conmigo, yo no podía evitar preguntarme si sería capaz de ser la madre que él y el bebé necesitaban.
Finalmente, la contracción pasó, y el dolor comenzó a ceder por un segundo, solo un segundo, pero lo aproveché para tomar una bocanada de aire, intentando recomponerme.
—Estoy aquí —susurró James, levantando una mano para acariciar mi frente con suavidad, apartando el cabello que se pegaba a mi rostro por el sudor. Su toque me tranquilizó, me ancló de nuevo en el presente, en la realidad.
Era extraño. En medio del dolor, de la incomodidad, de la intensidad de lo que sentía, de alguna manera su presencia lo calmaba todo. Cuando sus ojos se encontraron con los míos, pude ver esa mezcla de emoción y amor profundo. Era un amor tan puro, tan transparente, que me hizo sentir que, aunque estaba a punto de dar vida a nuestro hijo, no solo le estaba dando vida a él, sino a una nueva versión de nosotros dos.
La doctora entró en la habitación, y la enfermera me indicó que era hora de darlo todo. Mi respiración se hizo más agitada, y sentí el miedo aferrándose a mi estómago de nuevo. ¿Sería todo bien? ¿Estaría Shawn bien? Pero no dejé que esos pensamientos me dominara. En lugar de eso, volví a mirarlo a él, a James, a mi compañero en todo esto, al padre de mi hijo, y encontré la fuerza para seguir adelante.
—Vamos a hacerlo juntos —dije, mi voz temblorosa pero firme. En este momento, éramos un equipo, uno en el que confiábamos plenamente.
La siguiente contracción fue la más fuerte de todas. Sentí que todo en mi cuerpo se tensaba, que mi cuerpo comenzaba a trabajar de una manera instintiva, como si supiera exactamente lo que tenía que hacer. Todo lo que tenía que hacer era dejarme llevar, entregar mi cuerpo y mi mente al proceso, confiar en la fuerza que siempre había llevado dentro. Y, más importante aún, confiar en que no estaba sola.
Con un esfuerzo que pareció eterno, escuché las indicaciones de la doctora, sentí la presión en mi vientre y luego, por fin, sentí el alivio. Un llanto fuerte y claro llenó la habitación, y en ese momento, todo lo que había experimentado, todo el dolor y la incomodidad, se desvaneció. No podía creerlo. Estaba aquí, era real. Lo había hecho. Habíamos hecho esto. Mi corazón explotó de alegría y alivio.
—Es un niño —dijo la doctora, y en su voz había una chispa de alegría también.
James no pudo evitar dejar escapar una risa entrecortada. Yo también lo hice, entre lágrimas, mientras mi cuerpo aún temblaba por el esfuerzo. No podía dejar de mirar a James, con su rostro iluminado por una emoción tan pura que ni siquiera sabía cómo describirla. Me besó la frente, y pude ver las lágrimas en sus ojos.
—Lo logramos —dijo, sus palabras llenas de una emoción tan profunda que me hizo sentir que, a pesar de que este bebé venía al mundo con su propio camino, de alguna manera ya éramos tres. Ya estábamos completos.
Una enfermera me acercó a nuestro hijo, envuelto en una manta suave. Sentí que mi corazón latía más rápido mientras lo veía. Era pequeño, perfecto, con los ojos cerrados, pero sus pequeños dedos se movían con curiosidad. Lo tomé en mis brazos, y por un momento, el mundo entero pareció desaparecer. No había nada más importante que ese pequeño ser que acababa de llegar, ese ser que yo había estado esperando durante tanto tiempo. El miedo desapareció por completo, y lo único que quedó fue el amor, un amor tan inmenso que ni siquiera podía comprenderlo completamente.
—Es perfecto —dije, mirando a James mientras le entregaba a nuestro hijo. Mi voz tembló, pero mis ojos brillaban de felicidad.
James lo tomó con cuidado, como si tuviera miedo de que algo pudiera romperlo. Lo miró por un largo momento, y luego, sin decir nada, acercó a Shawn a su pecho y lo abrazó como si nunca fuera a soltarlo.
—Bienvenido al mundo, Shawn —susurró, con una ternura que me hizo sentir el amor que siempre había tenido por él, multiplicado por mil.
La habitación estaba tranquila ahora, solo el sonido de la respiración suave de nuestro hijo y las gotas de lluvia que seguían cayendo sobre el techo. James me miró entonces, una sonrisa suave pero llena de todo lo que no podíamos decir en palabras.
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Editado: 15.12.2024